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JOSÉ CASCALES MUÑOZ

Villafranca de los Barros, Badajoz, 28 febrero de 1866 / Madrid, 12 abril de 1933



Villafranca de los Barros fue la cuna de este infatigable investigador, escritor, periodista y sociólogo de la Generación del 98, nacido un 28 de febrero de 1865 en la antigua calle Hernán Cortés, número 13. Su madre Eloísa Muñoz, muere muy pronto y el joven José se educa con sus abuelos, en un ambiente económico muy desahogado, ya que el padre había marchado a Cuba.

         Sabemos que comenzó el bachillerato en la capital pacense y lo termina en Sevilla, ciudad en la que también obtendría la licenciatura de Filosofía y Letras, comenzando en ella, con el seudónimo de “Mathéfilo”  sus colaboraciones periodísticas en El Hispalense, El Mundo Obrero o en El comercio de Andalucía, entre otros. Fue socio fundador del Ateneo y Sociedad de Excursiones de Sevilla, manteniendo durante toda su vida un gran interés por la arqueología y los viajes. También estarían  muy presentes en su carrera profesional la Sociología y la Historia, creando una cátedra de Sociología en la Universidad de Madrid, que desempeñó durante el curso 1898-99.

         Sobre esta etapa de su vida nos cuenta Francisco Elías de Tejada en su libro: Tres escritores extremeños: los detalles de su biografía acusan el tono medio, pero nunca mediocre, de una personalidad que, si carece e brillos, es rica en interés para el curioso de las letras. Estudiante en Badajoz y Sevilla, mal estudiante, poco apegado a los libros, no alcanza el grado de Bachiller hasta cumplir los veinte años, licenciándose en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla el 18 de noviembre de 1889. Vuelto a su pueblo natal en estas fechas, permanece allí ocho años, apenas cortados por un rápido viaje a Madrid para examinarse de las asignaturas del doctorado. En 1897, Alberto Aguilera le otorga un destino en el negociado de la Prensa del Gobierno Civil, con carácter interino, que adquiere arraigo cuatro años después, cuando su buen amigo, el general Wayler, le proporciona un puesto  permanente en la plantilla del Ministerio de Instrucción Pública.

         Aprovecha esos años para acumular concesiones honoríficas y para escribir en los periódicos. El 12 de diciembre de 1898 se doctora en Filosofía y Letras, consiguiendo el propio año la consideración de correspondiente de la Real Academia de la Historia, y en 1902, el nombramiento de cronista de Extremadura.       

         Después de esta incursión en tierras sevillanas, no sabemos por qué, vuelve a su pueblo, Villafranca de los Barros, por un período muy largo, aunque visita frecuentemente Madrid, ciudad en la que se doctora en el año de 1898. Su pasión por la arqueología hace que en estos años de vida pausada dedique mucho tiempo a desentrañar la historia de su pueblo; fruto de dicho trabajo será el descubrimiento de los importantísimos túmulos prehistóricos de Canillas del Serrano, finca que pertenecía a su padre en el término de Guillena. Para defender el rico patrimonio de su ciudad, en 1891 funda el Museo Regional de Villafranca de los Barros.

         Su dedicación preferente durante estos años será el periodismo, como lo demuestran
sus numerosas colaboraciones en diferentes medios nacionales e, incluso, extranjeros. Hombre de gran cultura, será llamado a colaborar en la confección del diccionario enciclopédico Espasa. También se atreverá a escribir un libro de versos: Los primeros frutos de mi huerta, 1897, libro que él mismo considera poco afortunado y sin la calidad literaria suficiente como para tenerlo muy en cuenta dentro de su obra. Mucho más interesantes, dentro de su faceta crítica literaria, son los libros que le dedica al poeta postromántico Espronceda, nacido en Almendralejo: Historia de la cuerda granadina, contada por alguno de sus nudos, 1926, que es una magnífica y entretenida depuración de los versos pornográficos del escritor extremeño, así como una estimable biografía del vate, titulada: Don José de Espronceda, su época, su vida y sus obras, 1914.

