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Titirimundi Sentimental

Prólogo

Las terribles circunstancias que se dieron antes, durante, y después de los tres años que duró la guerra civil 1936-1939, con represalias cainitas entre los dos bandos enfrentados, muchas veces entre los propios vecinos de un mismo pueblo e, incluso, entre familiares directos, como puedan ser padres contra hijos o hermanos contra hermanos, hacen de este farragoso período de odios y luchas de clases, uno de los más tristes episodios que ha sufrido España a lo largo de su ya muy traumática historia.

Estos enfrentamientos, delaciones y en muchos casos denuncias contra los enemigos (reales o buscados), fueron aún más trágicos y sangrientos en las zonas rurales de nuestro país, toda vez que las luchas por la posesión de la tierra entre los grandes propietarios y los campesinos sin tierra, había tenido un atisbo de solución para los segundos con la llegada de la tan esperada como ineficaz II República, quien había despertado las expectativas de un mejor y más justo reparto de la propiedad y explotación de las mismas.

El hambre y el anhelado deseo durante siglos de luchar por lo que los campesinos consideraban como un derecho irrenunciable (tengamos en cuenta que por Europa corrían como un reguero de pólvora las conquistas revolucionarias emprendidas por los obreros y campesinos rusos desde 1917), hizo que muchos jornaleros del campo se adelantaran a los nunca aprobados decretos de expropiación por parte del nuevo gobierno republicano y se apropiaran indebidamente de las tierras, con el consiguiente es cándalo y miedo de los hasta ahora propietarios de las mismas.

El clima de inseguridad y denuncias fue creciendo entre los que hasta esos momentos habían sido los únicos dueños del poder y del dinero, siendo la mecha que encendería las primeras represalias, tomándose la justicia por su mano y creándose un estado de permanente enfrentamiento entre los dos bandos, irreconciliables ya para siempre.

El levantamiento militar del 18 de julio contra la República cambió radicalmente el giro que hasta esos momentos habían tomado los acontecimientos políticos y sociales, que de una manera bastante confusa habían prevalecido en la España republicana. Están más que estudiado por historiadores de distinto enfoque político, los crueles y sangrientos acontecimientos –por los dos bandos– que se vivieron durante los tres años de lucha directa, así como las represalias que el ejército ganador llevó a cabo contra los fieles seguidores o simpatizantes de la República o, simplemente contra los desafectos de la causa nacional, durante muchos años posteriores a la finalización de la misma.

No es este lugar para adentrarse en tan siniestros como incomprensibles hechos para las generaciones posteriores, pero sí para señalar que en el campo de la cultura, tema imputable tanto a unos como a otros, España perdió por causa de fusilamientos, exilios o reprobaciones de los afectados, un inmenso caudal de sabiduría, tan difícil de recuperar durante los años que duró la dictadura franquista. Es en este contexto de luchas y represalias contra los intelectuales de uno y otro signo, donde queremos acercarnos a la figura del poeta de Guareña, motivo de estas notas, fusilado en su propio pueblo, junto a otros muchos vecinos en el lugar conocido como “La Mina”, a la edad de 30 años, en los primeros días del mes de agosto de 1936, sin más motivo por nosotros conocido que el de reconocerse hombre de “derechas” y ser uno de los jóvenes intelectuales más activos por aquellos años en la zona.

Ángel-Braulio Ducasse había nacido el 1 de julio de 1906, en el seno de una familia de clase media alta, muy ligada a la burguesía social de la comarca. La explicación del apellido Ducasse en tierras de la Baja Extremadura está en su abuelo paterno don Luis Bertrán Ducasse Dufoure, nacido en Berthes, departamento de la Gironda, Francia, el 16 de enero de 1838. Técnico francés que vino a España alrededor de 1866 para la construcción de los ferrocarriles. Siendo ayudante del Ingeniero Jefe del de Ciudad Real a Badajoz, casó en Guareña con doña Francisca Lozano Ruiz el año 1871. Mucho más joven que el poeta Luis Chamizo Triguero, 1894, y tres años menor que su buen amigo Eugenio Frutos Cortés, 1903, nacidos también en el mismo pueblo de Guareña, va a mantener excelentes relaciones con el escritor de Don Benito, Francisco Valdés, 1893, con el que formará equipo literario, dirigiendo revistas de contraofensiva a las que por aquellas fechas publicaban los grupos republicanos y revolucionarios de izquierda, siendo también el dombenitense el prologuista de su segundo y último poemario por nosotros conocido, Estridencias, publicado en Badajoz en 1935 por el inolvidable editor don Antonio Arqueros, si exceptuamos el folleto con el hermoso y sentido romance al Santísimo Cristo de las Aguas, patrón de Guareña, publicado por la Tipografía de J. M. Pérez, de Mérida, en 1931, como rogativas por la sequía que padeció la zona en esas fechas, que lleva prólogo del también escritor y sacerdote de Guareña Francisco Caballero Méndez y que, acertadamente, ha reeditado con motivo de la Semana Santa de 2010 la Asociación Cultural “Luis Chamizo”, en un homenaje al pueblo y al poeta.

