PRÓLOGO
El libro que tienes en las manos,
querido lector, nace del esfuerzo personal de un hombre nacido en la Villa de
Barajas, que no quiere que los nuevos tiempos que se han cernido sobre su pueblo
borren su larga, importante e
interesantísima Historia. Con mucho amor y la dedicación de muchas horas robadas
al descanso y a sus allegados más cercanos, ha indagado en cada una de las
familias tradicionales del pueblo para, todos juntos, aportar el inmenso tesoro
que hoy suponen los soportes fotográficos que lo acompañan, y que, en su
mayoría, son inéditos, manteniéndose dichos tesoros como parte de la historia
personal de cada familia, que los guardan en sus casas con verdadera devoción,
sabedores como son de que las nuevas y revolucionarias técnicas han desplazado
para siempre los daguerrotipos y fotografías en blanco y negro del siglo
pasado.
Efectivamente, Barajas ha sufrido en
sus carnes (en sus tierras y en sus hombres) el mayor zarpazo que un pueblo
puede sufrir, como es la pérdida de su propia personalidad, la difuminación de
su Historia, el olvido de sus antiguas tradiciones –tanto culturales como
artesanales–. En resumen, la pérdida de sus propias raíces centenarias, en aras
de una nueva era de tecnicismos, con el Aeropuerto como centro del cambio, así
como de la especulación de su suelo, ayer trabajados en hermosísimas huertas
familiares que abastecían las necesidades del pueblo, y hoy pasto de numerosas e
incontrolables urbanizaciones, que han modificado –ya para siempre– tanto el
panorama de sus espacios abiertos como las actividades diarias de sus
habitantes. Si hasta los años cincuenta era un pueblo campesino y agricultor,
hoy, salvando el complejo aeroportuario y el comercial del Recinto Ferial, el
resto de sus habitantes lo tienen como ciudad dormitorio, con lo que ello
significa de alejamiento de sus costumbres centenarias, o su falta de implicación
en los problemas diarios de la Villa.
Pero no siempre fue así como vamos a
poner de manifiesto en los renglones siguientes.
Aunque se conocen rastros físicos de un
pueblo de la Edad del Bronce, así como existen restos de la época romana y
medieval, los primeros y más importantes signos de su importancia están unidos
a la existencia del castillo de los Zapatas, cuya mole granítica se eleva sobre
un pequeño promontorio en los terrenos de la llamada Alameda, desde el que se divisa una amplia zona atravesada por el
arroyo de Rejas que alcanza hasta el río Jarama. Este castillo se construyó a
finales del siglo XIV o principios del XV, como residencia fortificada del
nuevo señor feudal de estos territorios, una vez llegados al poder la dinastía
de los Trastámara, siendo el primer señor del castillo (aunque ho hay datos
fehacientes del hecho) don Diego Hurtado de Mendoza, Almirante de Castilla y padre
del Marqués de Santillana. (Otros datos nos señalan a don Pedro González de
Mendoza como su primer propietario, en 1385, siendo rey Enrique II).
El dominio definitivo de los
territorios por parte de la corona de Castilla frente a los invasores árabes,
hace que lo que en su momento fue una residencia fortificada pasara a ser,
aproximadamente durante los años 1555 a 1580 un palacio rural de estilo
renacentista, con hermosa ornamentación, entre las que figuraban jardines,
fuentes, etc., y todo ello rodeado de un amplio foso que lo defendía de
incursiones extrañas, acorde a los nuevos gustos de la vieja nobleza que había
ido dejando atrás sus aventuras guerreras para transformarse en una
aristocracia cortesana.
Cuentan las crónicas que don Diego
Hurtado de Mendoza, además de casarse dos veces, tuvo como amante a su prima
Mencía de Ayala, a quien a su muerte en 1404 dejó el señorío de Barajas y la
Alameda, enajenándolos del mayorazgo de los Mendoza. También está probado que
doña Mencía casó con Ruy Sánchez de Zapata, aportando como dote de boda dicho
señorío, pasando desde este momento la jurisdición de dichos territorios –entre
ellos el castillo– a formar parte del patrimonio de los Zapatas.
