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Carolina Coronado

CAROLINA CORONADO, UN CENTENARIO OLVIDADO EN EXTREMADURA Y EN ESPAÑA
      

Ricardo Hernández Megías. Febrero de 2011


El día 15 de enero de 1911 se apaga definitivamente la llama de la inmortal Carolina Coronado, a quien hace muchos años han dejado sola sus contemporáneos. Y sin embargo, la gran poetisa, aun a pesar de los cambios sufridos en las nuevas corrientes literarias de finales del siglo XIX y principios del XX, no había sido olvidada por los actuales poetas, para los que sigue siendo su guía, como podemos comprobar en los numerosos homenajes y páginas de ensalzamiento, tanto a su obra como a su persona, en los días posteriores a su fallecimiento en la capital del país vecino, donde vivía recluida (por respetuoso deseo del gobierno portugués) en el vetusto y hermoso palacio de la Mitra, vendido por su hija Matilde al no poder pagar los gastos de conservación del mismo y viviendo de las traducciones que ésta hacía para poder mantener a la vieja dama del romanticismo.

Pero esta anciana de negras vestimentas que pasea su soledad por los hermosos y medio abandonados jardines de su palacio, nunca romperá definitivamente con el mundo –mucho menos con su patria–, estando al tanto de los principales acontecimientos que se producían, e incluso, volviendo a componer, con una claridad de ideas y la belleza de su prodigioso talento, algunos versos que nos llenan de asombro, como es el caso del homenaje que le rinde a su paisano Espronceda cuando se entera del traslado de los restos del querido maestro desde el humildísimo y olvidado nicho de la Sacramental de San Nicolás, al Panteón de Hombres Ilustres del siglo XIX del cementerio de San Justo. O el que algunos estudiosos de la obra de Carolina consideran que fue su última composición, fechada en 1910, con más de noventa años sobre sus espaldas:

                        Quejarse es protestar; la pena es muda
                        cuando oprime con ruda persistencia,
                        sólo el silencio al desgraciado escuda
para ocultar al mundo su existencia.
Silencio el infortunio necesita
para templar su natural encono,
sufre del ser humano el abandono.
Si véis que aún vivo, y de mi larga vida,
conservo el hilo por seguir viviendo,
no es que a vivir el goce me convida,
pues más goce descansar muriendo.
Es que cumplo el deber de mi destino,
dócil, sumisa al que gobierna el alma,
sin que el dolor cruel, en mi camino
logre irritar mi resignada calma.

El día 19 de enero de 1911 llegan los restos mortales de Carolina Coronado y los de su esposo Horacio Perry a la estación de ferrocarril de Badajoz, ciudad que por expreso deseo de la escritora iba a ser su última morada. Después de las firmas de rigor por parte de las autoridades sanitarias pacenses haciéndose cargo de los lujosos féretros de caoba con incrustaciones de plata, se le rezó un responso en la humilde iglesia de la barriada de La Estación, para, a primeras horas de la tarde, seguidos por un cortejo oficial de autoridades de la región, representantes de las sociedades culturales extremeñas y de una silenciosa multitud de vecinos que, sobrecogidos y silenciosos, vieron pasar los dos coches fúnebres, recibir sepultura en el cementerio de la vieja ciudad en la que había pasado su juventud y en la que se le recordaba con verdadero cariño.

Al día siguiente, 20 de enero, el periódico local La Coalición, daba en sus páginas cumplida reseña de los funerales: A las siete y cuarto de la mañana de ayer llegaron a la estación en tren correo de Lisboa el cadáver de la ilustre poetisa Carolina Coronado y Romero y los restos de su esposo Mr. Perry.
En un vagón enlutado y convertido en capilla ardiente, venían aquellos, encerrados en magníficas cajas de caoba con herrajes y adornos de plata, y sobre los mismos una hermosa corona en cuya cintas moradas se leía la dedicatoria a Carolina Coronado de sus sobrinos los señores de Burnay, y una preciosa cruz de flores naturales entre las que descollaban hermosísimas camelias, violetas dobles y otras preciosas y variadas flores dedicadas a la eximia escritora por el director de la Compañía de cables de Lisboa.
Acompañando los cadáveres venían en el tren portugués el hijo político de los finados, D. Pedro Torres Cabrera, y uno de sus sobrinos.
Esperaban en el arcén de la estación, el señor cura párroco de la barriada de La Estación, D. Felipe Carazo, en representación de la familia; el inspector provincial de Sanidad, y representación del Ateneo y de la prensa de esta capital y de los corresponsales de Madrid.
Cumplidas las formalidades de rúbrica fueron transportados los féretros a hombros a la iglesia parroquial de La Estación, seguidos de la comitiva, siendo depositados en sencillos túmulos, donde esperaron la hora de ser conducidos al cementerio en medio de una manifestación de duelo a la que ha acudido todo el pueblo de Badajoz, rindiendo el merecido tributo a la cantora de las glorias extremeñas.
Al llegar a la iglesia, el señor cura de la parroquia de La Estación rezó el responso de rública. 1

