Presentación del Libro El corazón al hombro del poeta Luis Álvarez Lencero, en el Círculo Extremeño de Torrejón de Ardoz, el 25 de mayo de 2009.
Un tres de abril de 1981, es decir, hoy hace 28 años y 52 días, en el Hogar Extremeño de Madrid, seguramente en el mismo espacio y en una mesa situada en el mismo lugar que nosotros ocupamos en nuestras presentaciones, algunos de los aquí presentes fuimos testigos privilegiados del renacimiento, como nueva Ave Fénix, de un fantasma, enfermo y desorientado, llamado Luis Álvarez Lencero.
Un tres de abril de 1981, es decir, hoy hace 28 años y 52 días, en el Hogar Extremeño de Madrid, seguramente en el mismo espacio y en una mesa situada en el mismo lugar que nosotros ocupamos en nuestras presentaciones, algunos de los aquí presentes fuimos testigos privilegiados del renacimiento, como nueva Ave Fénix, de un fantasma, enfermo y desorientado, llamado Luis Álvarez Lencero.
La historia de este reencuentro con la poesía y con Extremadura, ya ha sido contada, aunque nosotros, ahora, para centrar la figura de nuestro personaje, hagamos una breve semblanza de la misma.
Lencero, hombre de grandes inquietudes artísticas, había saboreado la gloria de la fama como poeta (seis poemarios publicados entre 1953 y 1973), buen recitador, agitador cultural en una Extremadura pacata, conservadora y falta de iniciativas culturales después de la fratricida contienda del 36-39, dibujante, pintor y, ahora, de lleno metido en un nuevo campo del Arte, como lo era la escultura de hierro trabajado en frío, con la que había conseguido un clamoroso éxito de público y de crítica especializada – que no de ventas – con su exposición en Madrid, en la Sala Círculo-2, durante las fechas del 25 de enero al 20 de febrero de 1971.
No supo – o no quiso – digerir el fracaso de ventas de su obra y, esperanzado por las buenas palabras de los galeristas y marchantes, Lencero desoye los consejos de los amigos y familiares, abandona Extremadura, se separa de su esposa Carmen y se instala en el pueblo de Colmenar Viejo, en donde ha solicitado traslado de su plaza de funcionario del I. N. P. y espera unos pedidos que nunca llegarán.
Es el comienzo de una carrera hacia el olvido, que le llevará de un sitio para otro, de un pueblo para otro, agobiado por las deudas, desarraigado de la tierra que le vio nacer y triunfar y rotos todos los lazos sentimentales que hasta entonces habían sido el fundamento y sostén de su vida, particular y artística.
Cuenta Feliciano Correa, cronista de Jerez de los Caballeros y, por aquellos años Delegado Provincial de Badajoz en el Ministerio de Cultura en su libro “El yunque de un poeta” cómo se lo encontraron en Madrid, seguramente ya herido por el cáncer que le costaría la vida pocos años después, la petición de que regresara a Extremadura para reemprender de nuevo su vida artística, las pesquisas que se hicieron en Mérida para que Lencero tuviera un taller donde trabajar y enseñar a nuevos alumnos sus trabajos sobre hierro, y como éste acepta el ofrecimiento del, por entonces, Alcalde Vélez.
Este reencuentro con los ambientes extremeñistas en Madrid, cuyo núcleo principal era el Hogar Extremeño de Gran Vía, 59, propició el que Lencero aceptara dar un recital de su poesía, cuyo éxito fue relevante, puesto que además de ser un buen poeta, el recitador tenía una voz cálida y apasionada, capaz de llegar muy hondo en los corazones de los oyentes, como bien podemos afirmar algunos de los presentes que tuvimos la suerte de escucharle.
Quiero señalar de una manera muy significativa este evento, porque de él vamos a sacar las siguientes conclusiones favorables para el poeta:
1.ª El feliz reencuentro de Lencero con Extremadura y con los extremeños, aunque fuera éste de manera simbólica, en una Casa dedicada en Madrid a mantener vivo el recuerdo de nuestra tierra de nacimiento.
2.ª La ilusionante perspectiva que se le presenta de comunicar nuevamente su poesía a un auditorio completamente entregado, entre cuyos miembros se encontraban jóvenes poetas, sobre los que va a ejercer una importante influencia.
3.ª Y para mí el punto más importante: la posibilidad real que se le ofrece de publicar nuevamente su poesía, cuyos frutos a corto plazo, de los que más adelante hablaremos con más detenimiento, se verán reflejados en las portadas de los poemarios Poemas para hablar con Dios, 1982, publicado a expensas de los nuevos amigos del Hogar Extremeños de Madrid (poco más tarde miembros fundadores de la Asociación Cultural Beturia/ Beturia Ediciones), y de Humano, libro publicado por la Diputación Provincial de Badajoz, también en 1982, como parte del homenaje que en esa ciudad se le rindió al poeta pacense y, hoy sabemos también, que tenía terminado y dispuesto para su publicación El Corazón al hombro, libro que después de muchas vicisitudes, viajes y extravíos acompañando a su autor, aparece en Villanueva de la Serena, en manos de su prima Teresa, quien amablemente y a petición de otro miembro de Beturia, Agustín Jiménez Benitez-Cano, nos es entregado para su posible publicación, que después de ser estudiado y analizado rigurosamente, hoy ve la luz, como no podía ser de otra manera, en Beturia Ediciones.
Pero antes de hablar del nuevo libro de Lencero, para aquellos que no conozcan su vida y su obra anterior, creo que es de justicia, hagamos una breve semblanza de la misma, como el mejor homenaje que podemos hacerle en estas jornadas culturales, tan vinculadas a su personalidad, como venimos apuntado desde hace tiempo, y curiosamente, tan olvidado en su tierra de nacimiento: Badajoz.
¿Qué circunstancias personales, literarias, culturales, hacen de la figura de Lencero un referente, para nosotros, a la hora de volver nuestros ojos hacia Extremadura?