Entre los descendientes de esta familia
de la nobleza, el personaje más notable fue don Francisco Zapata de Cisneros,
quien alcanzó un alto puesto en la Corte de Felipe II, llegando a ser nombrado
–entre otros cargos–, presidente del Consejo de Castilla. Por sus méritos
personales y por su fidelidad al rey se le concedió en 1572 el título
nobiliario que marcaba uno de sus señoríos: el de Conde de Barajas, quienes
tenían su residencia habitual en la hoy llamada plaza de los hermanos Falcó y
Álvarez de Toledo, del pueblo del mismo nombre. Y así siguió durante mucho tiempo,
dejando el castillo como lugar de recreo.
Desde entonces acá muchos e importantes
acontecimientos se han vivido entre sus fuertes muros: los Zapatas, siempre
fieles a la corona prestaron su residencia de la Alameda que fue empleada por
la justicia real como cárcel de varios personajes de la Corte caídos en
desgracia. Sabemos que entre sus muros estuvo preso el poderosísimo don
Fernando Álvarez de Toledo, III Duque de Alba, en 1580. Muchos años más tarde,
corrió la misma suerte don Pedro Téllez de Girón, III duque de Osuna y virrey
de Nápoles, quién acabaría muriendo en su prisión de la Alameda. Otro personaje
famoso que pasa su cautiverio en el castillo de la Alameda es el escritor
Francisco de Quevedo, quien había escrito sobre la muerte del gran Osuna: Faltar pudo a su Patria el Gran Osuna / pero
no a su defensa sus hazañas; / diéronle muerte y cárcel sus Españas; / de quien
hizo esclava su fortuna.
También sabemos que en 1599 fue
residencia provisional de la reina Margarita de Austria, antes de su entrada en
Madrid, tras la boda con Felipe III, en Valencia.
Tras un incendio en 1697 que
destruyó parte del castillo, ya no
volvió a reconstruirse. En 1785, previa autorización del municipio, la duquesa
de Osuna y de Benavente, doña Josefa Alonso Pimentel, quien había comprado los
terrenos en 1783 al conde de Priego, extrajo buena parte de la piedra del
castillo para la edificación de su cercano palacete de El Capricho, al que nos acercaremos detalladamente, por ser parte
importante del patrimonio de Barajas, junto al panteón de los condes de Fernán
Núñez.
En el siglo XVIII, siguiendo el ejemplo
de los Zapatas, numerosas familias aristocráticas edificaron sus villas de
recreo a las afuera de Madrid, preferentemente en los bellos parajes al oeste
de la ciudad, siguiendo el camino de Alcalá de Henares, terrenos cubiertos –por
entonces– de tupidos bosques y con aguas y caza abundantes. Algunas de estas
hermosas fincas siguen estando en plena vigencia, como las del marqués de Suanzes
(hoy de propiedad municipal), Torre Arias y, para nuestro estudio, la de los duques
de Osuna, denominada El Capricho,
también hoy de propiedad municipal.