Como casi todos los hijos de familia adinerada de la comarca, hizo sus primeros estudios en un colegio de monjas de Guareña, para, posteriormente, pasar a hacer el Bachillerato en el elitista colegio de los padres jesuitas de Villafranca de los Barros o en colegios que la misma Compañía tenía en Sevilla, donde vivían sus familiares, iniciando los estudios de Derecho en la Universidad de Salamanca, licenciándose en la Central de Madrid el año 1929, volviendo a su pueblo de nacimiento tanto en vacaciones como al finalizar la carrera, sin un trabajo permanente, que nosotros sepamos. Hombre muy aficionado a los libros, vivió los años en que la poesía sufrió los embates de los nuevos tiempos, donde una nueva generación de poetas cultos llegarían a formar la edad de plata de la poesía española, también llamada “Generación del 27”.

Sin embargo, como también le sucedió a su paisano Chamizo, Ducasse no quiso caminar por este nuevo y desconocido sendero vanguardista, prefiriendo adentrarse en sus inicios poéticos en el conocimiento de la poesía clásica, siguiendo las lecturas de Lope, Góngora, etc., apegándose firmemente en el modernismo, y haciendo incursiones esporádicas en la poesía regionalista, tan en boga por aquellos años como consecuencia de la influencia de la obra de Gabriel y Galán y Chamizo.

Este su primer trabajo publicado, es una recopilación de sus años mozos, pues recoge poemas fechados desde 1925, es decir cuando sólo tenía diecinueve años, hasta 1929, utilizando preferentemente el soneto e, incluso, el romance, que construye con buen conocimiento de la métrica para poeta tan joven. Sabemos que Ducasse fue publicando sus poemas, principalmente en periódicos provinciales, especialmente en El Correo Extremeño, como también lo hizo con numerosos artículos de actualidad, tanto social como política en el diario Hoy de Badajoz, periódico en el que ejercía de corresponsal.

Los temas son muy dispares, como corresponde a un joven despierto que quiere abarcar el mundo –el que conoce y disfruta–, observando nosotros que hay una predisposición al consejo moral de “niño de buena cuna”, preferentemente en los poemas de temas amorosos, pero sin sentirse culpable en ningún momento, de que esos excesos que denuncia puedan ser causa de la propia injusticia a la que los de “su clase social” tenían sometidos a los desheredados. También, como no podía ser de otra manera en esos años modernista, hay poemas idílicos dedicados al campo y a la tierra extremeña, pero sin profundizar nunca en los verdaderos problemas que la tierra y el campo representaban en el entorno social donde el poeta se mueve, así como una plegaria a la patrona de Extremadura, Guadalupe, en dialecto castúo, tan querido por su maestro Chamizo, al que rinde con ello un emotivo homenaje.

Creemos, por la corta obra publicada, que era un poeta de largo recorrido y gran sensibilidad, aunque su temprana y violenta muerte truncara sus sueños creativos y no podamos nosotros hacer más que elucubraciones futuristas. Pero sí creemos, y de ello estamos más que convencidos, de que toda aportación a la cultura extremeña, venga de donde venga y en las circunstancias que sean, será siempre bien recibida, como una parte necesaria de reencuentro en una tierra, como la nuestra, tan necesitada de recuperar su memoria histórica, sin ningún tipo de exclusión.

Para que este libro haya podido ser nuevamente editado, se han tenido que dar muchas y agradables circunstancias. Primero, la aparición de uno de los escasísimos ejemplares que de la obra quedan, cuyo propietario, el poeta de Guareña afincado en Madrid, Manolo Romero, ha tenido la amabilidad de poner en nuestras manos antes de donarlo a la Biblioteca Pública de su pueblo (el libro viene dedicado a su abuelo Daniel Romero); segundo, la aceptación por parte de Beturia Ediciones, una humilde pero muy activa editorial subvencionada por los extremeños del exterior, de la publicación del texto, proyecto al que se ha sumado el Excmo. Ayuntamiento de la localidad de origen del poeta, con su Concejalía de Cultura al frente, quienes amablemente han puesto a nuestro alcance las pocas noticias biográficas que de él se conocían. Esperamos fervientemente que iniciativas como la presente tengan eco en nuestra tierra y se presenten nuevas oportunidades de recuperación del rico y muchas veces olvidado patrimonio cultural extremeño. Nosotros, por nuestra parte, hemos cumplido con nuestra labor.



Ricardo Hernández Megías

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