PRESENTACIÓN LIBRO, 24 abril 2016
SANTIAGO CASTELO, EL POETA DE
HOMENAJE A CASTELO EN FORMA DE LIBRO
Publicado por Juan Francisco
Rivero Domínguez en viernes, abril 22, 2016
Blog "El viaje de la vida"
Me envía mi amigo Ricardo
Hernández Megías un libro – que quiero pagar porque los beneficios serán
donados a las obras del templo de la Virgen del Rosario en Torrejón de Ardoz-
titulado “Santiago Castelo, el poeta de la memoria dulce”, un verdadero homenaje
al periodista y escritor José Miguel Santiago Castelo, nacido en la localidad
pacense de Granja de Torrehermosa en
1948 y fallecido en mayo del año pasado en Madrid.
Conocí a Santiago Castelo durante mi etapa mallorquina una noche en el que él como corresponsal de ABC en los veranos de la isla, y yo como periodista del diario Baleares, entrevistamos (mejor hablábamos) con Soraya, la princesa de los ojos tristes, y primera esposa del Sha de Persia, una noche antes de una cena allá por el Puerto de Andratx. Ambos cubríamos la información real en la etapa veraniega.
Conocí a Santiago Castelo durante mi etapa mallorquina una noche en el que él como corresponsal de ABC en los veranos de la isla, y yo como periodista del diario Baleares, entrevistamos (mejor hablábamos) con Soraya, la princesa de los ojos tristes, y primera esposa del Sha de Persia, una noche antes de una cena allá por el Puerto de Andratx. Ambos cubríamos la información real en la etapa veraniega.
Castelo era muy amable, con formas
antiguas, pero con una calidez en su vozarrón de extremeño, que nos hizo que
nos lleváramos estupendamente bien desde un primer momento.
Segunda escena: Regreso a la
península en 1987, para trabajar en la Secretaría de Turismo, y al albur de un
encuentro con el común amigo Rafael García-Plata, nos reencontramos en el Hogar
Extremeño de Madrid, en la Gran Vía 59, de la que ahora tengo el honor de ser
su vicepresidente.
Santiago, acompañado de su padre,
don José, y de su hermana Lola, a la que le dedicó uno de su mejores poemarios
“La hermana muerta”, fallecida de un infarto en mayo de 2009, pasaba muchas
veces por la sede para estar presente en algún acto cultural de los muchos que
organiza al mes la casa extremeña.
Tercera escena: Salón de actos de
la Casa Cultural de Granja de Torrehermosa, donde se nombró a José Miguel
Santiago Castelo socio de honor de APETEX, la Asociación de Periodistas y
Escritores de Extremadura. Recuerdo aquel día que José Miguel estaba muy
emocionado al recibir un premio en su propio pueblo, aquel que ya era Medalla
de Oro de Extremadura y premio de Periodismo Julio Camba, otorgado por su
periódico ABC. Su gente le quería tanto, que un paisano suyo llegó hasta la
barra del bar donde desayunábamos y le ofreció, como presente, una bolsa llena
de espárragos trigueros, producto granjeño que Castelo aceptó encantado. Hombre
culto y popular; desde las relaciones con la realeza, hasta hablar con los más
sencillos del lugar. Hombre llano y cultísimo en la pluma, así era nuestro José
Miguel Santiago Castelo.
MANUEL PECELLÍN | 23-04-2016
La muerte de José Miguel Santiago Castelo (Granja de
Torrehermosa 1948-Madrid, 2015) tuvo en toda la prensa nacional un eco
abrumador, fundado sin duda en las calidades humanas, profesionales y
literarias del fallecido. Nunca conocí nada semejante. El periódico ABC, la R.
Academia de Extremadura, la Asociación de Escritores Extremeños, su municipio
natal y otras entidades se distinguirían, junto a incontables amigos, en la
evocación admirada y dolorida del finado. Póstuma, se publicaba La Sentencia,
obra con la que el autor obtuvo el XXV
de Poesía Jaime Gil de Biedma; Juan Ricardo Montaña concitaba desde Villanueva
en Aire por aire a casi una veintena de admiradores del formidable granjeño,
cuyo musical Celia llegaba a Madrid tras
su paso Por Buenos Aires. Et sic de coeteris.