En 1785, los descendientes del gran duque
de Osuna, encerrado y muerto entre los muros del castillo de los Zapatas,
decidieron y mandaron construir muy cerca de él, en la misma Alameda, una finca
de recreo en el que destacaba el hermoso palacete y los espléndidos jardines,
que con distintos y graves problemas, tanto de mantenimiento como de propiedad,
han llegado hasta nuestros días en muy buenas condiciones de uso para el
público madrileño. La historia del esplendor y decadencia de esta hermosa
propiedad ya está contada en varias ocasiones, por lo que nosotros nos limitaremos
únicamente a señalar la importancia que tuvo en su época la construcción de
dicha finca de recreo, los numerosos y atrayentes actos sociales que en ella se
produjeron con la asistencia de lo más granado de la aristocracia madrileña, el
lujo de sus estancias, donde se pintaron sus paredes con frescos del pintor aragonés
Francisco de Goya; su Abejero, Casino y Sala de baile; su Exedra dedicada a la
duquesa de Benavente –hoy expoliada o desparecida en parte–, sus hermosos
jardines en los que colaboraron los mejores especialistas franceses e italianos,
etc. De tal manera influyeron las obras en el entorno y tal fue su influencia
entre la población de los alrededores, que a partir de esos años, el lugar fue conocido
y reconocido con el nombre de la Alameda
de Osuna, o parque de El Capricho, pues
capricho fue, y bien personal, de la señora condesa-duquesa de Benavente y
duquesa de Osuna. No queremos entrar a explicar la utilización del parque como
trincheras y fortificaciones del mando republicano durante la guerra civil de
1936-1939, en los que albergó el Cuartel General de la Defensa de Madrid
dirigido por el general Miajas, porque nos parece una aberración y una agresión
sin precedentes al patrimonio nacional. Hoy, afortunadamente, después de muchos
años de abandono y utilización de sus amplias galerías, oficinas y hospital de
sangre subterráneos de la denominada “Posición Jaca” por parte de vagabundos y
expoliadores, se encuentran cerrados al visitante y esperemos que por muchos
años, por no encontrar en ellos nada que valga la pena visitar, y si olvidar
para siempre. También queremos dejar al margen de estos apuntes el hoy llamado
Parque de Juan Carlos I, roturado sobre la importante finca agraria denominada El Olivar de la Hinojosa, el Recinto
Ferial, que roba espacio a dicho parque, motor del comercio de Madrid y de
España con sus numerosas e importantes Ferias Internacionales y el siempre
presente Aeropuerto Internacional de Barajas, el más importante de España y uno
de los más concurridos espacios aéreos de Europa, que por sí mismo absorbe en
estos momentos la propia idiosincrasia del hoy Distrito, ayer Villa con
personalidad propia.
Otro importante edificio patrimonio del
municipio de Barajas, junto con el pequeño cementerio que se construyó en el
siglo XIX para aceptar la normativa de salud pública que obligó a dejar de
enterrar en la iglesia de Santa Catalina de Alejandría, Virgen y Mártir, aún en
activo aunque completamente reformada a partir de la original, es el panteón de
los condes de Fernán-Núñez, edificado en
1898 por el nuevo conde de Baraja, primo de la condesa que murió sin
descendencia. El panteón, aún hoy propiedad de la familia, es una pequeña
capilla de estilo neoclásico, encargado al arquitecto madrileño Marqués de
Cubas.
Una vez estudiados los edificios más
importantes que se encuentran dentro del perímetro territorial del municipio de
Barajas, vamos a tornar a retomar la historia civil del hoy denominado Distrito
de Barajas, que en la actualidad lo conforman: La Alameda de Osuna, Corralejos,
Barrio del Aeropuerto, Timón y Casco Histórico de Barajas.
Barajas era –hasta su anexión a Madrid por
Decreto de 18 de noviembre de 1949 en el que pasa a formar parte del distrito
de Chamartín, y formando parte años después al distrito de Hortaleza, hasta la
reestructuración el 13 de julio de 1988 que pasa a ser Distrito propio por
reivindicación de sus vecinos– el pueblo cercano a Madrid más grande de la
zona. Era un término agrícola, con grandes y bien cuidadas huertas cuyas
hortalizas se llevaban en carros a los mercados de Madrid y con una acrisolada
afición taurina y gran espíritu comercial y emprendedor, siendo su semana
grande la segunda de septiembre en que se celebran las fiestas en honor a la
Virgen de la Soledad, patrona del Distrito.
En las “Relaciones histórico-geográficas
de los pueblos de España” podemos leer: En 1575 se llamaba Baraxa (del
término árabe bar-Axa, que significa hija de Axa). El nombre es corrompido de dos dicciones diferentes, una hebrea y otra
arábiga, las cuales se exponen y declaran. Bar
Axa, id est filius Axe y entre
muchas personas antiguas y curiosas de esta villa se ha tenido por común
opinión y cosa cierta, que en los tiempos en que los moros ocuparon a Castilla,
fue señor de este pueblo un señalado moro, llamado Baraxa, y por ser hijo de una mora llamada Axa puso su nombre al pueblo.