¿Cuáles son las causas para que un hombre muerto en el año 1983, y no precisamente en el cénit de su popularidad, haya renacido de sus cenizas y hoy podamos contemplarlo, desde la distancia que dan los años y las nuevas “modas” poéticas como un poeta esencial de nuestra tierra?
Vamos a ir poco a poco, o por mejor decirlo en este caso, a golpe de pinceladas, repasando su vida y su obra, tan ligadas ambas entre sí, de tal manera, que cuando el poeta pierde el paso en la primera, es decir en la vida, la segunda sucumbe por faltas de estímulos creativos.
Hemos señalado en otros sitios, que en Extremadura, durante los años 50 a los 60 (principalmente en la Extremadura Baja), va a surgir un movimiento literario, muy interesante para el futuro de nuestras letras, en torno a la figura de un personaje singular, poeta secundario si se quiere, pero de un gran prestigio y autoridad en el mundillo de la cultura badajocense. Nos estamos refiriendo, como muchos de ustedes ya saben, al poeta-relojero Manuel Monterrey, cuyo despegue de la poesía romántica y su paso por el modernismo, una vez conocido en el propio Badajoz, de camino desde Portugal a Madrid, al extravagante y magnífico poeta Rubén Darío, va a dar un giro de 180 grados e impulsará al anquilosado y pobre panorama cultural de la región extremeña. Junto a él hombres jóvenes de la talla de un González-Castell, José Díaz Ambrona, Delgado Valhondo, el arisco y malhumorado Manuel Pacheco… y el más artista, dinámico y jovial en entre todos ellos, diseñador e impulsor de su órgano de difusión, la revista “Gévora”, nuestro homenajeado Luis Álvarez Lencero, de cuya pluma saldrán infinidad de buenos poemas, pero también los dibujos que ilustran la revista, desde su primer número aparecido el día 10 de setiembre del año 1952, hasta el final de la misma en octubre del año 1961.
No debió ser muy feliz la vida del pequeño Luis, nacido en Badajoz (no en Las Navas de Santiago, como el propio Lencero apunta en sus poemas), un 9 de Agosto de 1923, en el seno de una humilde familia, a cuya madre casaron, por conveniencias sociales, con el padre de su hijo, un hombre al que nunca llegaron a querer ni su esposa, ni mucho menos el hijo, con el que va a mantener durante toda su vida, una atormentada y poco edificante convivencia.
Poco sabemos de su infancia, que el poeta rehace a su conveniencia cuando le conviene, creando un halo de misterio, si bien muy poético, bastante alejada de la realidad. Tampoco sabemos a qué escuela asistió, aunque por su nueva residencia, en los arrabales cercanos a la Puerta de Palmas, su posterior trato con el maestro de forja don Jerónimo Soto y con el pintor Adelardo Covarsí, nos haga creer que fue a la Escuela de Artes y Oficios, instalada por entonces en la antigua cárcel de la ciudad, a orillas de río Guadiana.
La vida del joven Luis transcurre entre dos mundos a cuál más pobre: por una parte, la ciudad, en la calle De Gabriel, en la parte más humilde, cantada por el poeta en uno de sus poemas. El otro mundo, no muy lejano, era el campo de la Nava de Santiago, donde su abuelo Juan Lencero arañaba la tierra y cuidaba del rebaño de cabras y ovejas con la que mantener la familia.
Con 13 años, va a ser testigo, por no decir víctima inocente de los sangrientos acontecimientos que se producen tras la toma de Badajoz por las fuerzas militares franquistas, el 14 de Agosto de 1936, que se salda con el fusilamiento de centenares de hombres y mujeres en las tapias del cementerio de la ciudad y las consiguientes represalias para sus familiares y resto de la población pacense.
Para los que quedan vivos, la vida sigue y hay que ganarse el pan con mucho esfuerzo en una ciudad empobrecida, acobardada y con escasos medios donde emplearse. Lencero a una edad tan temprana, tiene que dejar la escuela para ganarse el sustento como aprendiz de mecánico de chapa en dos talleres de Badajoz. Años de duro aprendizaje en las fraguas de los talleres, sin poderse quitar del cuerpo las cuchilladas del frío que suben desde el cercano río Guadiana y que se ensañan en sus enflaquecidos miembros.
Hay un vacío que dura algunos años en la vida de Lencero, que retomamos cuando nuestro hombre, en 1944, se traslada a la ciudad de Málaga para cumplir el Servicio Militar, y en donde va a conocer a su gran amigo, el pintor pacense Juan Manuel Tena Benítez (recientemente fallecido), su futuro albacea.
Aprovechando el tiempo libre o robándoles horas al sueño, Álvarez Lencero va a prepararse para opositar a la plaza de auxiliar administrativo en el Instituto Nacional de Previsión (INP), de Málaga, para incorporarse en el mismo puesto, primeramente en Zafra, 1948, y definitivamente en Badajoz, en 1950.
Tena, buen pintor y mucho más capacitado que su amigo Lencero para las relaciones públicas, le va a poner en contacto con el mundo de la cultura, que como ya hemos señalado anteriormente, comenzaba a moverse por aquellos años en nuestra tierra extremeña.
Nuestro hombre es, sobre todo, un artista en el sentido más amplio que este concepto pueda abarcar. Un artista, autodidacta, anárquico, rebelde e irreflexivo y hasta podríamos decir, bastante desordenado y mal orientado durante buena parte de su vida, como vamos a ir viendo a continuación, pero siempre un excelente artista: sensible, innovador y muy pendiente en todo momento de las corrientes artísticas que en España (mejor decir Madrid) se venían desarrollando y de la que él y su grupo más cercano (Pacheco, Valhondo, Castell, etc.), participarán activamente.