Se enterraba al personaje y nacía la leyenda. Sí, decimos bien, leyenda; porque al margen de los grandes méritos que atesoró en vida Carolina Coronado y de la importancia de su obra literaria, creemos que sin la aureola de “misterio”, muerte y resurrección de la dama, dimes y diretes sobre los presuntos no enterramientos de sus hijos y de la más que improbable presencia física del cadáver de su esposo en la capilla del palacio de la Mitra, a lo que hay que añadir sus “cotilleos” de dama de la alta sociedad madrileña con la misma reyna Isabel II y sus más que probadas intervenciones, en algunos casos muy concretos, en la política de Estado (¿fue la casa de Carolina lugar de encuentros amorosos de la escandalosa y frívola Isabel?), la figura de la poetisa habría llegado hasta nuestros días con más rigor y menos deformación de la realidad, aunque ella hiciera mucho para alimentar estas historias desconcertantes.

No vamos nosotros, en estas breves notas de homenaje en el primer centenario de su muerte, a volver a recuperar su biografía, por otra parte tan numerosas como altísima calidad, en algunos casos, 2 y sí denunciar lo que consideramos un despropósito por parte de las autoridades civiles y académicas al olvidar el merecido homenaje a una de las grandes figuras literarias extremeñas que, al mismo tiempo, fue la gran embajadora y defensoras, durante muchos años, de su tierra de nacimiento. Si el centenario en 2010 del bibliógrafo don Antonio Rodríguez-Moñino se hizo a “trancas y barrancas” y con la improvisación de quienes no tienen muy claro qué significa homenajear a nuestros grandes personajes, el olvido  de la figura de la poetisa Carolina Coronado (hasta estos momentos y pasada ya la fecha del centenario de su muerte), vuelve a denunciar el poco aprecio que en Extremadura tenemos por la Cultura y por quienes la representan.

Estamos a tiempo. El año es largo y, todavía, es tiempo de que nuestros universitarios, nuestros escolares, de la mano de sus profesores, de sus munícipes, de sus autoridades políticas, corrijan este olvido y se vuelquen en homenajearla. Un olvidado nicho en el viejo cementerio de Badajoz está esperando las manos juveniles (que ella tanto amó y a las que tantos poemas escribió) que le ofrezcan una flor o recen una oración por su alma. Nosotros así lo hacemos.

___________________

(1)     Del libro Escritores extremeños en los cementerios de España, tomo II. Ed. Beturia. Madrid, 2004, págs. 189-228.
(2)     Adolfo de Sandoval: Carolina Coronado y su época. Librería General. Zaragoza, 1944.
Estrella Biedma: Carolina Coronado, dama del Renacimiento. Rev. Historia y Vida, nº 54. Madrid, 1972, págs. 96-99.
Alberto Castilla: Carolina Coronado de Perry. Ediciones Baramar, 1987
Margarita Nelken: Las escritoras españolas. Barcelona, 1930.
Manuel Pecellín Lancharro: Literatura en Extremadura. Tomo II, págs. 57-67. Universitas. Badajoz, 1981.
José López Prudencio: “Carolina Coronado”, en Notas literarias de Extremadura. Tip. Artes Gráficas. Badajoz, 1932, págs. 227-239.
Emilio Castelar: Doña Carolina Coronado, en Discursos y Ensayos. Edición de J. García Mercadal. Aguilar. Madrid, 1964, pág. 234.
Ángel Fernández de los Ríos: Apuntes biográficos de la señorita Carolina Coronado. Biblioteca Universal. Madrid, 1852.
Ramón Gómez de la Serna: Mi tía Carolina. Emecé Editores. Buenos Aires, 1942.
Isabel María Pérez González: Carolina Coronado. Etopeya de una mujer. (Biografías extremeñas, nº 3). Diputación Provincial de Badajoz, 1986.
Isabel María Pérez González: Carolina Coronado (del Romanticismo a la crisis fin de siglos). Los Libros del Oeste. Badajoz, 1999.
            
  

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