La construcción del Aeropuerto de
Barajas, comienza en el año 1928 cuando se determina dotar a España de una red
de transportes aéreos con centro en Madrid, para lo que la capital necesitaba
de un gran aeropuerto, del que hasta esos momentos carecía, por lo que se
seleccionaron unas quinientas fanegas de tierra improductiva y yerma cercanas a
la Villa de Barajas, pero muy bien comunicada a través de la carretera de
Aragón con la capital madrileña, propiedad de don Rogelio Sol Mestre, que las
ofreció por la cantidad de 731.000 pesetas. El proyecto corrió a cargo del
arquitecto Luis Gutiérrez Soto y el marqués de los Álamos. Construido para el
tráfico nacional, el Aeropuerto se abrió al tráfico aéreo el 22 de abril de
1931, aunque su inauguración oficial para operaciones comerciales no se
produciría hasta finales del año 1933, año en que también se inauguran los
vuelos internacionales, condicionando desde esos primeros momentos el posterior
desarrollo urbanístico del barrio.
Hasta el año de 1944 no se produce la
primera gran ampliación del Aeropuerto, como consecuencia de la gran demanda de
servicios aéreos que la nueva sociedad española necesita a partir del primer
plan de desarrollo que se produce en España después de la guerra civil. El
acercamiento de las nuevas y modernas instalaciones al casco histórico y la
necesidad de nuevos terrenos para sus futuras y previsibles ampliaciones, hacen
que el gobierno tome carta en el asunto y decida anexionarse para Madrid la
Villa y todo su término, en el año 1949, al mismo tiempo que hacía lo mismo con
los términos municipales de Hortaleza, Canillas Canillejas, Vallecas,
Vicálvaro, Carabanchel Alto, Carabanchel Bajo, Aravaca, El Pardo y Fuencarral.
En 1980 se hace una nueva transformación,
de cara al Campeonato Mundial de Fútbol, ampliando el radio del Aeropuerto a un
área de 78.000 metros cuadrados y el gran proyecto del siglo XXI, según los
estudios aprobados y ya en fase de terminación, cuenta con cerca de un millón
de metros cuadrados para la terminal, así como otros numerosos servicios para los
pasajeros que lo hacen uno de los más grandes proyectos aeroportuarios del
mundo.
Esto es, queridos lectores, un resumen
de lo que fue y en lo que se ha transformado la vieja Villa de Barajas y su
entorno. Y esto es, apoyado en magníficas fotografías, propiedad del autor y de
los antiguos vecinos de la Villa, la exposición de usos, oficios y costumbres de unos tiempos ya lejanos –pero
no perdidos–, que queremos entregar tanto a los viejos habitantes del lugar
como a los que se han ido incorporando en estos últimos años al Distrito. Para
los primeros, será un bello regalo con el que compartir con los hijos y nietos
que, estamos seguro, han oido hablar muchas veces a sus mayores de una ciudad y
de unos campos ya desaparecidos. Para los segundos, el conocimiento directo de
una ciudad que no está dispuesta a morir en el ovido de sus antiguos habitantes.
Tanto a los primeros como a los
segundos les pediríamos que paseen con sus hijos por las calles del pueblo y
levanten los ojos a las numerosas fachadas de sus casas, representativas de la
vieja burguesía campesina que todavía se conservan. Que miren los nombres de
las calles de viejo sabor dieciochesco y, sobre todo, valoren lo que de
original todavía nos queda en muchos puntos del amplio y rico Distrito: el
castillo, el cementerio, el panteón de los Fernán-Núñez, El Capricho, la ermita de Nuestra Señora de la Soledad, algunas
casas labriegas del barrio de Corralejos, la plaza porticada del casco viejo,
dedicada a la memoria de los hermanos Falcó y Álvarez de Toledo etc. Estamos
seguros de que disfrutarán contemplando todo lo que aquí exponemos
fotográficamente.
Ricardo Hernández
Megías
Me gusta, no sabía que se pueda leer historia de forma tan amena. Santa Marta tiene muchas cosas buenas ,yo te conocí en la comuna ,espero ser también tu amiga.
ResponderEliminar