No quisiera dejar de mencionar un acontecimiento novedoso, original por sus resultados, que van a llevar a cabo este grupo al que nos estamos refiriendo y al que se han incorporado la jovencísima Piedad González-Castell y el poeta sudamericano Hugo Emilio Pedemonte. Si hasta ese momento la cultura, la poesía en este caso, era minoritaria y se venían realizando sus encuentros en Ateneos, Aulas o Tertulias selectas, estos hombres y mujeres deciden sacarla a la calle, recorren cientos de pueblos de Extremadura y en las plazas y cercados, apoyados en las tapias de las iglesias, subidos en improvisadas tarimas o en rústicos carros agrícolas, en encendidos recitales, hacen llegar al pueblo la belleza de sus versos.
He querido señalar este acontecimiento, inusual en nuestra tierra por aquellas fechas –y en éstas actuales–, como homenaje a quienes vieron muy acertadamente quiénes debían ser los depositarios de sus versos. Y como a aquel grupo de entonces, a otra generación posterior, que siguiendo el ejemplo de sus maestros predecesores, siguieron llevando la música de su palabra rimada, el mensaje profundo de sus versos, por los pueblos de la Extremadura más profunda. Me estoy refiriendo en esta segunda referencia a poetas por muchos de nosotros conocidos y admirados, como José Miguel Santiago Castelo, José María Lorite, Jaime Álvarez Buiza, José Antonio Zambrano, o, nuestro querido amigo José Iglesias Benítez.
No nos olvidemos nunca, hoy que la Autonomía de Extremadura es una realidad que nos iguala al resto de los españoles, que hace ya muchos años, cuando éramos una región, un pueblo aparentemente sin historia, ninguneado por los poderes políticos, económicos y sociales, un puñado de hombres, al que nunca se les reconoció su esfuerzo, luchaban a brazo partido contra la incultura de nuestra gente y supieron llevarles, por primera vez en nuestro tiempo, la idea de una Extremadura orgullosa de su pasado, de su presente y del futuro tan prometedor que por primera vez se vislumbraba en el panorama español.
Que no se olvide nunca a los hombres que pronunciaron por vez primera y con orgullo la palabra Extremadura.
Señalábamos que Lencero era un artista, y ahora añadimos que era un artista polifacético: poeta, escultor, pintor, dibujante, etc., en todo sobresalía, aunque esta misma dispersión dañara, a mi juicio, cada una de las facetas artísticas del pacense.
Lencero era un buen conocedor de la rima, así como, de su poesía y de sus entrevistas, sacamos la conclusión de que conocía bastante bien a los poetas de su tiempo, a los clásicos españoles, y aún nos atrevemos a decir que no le era desconocida la poesía en lengua inglesa y francesa, que traducida, llegaba a España. Si bien hemos señalado la pobreza cultural de nuestra región en aquellas fechas de pos-guerra, no podemos dejar de señalar meritorias excepciones personales, así como de instituciones oficiales, que pese a las dificultades señaladas, funcionaban correctamente y conservaban desde tiempos pretéritos surtidas e interesantes bibliotecas.
Los años de creación y publicación poética de Lencero, nos referimos a los verdaderamente importantes de la obra lenceriana, abarcan un espacio de 20 años (1953-1973), en los que va a publicar hasta un total de seis poemarios.
Lencero se había dado a conocer como poeta en 1950, a través de un premio literario en la revista, Norma, del I. N. P. con su poema “Rima”, ilustrada por dibujos de su amigo Tena.
Después de algunas publicaciones en la revista Gévora, por Lencero ilustrada, confeccionada y dirigida (aunque oficialmente su director fuera Monterrey), va a dar a las prensas su primer poemario El surco de la sangre, 1953, editada en la colección Doña Endrina, de Guadalajara, para volver a publicar cuatro años más tarde, 1957 Sobre la piel de una lágrima, esta vez por el Ayuntamiento de Badajoz, con dibujos de Julio Cienfuegos, ambos libros de claro corte surrealistas.
Los acontecimientos posteriores en el mundo, con su marcado acento social y sus luchas de clases, que tantas repercusiones van a traer a nuestro país que busca desesperadamente una salida de libertad a la ya larga dictadura franquista, se ve reflejada en su dos libros posteriores: Hombre, 1961, en la editorial Trilce, con grabados de Francisco Mateo y dedicado a Ricardo Carapeto Burgos, Alcalde de Badajoz y, Juan Pueblo, 1971, editado a costa de su amigo Carlos Doncel, seguramente su libro más político, y por lo tanto más polémico, hasta el punto de ser secuestrado por las autoridades civiles no pudiendo ponerse a la venta hasta muchos años después.
En medio de estos libros de compromiso social, una vuelta atrás con la publicación del poemario Tierra dormida, 1970, (realmente este libro estaba terminado algunos años antes) publicado por la Diputación Provincial de Badajoz y prólogo de su amigo, el escritor y cronista de Zafra Antonio Zoido Díaz, libro enteramente dedicado a la muerte de su amigo el poeta Manuel Monterrey.
Aunque el poeta dice que tiene varios libros escritos, la verdad hasta ese momento es que su obra finaliza con un poemario, ya en tiempos de soledad y franco hundimiento, titulado Canciones en carne viva, 1973, publicado por la editorial Zero ZYX, libro de corte popular en su métrica, aunque el autor, siguiendo el camino emprendido en poemarios anteriores de claro corte social, con esa vehemencia que le caracteriza, lo eleve a un tono de reflexión filosófica.
