ORIGEN Y
FORMACIÓN DEL
ROMANCERO DE LA
GUERRA DE ESPAÑA
por A. R.
RODRÍGUEZ MOÑINO
TRESCIENTOS textos,
espigados de una copiosa colección que casi les triplica en número, testimonian
auténticamente la pervivencia en el espíritu español de una forma métrica neta,
castiza y esencialmente popular: el romance.
Este
viejo metro, nacido con los albores de la poesía hispánica, enraizado de tal
modo a nuestro suelo que se podría afirmar que si bien apenas se produce hecho
histórico dentro de la península que no lleve una expresión literaria
romancera, muy rara vez canta expansiones extraterritoriales (v. gr.: el tema
americano), este viejo metro es el cauce eterno por donde discurre anchamente
la vena poética popular.
De
tal modo responde su construcción a las necesidades expansivas espirituales, que
podemos afirmar la coexistencia del hecho conmocionador del espíritu del pueblo
y del romance que lo canta.
Severo,
limpio, extensísimo a veces, el romance, que en los campos castellanos nació y
que supo cantar la primera reconquista, hoy, al cabo de mil años de aquel
acontecimiento, resurge lleno de vigor y de lozanía para acompañar la gesta
gloriosa de un pueblo que lucha por la independencia patria y por alcanzar las
conquistas de un orden social más equitativo, más justo y más digno que el que
se desmorona entre los cimientos de una civilización decadente.
Cuando
un puñado de escritores jóvenes, en los duros días del agosto madrileño,
ideamos publicar un boletín periódico, que atestiguara la actividad de los
intelectuales en nuestra guerra nacional y fuera indicador de caminos, de
consignas y de propaganda; cuando la Alianza de Intelectuales decidió sacar a
luz El Mono Azul, nos encontramos
sorprendidos al recoger los primeros paquetes de original destinado a la
imprenta, considerando que en su mitad casi lo constituían versos.
¡Versos,
romances todos, sencillos y efusivos los unos, bélicos o satíricos los otros,
que sin que existiera previo acuerdo, desde los frentes y desde la retaguardia
nos enviaban compañeros de letras o trabajadores, no profesionales de la
literatura!
En
todo un grito de protesta contra la barbarie que clava su hacha sangrienta en
comarcas regadas con la sangre del pueblo. En muchos, canto a los caídos, a
Lina Ódena, a Durruti, a Antonio Coll, a Fernando de Rosa, a José Colom y a otros
tantos héroes de España que dieron la vida por la causa. En algunos la
heroicidad anónima, la del miliciano que quedó muerto abrazando la tierra,
después de una hazaña gloriosa, y cuyo nombre nadie nos ha conservado: uno del batallón del Campesino, uno de la brigada de Lister, uno de los de Galán…; ese uno cuya persona revive en todo soldado
que contribuye al aplastamiento de las divisiones italianas en Guadalajara, en
todo hombre que apoya la resistencia de Bilbao, en cualquiera de los bravos
milicianos que rompen el cerco de Madrid.
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