         Más importante es su faceta como historiador del arte donde da a conocer en dos bellos volúmenes Las bellas artes plásticas en Sevilla, 1929 y su monografía sobre su paisano el pintor Francisco de Zurbarán, 1911, que mereció los honores de ser traducido al inglés. En el terreno de local a él debemos el primer estudio conocido sobre la Historia de Villafranca de los Barros, 1904, que muchos años después sigue siendo una obra de referencia en el estudio de la historia de su pueblo y de  Extremadura.     

         Pero más importante que el periodismo y la literatura, o a su misma altura, será su gran interés por la política, comenzando a militar en el Sindicato Socialista UGT en el año 1893, como miembro de una Sociedad de Encuadernadores “El Libro”, oficio que había aprendido en tierras extremeñas. Según nos señala el profesor Pecellín en sus apuntes biográficos sobre dicho personaje: lo que más resalta su interés regeneracionista, así como la capacidad intelectual de que estuvo dotado, es la fundación de la cátedra de Sociología en la Universidad madrileña. A propuesta de Cascales, los claustros de Derecho y Filosofía aprobaron la creación de esta cátedra, que él explicó con carácter libre durante el curso 1898-1899. Pionero y acertado docente, se sintió víctima de inconfesables intrigas porque la cátedra por él creada se otorgó el curso siguiente a otro académico. Bajo su nombre, hará imprimir en las portadas de los libros: “Iniciador y ex profesor de la enseñanza de la sociología en la Universidad Central”.

         Cascales poseyó unas concepciones muy definidas sobre esta ciencia. No era la suya una visión aséptica, antes bien consideraba que el sociólogo debía investigar tanto las causas como los remedios posibles de las alteraciones sociales. En lugar de preferir las magnas teorizaciones, a las que son tan dados los fundadores de este nuevo saber, Cascales se inclina por el análisis continuo de los hechos sociales”.

         Pero esas mismas concepciones tan definidas sobre la nueva ciencia, como también insinúa el profesor Pecellín, lastrarán la producción de Cascales; él, como tantos intelectuales españoles comprometidos con el Movimiento obrero, de tanta actualidad a principios de siglo, seguirá una línea teórica con pocas aportaciones creativas, que en definitiva,
dañan una obra, si bien bienintencionada, bastante comprometida con las ideas y postulados marxistas, de los que él por otra parte se encuentra muy alejado, haciéndole car en frecuentes y muy sonadas contradicciones.

        
Sus prologuistas anotaron en sus trabajos las grandes cualidades humanas del escritor de Villafranca, nos comenta Elías de Tejada en el ya citado libro: la modestia ejemplar en copiar citando, cosa siempre rara en los pedantes de cada día, su intenso patriotismo, su concienzuda prolijidad metódica, honradez de publicista que le abren de par en par las puertas de nuestro respeto.

         Muchos de sus defectos son suyos por serlo de su época. Del mismo modo que sonreímos con inefable estilo al verle denominar “veloz serpiente” al tren que sale de Sevilla a las seis de la mañana para llegar seis horas después a Zafra, se nos antojan banales muchas de sus frases, sin contar con que en aquel entonces estaban dotadas de una efectividad, para nuestros abuelos sencillamente impresionante.

Juzguémoslo como lo que fué, como un hombre de la generación del 98, que nace por los mismos años que Ganivet y que Unamuno, sin el talento superior de éstos, perdido en un ambiente de irremediable chabacanería, lanzado a la tristeza del desastre colonial, ansioso de hallar salidas a la decadencia española. Mérito suyo fué, y muy grande, no hundirse en el derrotismo de un Luis de Morote, mas ni siquiera ofuscarse en europeísmos liberales cual sucediera el talentudo Joaquín Costa. Por encima y por debajo de sus, al fin y al cabo, inocentes infantilidades, late una pasión de laboriosidad y un irrefrenable acento español que choca con la gris neblina del horizonte patrio. Laboriosidad y patriotismo que son los dos pilares de sus abigarrados escritos sociológicos y la causa de que hoy le recordemos con simpatía abierta y confesada.