He dejado fuera de su obra poética libros como Poemas para hablar con Dios, 1982, edición pagada por los amigos del poeta que se concentraban, y se concentran, en torno del Hogar Extremeño de Madrid, prologado por Alejandro García Galán y, Humano, 1982 (dos ediciones), publicado por la Diputación Provincial de Badajoz, como parte del homenaje que se le ofrece en Mérida ese mismo año, e incluso, me atrevo a señalar el libro inédito que es éste que presentamos, El corazón al hombro, con estudio, introducción y notas de quien les habla, cuya procedencia, hasta llegar a mis manos totalmente desconocida por los estudiosos de Lencero, es su prima Teresa, hoy residente en Villanueva de la Serena, quien había recogido en su casa de El Royo (Soria) al vencido Lencero, en un momento de máximo desenfoque emocional del poeta, tras la muerte de su madre en Colmenar y la ruptura matrimonial con su esposa, Carmen, que ha regresado a su casa de Badajoz.
Y los hemos dejado aparte de su obra propiamente dicha, aunque naturalmente no de su poesía, porque los tres libros señalados no son una unidad en sí mismos, sino recopilaciones de versos sueltos, algunos incluso ya publicados anteriormente, que el poeta recoge en forma de libros, en lo que hoy llamaríamos “antología temática”, más que de un libro nuevo.
Por cierto, que hoy el poeta José Iglesia, con esa voz y esa maestría que Dios le ha dado, va a recitarnos de manera magistral y sentida, algunos versos del citado libro inédito, siendo la primera vez que se escuchan, y por lo tanto, siendo ustedes los primeros afortunados de semejante regalo.
Terminar este capítulo, señalando que de la obra de Lencero se ha publicado una Antología, por la Editorial Universitas, 1980 y prólogo de Manuel Pecellín Lancharro, un libro con su Obra escogida, Badajoz, 1986, edición, prólogo y notas del profesor Ricardo Senabre, y una discutidas, polémicas en su momento, pero imprescindibles a la hora de trabajar sobre Lencero Obras Completas, editadas en 1988 por el mecenas extremeño Bartolomé Gil Santacruz, nacido en Santa Marta de los Barros, mi pueblo, recopilación hecha por el buen amigo de los tres aquí presentes, Francisco Lebrato.
Pero mucho hemos avanzado en la vida del homenajeado, y será preciso volver al principio para señalar otras facetas importantes de la misma, así como aclarar algunas insinuaciones aquí vertidas y que fuera de contexto pudieran parecer inadecuadas.
En 1950 conoce Lencero a una joven parreña (de La Parra, Badajoz), Carmen Gómez Villar, con la que se casará con toda pompa y boato en el Monasterio de Guadalupe el año 1955.
Carmen pertenece por nacimiento a la pequeña burguesía extremeña, bastante alejada de la humilde procedencia de Luis y del presente de éste como Funcionario del I. N. P., pero que enamorada del excitante y embaucador personaje, quien se adorna con la fama de artista que ya por aquellos años arrastra el novio, va a dar el paso definitivo, uniendo su vida a la del poeta.
Carmen será durante muchos años el alma mater de la pareja: esposa, amante, compañera de sueños y extravagancias del marido (son palabras suyas), e incluso, ayudante manual en los trabajos de forja en los que durante algún tiempo estará metido su compañero. Con él viaja a Alemania cuando éste decide unipersonalmente cambiar de aires; con él pasará las tristezas y las miserias de la emigración en tierra extranjera y con él vuelve con renovados bríos a casa para reiniciar una vida en común, vida que fracasará pocos años después, cuando la inmadurez del personaje, los engaños con otra mujeres, su marcha inadecuada a Colmenar Viejo a la espera de una quimera, y su derrota sentimental, hagan imposible la convivencia.
Es, desde mi punto de vista, el momento de inflexión en la vida de nuestro personaje.
Hablábamos anteriormente de otras de las facetas más relevantes del artista Lencero: la escultura trabajada en hierro frío.
Ya consagrado como buen poeta, Luis, buscador siempre de novedades artísticas con las que enriquecer su vida, comienza a trabajar el hierro. La falta de espacio de su nueva vivienda en la capital pacense le incapacita para montar una fragua, por lo que trabaja el hierro a base de machacarlo sobre el yunque, ayudado solamente por el calor del soplete, en un esfuerzo titánico por dominar el metal y darle forma a las extrañas e inquietantes figuras a las que el autor va dando vida. Yo conjeturo, que el humo denso y venenoso del soplete mordiendo el metal será uno de los factores determinantes que dañen sus pulmones y que le ocasionarán la muerte. Pero no deja de ser más que eso, una conjetura mía.
Lencero se abre camino en esta nueva disciplina del arte y acepta el desafío de una exposición de su obra en la Sala Círculo 2, de Madrid, durante los días 25 de enero al 20 de febrero de 1971, exposición que tendrá una gran acogida de público y de la crítica especializada, pero que en realidad, le hacen concebir unas esperanzas artísticas que nunca llegarán a cumplirse. Lencero vende poca obra, y la poca que vende son compromisos de amigos o de autoridades extremeñas. Pero este fracaso en las ventas no le hace desistir de su empeño y decide quedarse a vivir en el pueblo serrano de Colmenar Viejo (Madrid), a la espera de unos encargos que nunca llegarán.
Y empieza la etapa más triste de un hombre desorientado, terco en el empeño de triunfar, pero que sin cobertura económica para sobrevivir y sin apoyos sentimentales en los que recogerse, deambula de un lugar a otro, sin un futuro cierto.
Es el momento de su llegada a El Royo (Soria) donde su prima, Teresa, le acoge en su casa y le ofrece la fragua de su marido, y a donde acuden amigos, como el pintor dombenitense Antonio Cañamero y su esposa Palmira, en su afán de ayudarle. Pero ya el fracaso ha hecho presa del artista y éste, hundido, y seguramente ya enfermo regresa a Madrid, donde malvive con su sueldo de funcionario y las muchas deudas contraídas.