En esta línea hay que situar el libro que Ricardo Hernández (Santa Marta de los Barros, 1948) publicaba en los últimos días de 2015. Como en otros suyos (recordemos los que dedicó a los escritores extremeños enterrados fuera de España o el monográfico sobre Luis Álvarez Lencero), el reconocido bibliófilo amalgama apuntes biográficos del autor en cuestión, muestras literarias del mismo, estudios críticos y reseñas literarias de sus trabajos.
Tras el extenso preliminar, donde se anotan las vicisitudes existenciales más significativas de Castelo (siempre con la tierra natal al fondo: como su admirado Pedro de Lorenzo jamás abandonó espiritualmente Extremadura, a la que tantos servicios prestase), se encuentra la sustancia, una antología bien espigada por el editor, que permite aproximarse cumplidamente a la humanidad de quien es retratado así: “Hombre de derechas y católico sin tapujos, jamás entró en luchas políticas y tribales o ejerció influencias perversas sobre las ideas religiosas de sus coetáneos, por muy estridentes o sectarias que fueran. Vivió y dejó vivir a los demás, con la gallardía y el respeto que todo ser viviente merece, lo que le acarreó ser querido y respetado por todos aquellos que le conocieron, le trataron y le quisieron”. Son algunas de las virtudes que adornaron a hombre tan poliédrico, un “anarquista de derechas” según lo definí hace seis lustros, no sin aceptación por su parte.
Era, sin duda, un poeta excelente, según resulta fácil percibir en los versos antologados. Se eligen de sus obras principales, tras breve introducción a cada una de las mismas: Tierra en la carne, Memorial de ausencias, La sierra desvelada, Cuaderno del verano, Siurell, Habaneras, Cuerpo cierto, Quilombo, La hermana muerta y Esta luz sin contornos. Seguramente por premuras editoriales se ha obviado La Sentencia.
Tras el capítulo necrológico, sigue un apéndice bibliográfico. La edición se enriquece con un rico aparato iconográfico, del que destaca la fotografía de Castelo junto a Fidel Castro en el Palacio de la Revolución cubana (1989), ambos sonriéndose con afectuosa complicidad.
En esta línea hay que situar el libro que Ricardo Hernández (Santa Marta de los Barros, 1948) publicaba en los últimos días de 2015. Como en otros suyos (recordemos los que dedicó a los escritores extremeños enterrados fuera de España o el monográfico sobre Luis Álvarez Lencero), el reconocido bibliófilo amalgama apuntes biográficos del autor en cuestión, muestras literarias del mismo, estudios críticos y reseñas literarias de sus trabajos.
Tras el extenso preliminar, donde se anotan las vicisitudes existenciales más significativas de Castelo (siempre con la tierra natal al fondo: como su admirado Pedro de Lorenzo jamás abandonó espiritualmente Extremadura, a la que tantos servicios prestase), se encuentra la sustancia, una antología bien espigada por el editor, que permite aproximarse cumplidamente a la humanidad de quien es retratado así: “Hombre de derechas y católico sin tapujos, jamás entró en luchas políticas y tribales o ejerció influencias perversas sobre las ideas religiosas de sus coetáneos, por muy estridentes o sectarias que fueran. Vivió y dejó vivir a los demás, con la gallardía y el respeto que todo ser viviente merece, lo que le acarreó ser querido y respetado por todos aquellos que le conocieron, le trataron y le quisieron”. Son algunas de las virtudes que adornaron a hombre tan poliédrico, un “anarquista de derechas” según lo definí hace seis lustros, no sin aceptación por su parte.
Era, sin duda, un poeta excelente, según resulta fácil percibir en los versos antologados. Se eligen de sus obras principales, tras breve introducción a cada una de las mismas: Tierra en la carne, Memorial de ausencias, La sierra desvelada, Cuaderno del verano, Siurell, Habaneras, Cuerpo cierto, Quilombo, La hermana muerta y Esta luz sin contornos. Seguramente por premuras editoriales se ha obviado La Sentencia.
Tras el capítulo necrológico, sigue un apéndice bibliográfico. La edición se enriquece con un rico aparato iconográfico, del que destaca la fotografía de Castelo junto a Fidel Castro en el Palacio de la Revolución cubana (1989), ambos sonriéndose con afectuosa complicidad.
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