         No obstante, gran conocedor de la sociedad que se estaba creando por aquellos años de principios de siglo y de los cambios que la revolución industrial acarrearía a la sociedad obrera, vamos nosotros a recoger algunas de sus palabras recogidas en su obra Democracia colectiva, porque ayer, como hoy, el problema de la desigualdad social, de la reforma laboral, del reparto de la riqueza en el trabajo, está muy lejos de conseguirse. La neutralidad española en la Primera Guerra provocó un acelerado desarrollo industrial que, lamentablemente, se vio acompañado por una crisis económica para los asalariados tan grave que, por primera vez, afectó a las clases medias (funcionarios, militares…) que siempre deseaban equipararse con los grupos sociales más acomodados pero que, ante las dificultades económicas de esos momentos, envidiaban la capacidad de lucha de la clase obrera organizada, que obtenía mejoras sociales inmediatas. Los éxitos de la acción sindical del proletariado militante se ponían de manifiesto en la primera lección de Sociología que en 1915 publicó José Cascales Muñoz. Las notas están recogidas de La Alcarria Obrera, y lleva por título: Democracia colectiva: Como consecuencia de las actuales luchas político-económicas, las Federaciones patronales españolas, con un manifiesto y algunos Congresos, y la Liga de las clases medias, con varias asambleas, han procurado hacer evidente la necesidad de que todos aquellos cuyos intereses son idénticos a lso suyos cambien de táctica política y societaria, si no quieren continuar siendo estrujados por los de abajo y por los de la cumbre.

         Pero de las inútiles lamentaciones y de los buenos propósitos, escritos y hablados, no pasan jamás.

         ¿Es que ignoran el camino? No. a mi juicio, lo conocen mejor que yo y que cuanto
s cicerones pretenden enseñárselo; si no lo siguen no puede ser por ignorancia, sino porque al sano egoísmo colectivo se impone en cada uno de ellos el suicida egoísmo intelectual; y aunque, por creerlo así, se me ocurre exclamar, como al poeta “Que yo bien sé que el mundo no adelanta / un paso más en su inmortal carrera / cuando algún escritor, como yo, canta / lo primero que salta en su mollera”, quizá no sea inútil llamar la atención sobre el contraste que ofrece en todos los pueblos modernos la conducta seguida por las clases más cultas, más ricas y, por lo tanto, mejor dotadas para su propia defensa y para el ejercicio de la ciudadanía, al lado de la que observan las clases más incultas, más pobres, las predispuestas a la indefensión y a la venalidad y, por lo tanto, más aparentemente refractarias a toda acción colectiva.

Las primeras han creído compatibles, para su correspondiente prosperidad, la subsistencia del gremio y del comité, con funciones independientes: la defensa de los intereses colectivos por un lado y por el opuesto el medro personal, y así les va a ellas como tales clases y a sus individuos como tales individuos, a pesar de su carácter de productores y contribuyentes

         Las segundas, en cambio, han sabido aunar la acción económica y a acción política: el comité y el gremio son para ellas una sola y misma cosa, y los resultados son inmejorables. En el terreno económico se multiplican sus conquistas de una manera asombrosa, y en el político son sus individuos los ciudadanos más puntuales en el ejercicio de sus deberes y de sus derechos y los más esforzados campeones de la moralidad en todas las corporaciones de que forman parte, así como los más conscientes de sus fuerzas y los más celosos defensores de sus causas…        

         Cascales insiste en algún pasaje en que su concepto de la Sociología no tiene nada en común con la jerigonza que se explica en las universidades. No concede importancia a las teorías abstractas ni a los libros que él llama polígrafos en vez de eruditos. Él se arma de con recursos de una lógica primordialmente pragmática más que de un doctrinario sociológico. A sus ojos, la tan aclamada  revolución francesa, no engendró más que el egoísmo, llevándolo a los extremos más radicales. La prometida libertad política concluyó con la esclavitud económica: la igualdad de derechos, sin igualdad de condiciones económicas fue realmente servidumbre; la fraternidad fue realmente competencia despiadada; el capital sustituyó a la sangre; el abandono del débil fue el eslabón último de la cadena de inconsecuencias revolucionarias.
  