Una última esperanza para el personaje. Lencero, que nunca se distinguió por la fidelidad hacia su esposa Carmen, había conocido en el Balneario de Panticosa, a donde había llevado a ésta y a su madre a tomar las aguas, a otra mujer que allí se encontraba por los mismos motivos: Marifé Baigorri, pamplonesa, con la que, al parecer, había mantenido un romance y a la que ahora recurre en busca de ayuda en los momentos de aflicción en el que se encuentra. Rogaría a Paco Cerros nos leyera la carta-poema que le dedica a la dama, carta de desesperación, donde más que amor, ruega su compañía con la que apartar sus miedos y el frío de su soledad.
Marifé accede y será su compañera durante el tiempo de su enfermedad, siendo a la postre la depositaria, por voluntad testamentaria, de los derechos de autor de toda la obra de Lencero, que no mucho tiempo después, malvende al Centro de Estudios Extremeños, de Badajoz (afortunadamente para los extremeños), donde en perfecto estado se conserva parte de su legado literario e infinidad de dibujos. Su escultura, por el contrario, no tuvo la misma suerte y mucha fue malvendida por el propio Lencero para sobrevivir en momentos de crisis, hoy seguramente mucha de ella perdida o en paradero desconocido. La que nos ha llegado a nuestra notica, creemos se conserva en despachos oficiales de Badajoz; la de menor formato, en manos de su esposa o de Tena, sin contar su obra más emblemática, Vietnam, un alegato contra la guerra, que después de muchas peripecias y pleitos, yo les invito a visitarla en todo su esplendor y presencia inquietante en una hermosa glorieta del Paseo de Rosales de la capital de Extremadura: Mérida.
Ya hemos dicho casi todo sobre la vida y la obra de Lencero. Por lo tanto, vamos a dar vida, en breves palabras, y antes de escuchar los poemas del libro que presentamos, diciendo que mucho ha sido el tiempo y el cariño con que hemos trabajado sobre el mismo, aunque, como casi siempre, las malditas erratas, frutos de las prisas de última hora, más que de la meticulosidad con que hemos mimado el texto, pongan un punto de contrariedad al esfuerzo. Ustedes nos darán o quitarán la razón de si ha merecido la pena el esfuerzo.
Y nosotros ahora, rememorando su presencia en este salón, volvemos a recodar su muerte para cerrar este acto: Y llega el fatídico día 10 de junio. Cuando la primavera ha roto ya en Extremadura con todo su esplendor y los campos de las dehesas, como si de un cuadro de su amigo Cañamero se tratase, se colorean con brochazos encendidos de soles y los cielos de Mérida se iluminan de luz para mejor mirarse en las aguas del Guadiana; a una hora en la que los campos tan queridos por el poeta extremeño se resquebrajan buscando la perdida y consoladora caricia del rocío, a las 12 de la mañana, el alma de este hombre de verso y hierro, se escapa buscando el consuelo de su Dios misericordioso.
Esta es, amigos, a grandes pinceladas, la vida y obra de un gran artista extremeño. De un hombre genial e inmaduro; tan brillante en lo artístico como singular en su vida privada; un hombre como cualquiera de nosotros, que hizo de su arte un trampolín para saltar sobre su propia vida.
Y este es el homenaje que hoy, en este querido Círculo extremeño de torrejón de Ardoz, 26 de mayo de 2009, debemos y queremos rendirle a nuestro paisano.
No supo – o no quiso – digerir el fracaso de ventas de su obra y, esperanzado por las buenas palabras de los galeristas y marchantes, Lencero desoye los consejos de los amigos y familiares, abandona Extremadura, se separa de su esposa Carmen y se instala en el pueblo de Colmenar Viejo, en donde ha solicitado traslado de su plaza de funcionario del I. N. P. y espera unos pedidos que nunca llegarán.
Es el comienzo de una carrera hacia el olvido, que le llevará de un sitio para otro, de un pueblo para otro, agobiado por las deudas, desarraigado de la tierra que le vio nacer y triunfar y rotos todos los lazos sentimentales que hasta entonces habían sido el fundamento y sostén de su vida, particular y artística.
Cuenta Feliciano Correa, cronista de Jerez de los Caballeros y, por aquellos años Delegado Provincial de Badajoz en el Ministerio de Cultura en su libro “El yunque de un poeta” cómo se lo encontraron en Madrid, seguramente ya herido por el cáncer que le costaría la vida pocos años después, la petición de que regresara a Extremadura para reemprender de nuevo su vida artística, las pesquisas que se hicieron en Mérida para que Lencero tuviera un taller donde trabajar y enseñar a nuevos alumnos sus trabajos sobre hierro, y como éste acepta el ofrecimiento del, por entonces, Alcalde Vélez.
Este reencuentro con los ambientes extremeñistas en Madrid, cuyo núcleo principal era el Hogar Extremeño de Gran Vía, 59, propició el que Lencero aceptara dar un recital de su poesía, cuyo éxito fue relevante, puesto que además de ser un buen poeta, el recitador tenía una voz cálida y apasionada, capaz de llegar muy hondo en los corazones de los oyentes, como bien podemos afirmar algunos de los presentes que tuvimos la suerte de escucharle.
Quiero señalar de una manera muy significativa este evento, porque de él vamos a sacar las siguientes conclusiones favorables para el poeta:
1.ª El feliz reencuentro de Lencero con Extremadura y con los extremeños, aunque fuera éste de manera simbólica, en una Casa dedicada en Madrid a mantener vivo el recuerdo de nuestra tierra de nacimiento.
2.ª La ilusionante perspectiva que se le presenta de comunicar nuevamente su poesía a un auditorio completamente entregado, entre cuyos miembros se encontraban jóvenes poetas, sobre los que va a ejercer una importante influencia.
