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UN SOLDADO EXTREMEÑO EN LA GUERRA DE CUBA

UN SOLDADO EXTREMEÑO EN LA GUERRA DE CUBA
DON FRANCISCO NEILA Y CIRIA 1862 – 1923)

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Ricardo Hernández Megías. 2011.


La llamada “guerra de Cuba” es la parte final de una contienda bélica de incalculables dimensiones y crudeza con una de las mayores potencias emergentes de finales del siglo XIX, los Estados Unidos de América, por lo que dichos enfrentamientos podemos llamarlos más acertadamente “guerra hispano-estadounidense”, cuyo triste final, la derrota vergonzosa de España en 1898, nos llevó a unos de los momentos más críticos, tanto en lo social como en lo político, de un país que nunca supo defender sus territorios con la solvencia necesaria. La corrupción de la clase política, el abandono de sus deberes con sus ciudadanos –tanto de los de dentro como los de ultramar– y la falta de medios económicos para apoyar a su ejército en los momentos necesarios, hizo posible que en dicho año 98 España perdiera todas sus colonias del mar del Caribe, así como las del Pacífico, en donde se encontraban las Islas Filipinas, las Islas Marianas y las Islas Carolinas.

Y no es que dichas potencias no vinieran anunciando sus planes anexionistas. Los mismos Estados Unidos, una vez pacificados sus territorios entre Norte y Sur, ya habían dado prueba de sus deseos, cuando a mediados del siglo XIX invadió y se apoderó de los antiguos territorios de México, así como, en la Conferencia de Berlín, en 1884, las potencias europeas, con el fin de no enfrentarse entre ellas, necesitando expandir sus economías, decidieron repartirse los enorme territorios del continente africano, con la finalidad de abrir nuevas vías de comercio, tanto como explorar y explotar los ricos yacimientos minerales que desde hacía años se sabía que encerraban sus suelos. Tampoco los territorios asiáticos se salvaron de la codicia de los políticos europeos, siendo China el país más deseado para sus afanes comerciales; sólo el comienzo de la Primera Guerra Mundial aplazaría las ansias de colonización; unos planes que después del desarrollo de la misma guerra, con la desaparición de algunos de los países europeos y con la demarcación de nuevas fronteras territoriales, harían cambiar, que no olvidar la conquista de esos continentes.

Estados Unidos, ya por aquellos momentos país de grandes recursos económicos y con un buen ejército perfectamente preparado, que no había participado en el reparto africano ni asiático, puso, sin embargo, sus ojos –mejor decir sus intereses– en territorios de la zona del Caribe y del Pacífico, donde su influencia se hacía en sentir en Hawái y Japón, zonas donde España y desde hacia siglos, mantenía su influencia con las colonias de Cuba y Puerto Rico, en la primera, y Filipinas, Marianas y Carolinas, en la segunda.

No fue difícil poner en aprieto a las autoridades de los gobiernos españoles, habida cuenta de la tremenda debilidad que la clase política venía padeciendo desde las crisis políticas abiertas y nunca cicatrizadas, en tiempos de Isabel II. Por otra parte, el fuerte valor económico, agrícola y estratégico que significaba Cuba, venía siendo objetivo prioritario de anteriores presidentes americanos, que, incluso, llegaron a hacer ofertas económicas para su compra, si bien nunca aceptadas por los gobiernos españoles, habida cuenta que Cuba era la “perla” de sus colonias y La Habana, su capital, el centro del tráfico comercial más importante, comparable a muchos puertos peninsulares.

A los deseos americanos de posesión de tan rica plaza, hay que sumar el descontento de los habitantes de la isla enfrentados con las autoridades de la metrópolis por lo que ellos consideraban limitaciones políticas y comerciales impuestas por España a sus productos principales, tales como la caña de azúcar que veían como era boicoteado su comercio con los EE. UU., y, sobre todo, la insolidaridad de las empresas textiles catalanas, asegurándose el monopolio textil, para lo cual fueron promulgadas la Ley de Relaciones Comerciales con las Antillas (1882) y el Arancel de Cánovas (1891), gravando los productos extranjeros con más de un 40% y obligando a absorber los excedentes de producción, medidas que fueron verdaderas barbaridades económicas que no hacían más que ayudar al hundimiento de la industria cubana.
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