         Hombre contradictorio y a veces desconcertante en sus postulados, tiene una percepción puramente materialista de la Patria. Para él, la patria no significa ni implica sentimiento de emoción colectiva ni siquiera cauce de unificación cultural, sino escueta unidad económica: Las patrias no son ya otra cosa que sociedades mercantiles, nos dirá con ecos revolucionarios, para concluir al cabo que carecen de razón de ser, por no pasar de un instrumento de opresión de los pobres por los ricos. Nacionalidades económicas, las guerras se justifican por motivos estrictamente económicos, en lo que estamos completamente de acuerdo. Otra clara faceta de cómo habíanle penetrado las esencias marxistas es su concepto del cambio social. Cascales niega que todo pueda resolverse con una alteración política ni con el tránsito de la monarquía a la república en la jefatura del Estado; antes estima que tal cambio no contentaría a nadie, porque lo que se precisaba era la mutación del orden económico.

         Y como el orden actual es imperfecto, tal mutación vendrá forzosamente. Cascales la contempla, muy a lo marxista, como ilusionada meta apetecible, seguro además de su ineludible advenimiento. Por irrealizable que a primera vista parezca –escribía en 1894– el programa del partido socialista obrero, es indudable que la revolución social no dejará de efectuarse dentro de más o menos tiempo, e indudable es también que el Estado de cosas que sustituya al presente será mejor para todos y bajo otros conceptos. Idea que le acompaña siempre: En 1902 decía que no es posible resolver el problema obrero sin la destrucción del sistema de producción capitalista, al paso que dos lustros después todavía aseveraba que el término de la actual evolución social no es otro que el comunismo. Su ciega fe en el progreso, creencia dogmática del siglo sin dogmas que fuera el XIX, exigía una marcha continua en los avatares humanos; y porque profesaba la continuidad del progreso, aun a costa de los cadáveres de civilizaciones enteras, su filosofía de la historia es el optimismo de un ideólogo afanoso de quimeras. Así la ideología marxista es aceptada por José Cascales como superación del liberalismo decadente y flojo, aceptando de ella muchos puntos capitales; mas con una aceptación en la que hay mucho del atropello inconsciente, ya que se alía con una fuerte dosis de pensamiento tradicionalista, en extraño maridaje, cuya sola explicación pudiera ser la de que aquello que le preocupó fue negar las tesis liberales.         

         
A su muerte en 1933, Cascales dejó una producción muy abundante, cuyo mérito está en el conjunto mismo y no tanto en la calidad sobresaliente de alguna de sus composiciones. Así lo vio su paisano don Antonio Rodríguez-Moñino, escritor e investigador mucho más exigente, quien criticaría duramente la manera de hacer del cronista oficial de Villafranca de los Barros.

         A estas alturas en que nos encontramos, la obra de Cascales Muñoz podemos decir que, salvo contadas ocasiones y por motivos de reafirmación local o provincial, ha merecido poca atención de los estudiosos, aunque creemos que cuenta con importantes buenos trabajos, sobresaliendo, principalmente, en sus aportaciones biográficas como las dedicadas a Espronceda y Zurbarán, o los estudios arqueológicos de su zona.

         Fue académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y miembro de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, así como cronista de Extremadura. Desde 1950, la Biblioteca Pública Municipal lleva el nombre de José Cascales Muñoz, y varias calles, barriadas y centros de enseñanza y culturales de ciudades extremeñas rinden homenaje a su memoria.

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