3.ª Y para mí el punto más importante: la posibilidad real que se le ofrece de publicar nuevamente su poesía, cuyos frutos a corto plazo, de los que más adelante hablaremos con más detenimiento, se verán reflejados en las portadas de los poemarios Poemas para hablar con Dios, 1982, publicado a expensas de los nuevos amigos del Hogar Extremeños de Madrid (poco más tarde miembros fundadores de la Asociación Cultural Beturia/ Beturia Ediciones), y de Humano, libro publicado por la Diputación Provincial de Badajoz, también en 1982, como parte del homenaje que en esa ciudad se le rindió al poeta pacense y, hoy sabemos también, que tenía terminado y dispuesto para su publicación El Corazón al hombro, libro que después de muchas vicisitudes, viajes y extravíos acompañando a su autor, aparece en Villanueva de la Serena, en manos de su prima Teresa, quien amablemente y a petición de otro miembro de Beturia, Agustín Jiménez Benitez-Cano, nos es entregado para su posible publicación, que después de ser estudiado y analizado rigurosamente, hoy ve la luz, como no podía ser de otra manera, en Beturia Ediciones.
Pero antes de hablar del nuevo libro de Lencero, para aquellos que no conozcan su vida y su obra anterior, creo que es de justicia, hagamos una breve semblanza de la misma, como el mejor homenaje que podemos hacerle en estas jornadas culturales, tan vinculadas a su personalidad, como venimos apuntado desde hace tiempo, y curiosamente, tan olvidado en su tierra de nacimiento: Badajoz.
¿Qué circunstancias personales, literarias, culturales, hacen de la figura de Lencero un referente, para nosotros, a la hora de volver nuestros ojos hacia Extremadura?
¿Cuáles son las causas para que un hombre muerto en el año 1983, y no precisamente en el cénit de su popularidad, haya renacido de sus cenizas y hoy podamos contemplarlo, desde la distancia que dan los años y las nuevas “modas” poéticas como un poeta esencial de nuestra tierra?
Vamos a ir poco a poco, o por mejor decirlo en este caso, a golpe de pinceladas, repasando su vida y su obra, tan ligadas ambas entre sí, de tal manera, que cuando el poeta pierde el paso en la primera, es decir en la vida, la segunda sucumbe por faltas de estímulos creativos.
Hemos señalado en otros sitios, que en Extremadura, durante los años 50 a los 60 (principalmente en la Extremadura Baja), va a surgir un movimiento literario, muy interesante para el futuro de nuestras letras, en torno a la figura de un personaje singular, poeta secundario si se quiere, pero de un gran prestigio y autoridad en el mundillo de la cultura badajocense. Nos estamos refiriendo, como muchos de ustedes ya saben, al poeta-relojero Manuel Monterrey, cuyo despegue de la poesía romántica y su paso por el modernismo, una vez conocido en el propio Badajoz, de camino desde Portugal a Madrid, al extravagante y magnífico poeta Rubén Darío, va a dar un giro de 180 grados e impulsará al anquilosado y pobre panorama cultural de la región extremeña. Junto a él hombres jóvenes de la talla de un González-Castell, José Díaz Ambrona, Delgado Valhondo, el arisco y malhumorado Manuel Pacheco… y el más artista, dinámico y jovial en entre todos ellos, diseñador e impulsor de su órgano de difusión, la revista “Gévora”, nuestro homenajeado Luis Álvarez Lencero, de cuya pluma saldrán infinidad de buenos poemas, pero también los dibujos que ilustran la revista, desde su primer número aparecido el día 10 de setiembre del año 1952, hasta el final de la misma en octubre del año 1961.
No debió ser muy feliz la vida del pequeño Luis, nacido en Badajoz (no en Las Navas de Santiago, como el propio Lencero apunta en sus poemas), un 9 de Agosto de 1923, en el seno de una humilde familia, a cuya madre casaron, por conveniencias sociales, con el padre de su hijo, un hombre al que nunca llegaron a querer ni su esposa, ni mucho menos el hijo, con el que va a mantener durante toda su vida, una atormentada y poco edificante convivencia.
Poco sabemos de su infancia, que el poeta rehace a su conveniencia cuando le conviene, creando un halo de misterio, si bien muy poético, bastante alejada de la realidad. Tampoco sabemos a qué escuela asistió, aunque por su nueva residencia, en los arrabales cercanos a la Puerta de Palmas, su posterior trato con el maestro de forja don Jerónimo Soto y con el pintor Adelardo Covarsí, nos haga creer que fue a la Escuela de Artes y Oficios, instalada por entonces en la antigua cárcel de la ciudad, a orillas de río Guadiana.
La vida del joven Luis transcurre entre dos mundos a cuál más pobre: por una parte, la ciudad, en la calle De Gabriel, en la parte más humilde, cantada por el poeta en uno de sus poemas. El otro mundo, no muy lejano, era el campo de la Nava de Santiago, donde su abuelo Juan Lencero arañaba la tierra y cuidaba del rebaño de cabras y ovejas con la que mantener la familia.
Con 13 años, va a ser testigo, por no decir víctima inocente de los sangrientos acontecimientos que se producen tras la toma de Badajoz por las fuerzas militares franquistas, el 14 de Agosto de 1936, que se salda con el fusilamiento de centenares de hombres y mujeres en las tapias del cementerio de la ciudad y las consiguientes represalias para sus familiares y resto de la población pacense.
Para los que quedan vivos, la vida sigue y hay que ganarse el pan con mucho esfuerzo en una ciudad empobrecida, acobardada y con escasos medios donde emplearse. Lencero a una edad tan temprana, tiene que dejar la escuela para ganarse el sustento como aprendiz de mecánico de chapa en dos talleres de Badajoz. Años de duro aprendizaje en las fraguas de los talleres, sin poderse quitar del cuerpo las cuchilladas del frío que suben desde el cercano río Guadiana y que se ensañan en sus enflaquecidos miembros.
Hay un vacío que dura algunos años en la vida de Lencero, que retomamos cuando nuestro hombre, en 1944, se traslada a la ciudad de Málaga para cumplir el Servicio Militar, y en donde va a conocer a su gran amigo, el pintor pacense Juan Manuel Tena Benítez (recientemente fallecido), su futuro albacea.
Aprovechando el tiempo libre o robándoles horas al sueño, Álvarez Lencero va a prepararse para opositar a la plaza de auxiliar administrativo en el Instituto Nacional de Previsión (INP), de Málaga, para incorporarse en el mismo puesto, primeramente en Zafra, 1948, y definitivamente en Badajoz, en 1950.
Tena, buen pintor y mucho más capacitado que su amigo Lencero para las relaciones públicas, le va a poner en contacto con el mundo de la cultura, que como ya hemos señalado anteriormente, comenzaba a moverse por aquellos años en nuestra tierra extremeña.
Nuestro hombre es, sobre todo, un artista en el sentido más amplio que este concepto pueda abarcar. Un artista, autodidacta, anárquico, rebelde e irreflexivo y hasta podríamos decir, bastante desordenado y mal orientado durante buena parte de su vida, como vamos a ir viendo a continuación, pero siempre un excelente artista: sensible, innovador y muy pendiente en todo momento de las corrientes artísticas que en España (mejor decir Madrid) se venían desarrollando y de la que él y su grupo más cercano (Pacheco, Valhondo, Castell, etc.), participarán activamente.
No quisiera dejar de mencionar un acontecimiento novedoso, original por sus resultados, que van a llevar a cabo este grupo al que nos estamos refiriendo y al que se han incorporado la jovencísima Piedad González-Castell y el poeta sudamericano Hugo Emilio Pedemonte. Si hasta ese momento la cultura, la poesía en este caso, era minoritaria y se venían realizando sus encuentros en Ateneos, Aulas o Tertulias selectas, estos hombres y mujeres deciden sacarla a la calle, recorren cientos de pueblos de Extremadura y en las plazas y cercados, apoyados en las tapias de las iglesias, subidos en improvisadas tarimas o en rústicos carros agrícolas, en encendidos recitales, hacen llegar al pueblo la belleza de sus versos.
He querido señalar este acontecimiento, inusual en nuestra tierra por aquellas fechas –y en éstas actuales–, como homenaje a quienes vieron muy acertadamente quiénes debían ser los depositarios de sus versos. Y como a aquel grupo de entonces, a otra generación posterior, que siguiendo el ejemplo de sus maestros predecesores, siguieron llevando la música de su palabra rimada, el mensaje profundo de sus versos, por los pueblos de la Extremadura más profunda. Me estoy refiriendo en esta segunda referencia a poetas por muchos de nosotros conocidos y admirados, como José Miguel Santiago Castelo, José María Lorite, Jaime Álvarez Buiza, José Antonio Zambrano, o, nuestro querido amigo José Iglesias Benítez.
No nos olvidemos nunca, hoy que la Autonomía de Extremadura es una realidad que nos iguala al resto de los españoles, que hace ya muchos años, cuando éramos una región, un pueblo aparentemente sin historia, ninguneado por los poderes políticos, económicos y sociales, un puñado de hombres, al que nunca se les reconoció su esfuerzo, luchaban a brazo partido contra la incultura de nuestra gente y supieron llevarles, por primera vez en nuestro tiempo, la idea de una Extremadura orgullosa de su pasado, de su presente y del futuro tan prometedor que por primera vez se vislumbraba en el panorama español.
Que no se olvide nunca a los hombres que pronunciaron por vez primera y con orgullo la palabra Extremadura.
Señalábamos que Lencero era un artista, y ahora añadimos que era un artista polifacético: poeta, escultor, pintor, dibujante, etc., en todo sobresalía, aunque esta misma dispersión dañara, a mi juicio, cada una de las facetas artísticas del pacense.
Lencero era un buen conocedor de la rima, así como, de su poesía y de sus entrevistas, sacamos la conclusión de que conocía bastante bien a los poetas de su tiempo, a los clásicos españoles, y aún nos atrevemos a decir que no le era desconocida la poesía en lengua inglesa y francesa, que traducida, llegaba a España. Si bien hemos señalado la pobreza cultural de nuestra región en aquellas fechas de pos-guerra, no podemos dejar de señalar meritorias excepciones personales, así como de instituciones oficiales, que pese a las dificultades señaladas, funcionaban correctamente y conservaban desde tiempos pretéritos surtidas e interesantes bibliotecas.
Los años de creación y publicación poética de Lencero, nos referimos a los verdaderamente importantes de la obra lenceriana, abarcan un espacio de 20 años (1953-1973), en los que va a publicar hasta un total de seis poemarios.
Lencero se había dado a conocer como poeta en 1950, a través de un premio literario en la revista, Norma, del I. N. P. con su poema “Rima”, ilustrada por dibujos de su amigo Tena.
Después de algunas publicaciones en la revista Gévora, por Lencero ilustrada, confeccionada y dirigida (aunque oficialmente su director fuera Monterrey), va a dar a las prensas su primer poemario El surco de la sangre, 1953, editada en la colección Doña Endrina, de Guadalajara, para volver a publicar cuatro años más tarde, 1957 Sobre la piel de una lágrima, esta vez por el Ayuntamiento de Badajoz, con dibujos de Julio Cienfuegos, ambos libros de claro corte surrealistas.
Los acontecimientos posteriores en el mundo, con su marcado acento social y sus luchas de clases, que tantas repercusiones van a traer a nuestro país que busca desesperadamente una salida de libertad a la ya larga dictadura franquista, se ve reflejada en su dos libros posteriores: Hombre, 1961, en la editorial Trilce, con grabados de Francisco Mateo y dedicado a Ricardo Carapeto Burgos, Alcalde de Badajoz y, Juan Pueblo, 1971, editado a costa de su amigo Carlos Doncel, seguramente su libro más político, y por lo tanto más polémico, hasta el punto de ser secuestrado por las autoridades civiles no pudiendo ponerse a la venta hasta muchos años después.
En medio de estos libros de compromiso social, una vuelta atrás con la publicación del poemario Tierra dormida, 1970, (realmente este libro estaba terminado algunos años antes) publicado por la Diputación Provincial de Badajoz y prólogo de su amigo, el escritor y cronista de Zafra Antonio Zoido Díaz, libro enteramente dedicado a la muerte de su amigo el poeta Manuel Monterrey.
Aunque el poeta dice que tiene varios libros escritos, la verdad hasta ese momento es que su obra finaliza con un poemario, ya en tiempos de soledad y franco hundimiento, titulado Canciones en carne viva, 1973, publicado por la editorial Zero ZYX, libro de corte popular en su métrica, aunque el autor, siguiendo el camino emprendido en poemarios anteriores de claro corte social, con esa vehemencia que le caracteriza, lo eleve a un tono de reflexión filosófica.
He dejado fuera de su obra poética libros como Poemas para hablar con Dios, 1982, edición pagada por los amigos del poeta que se concentraban, y se concentran, en torno del Hogar Extremeño de Madrid, prologado por Alejandro García Galán y, Humano, 1982 (dos ediciones), publicado por la Diputación Provincial de Badajoz, como parte del homenaje que se le ofrece en Mérida ese mismo año, e incluso, me atrevo a señalar el libro inédito que es éste que presentamos, El corazón al hombro, con estudio, introducción y notas de quien les habla, cuya procedencia, hasta llegar a mis manos totalmente desconocida por los estudiosos de Lencero, es su prima Teresa, hoy residente en Villanueva de la Serena, quien había recogido en su casa de El Royo (Soria) al vencido Lencero, en un momento de máximo desenfoque emocional del poeta, tras la muerte de su madre en Colmenar y la ruptura matrimonial con su esposa, Carmen, que ha regresado a su casa de Badajoz.
Y los hemos dejado aparte de su obra propiamente dicha, aunque naturalmente no de su poesía, porque los tres libros señalados no son una unidad en sí mismos, sino recopilaciones de versos sueltos, algunos incluso ya publicados anteriormente, que el poeta recoge en forma de libros, en lo que hoy llamaríamos “antología temática”, más que de un libro nuevo.
Por cierto, que hoy el poeta José Iglesia, con esa voz y esa maestría que Dios le ha dado, va a recitarnos de manera magistral y sentida, algunos versos del citado libro inédito, siendo la primera vez que se escuchan, y por lo tanto, siendo ustedes los primeros afortunados de semejante regalo.
Terminar este capítulo, señalando que de la obra de Lencero se ha publicado una Antología, por la Editorial Universitas, 1980 y prólogo de Manuel Pecellín Lancharro, un libro con su Obra escogida, Badajoz, 1986, edición, prólogo y notas del profesor Ricardo Senabre, y una discutidas, polémicas en su momento, pero imprescindibles a la hora de trabajar sobre Lencero Obras Completas, editadas en 1988 por el mecenas extremeño Bartolomé Gil Santacruz, nacido en Santa Marta de los Barros, mi pueblo, recopilación hecha por el buen amigo de los tres aquí presentes, Francisco Lebrato.
Pero mucho hemos avanzado en la vida del homenajeado, y será preciso volver al principio para señalar otras facetas importantes de la misma, así como aclarar algunas insinuaciones aquí vertidas y que fuera de contexto pudieran parecer inadecuadas.
En 1950 conoce Lencero a una joven parreña (de La Parra, Badajoz), Carmen Gómez Villar, con la que se casará con toda pompa y boato en el Monasterio de Guadalupe el año 1955.
Carmen pertenece por nacimiento a la pequeña burguesía extremeña, bastante alejada de la humilde procedencia de Luis y del presente de éste como Funcionario del I. N. P., pero que enamorada del excitante y embaucador personaje, quien se adorna con la fama de artista que ya por aquellos años arrastra el novio, va a dar el paso definitivo, uniendo su vida a la del poeta.
Carmen será durante muchos años el alma mater de la pareja: esposa, amante, compañera de sueños y extravagancias del marido (son palabras suyas), e incluso, ayudante manual en los trabajos de forja en los que durante algún tiempo estará metido su compañero. Con él viaja a Alemania cuando éste decide unipersonalmente cambiar de aires; con él pasará las tristezas y las miserias de la emigración en tierra extranjera y con él vuelve con renovados bríos a casa para reiniciar una vida en común, vida que fracasará pocos años después, cuando la inmadurez del personaje, los engaños con otra mujeres, su marcha inadecuada a Colmenar Viejo a la espera de una quimera, y su derrota sentimental, hagan imposible la convivencia.
Es, desde mi punto de vista, el momento de inflexión en la vida de nuestro personaje.
Hablábamos anteriormente de otras de las facetas más relevantes del artista Lencero: la escultura trabajada en hierro frío.
Ya consagrado como buen poeta, Luis, buscador siempre de novedades artísticas con las que enriquecer su vida, comienza a trabajar el hierro. La falta de espacio de su nueva vivienda en la capital pacense le incapacita para montar una fragua, por lo que trabaja el hierro a base de machacarlo sobre el yunque, ayudado solamente por el calor del soplete, en un esfuerzo titánico por dominar el metal y darle forma a las extrañas e inquietantes figuras a las que el autor va dando vida. Yo conjeturo, que el humo denso y venenoso del soplete mordiendo el metal será uno de los factores determinantes que dañen sus pulmones y que le ocasionarán la muerte. Pero no deja de ser más que eso, una conjetura mía.
Lencero se abre camino en esta nueva disciplina del arte y acepta el desafío de una exposición de su obra en la Sala Círculo 2, de Madrid, durante los días 25 de enero al 20 de febrero de 1971, exposición que tendrá una gran acogida de público y de la crítica especializada, pero que en realidad, le hacen concebir unas esperanzas artísticas que nunca llegarán a cumplirse. Lencero vende poca obra, y la poca que vende son compromisos de amigos o de autoridades extremeñas. Pero este fracaso en las ventas no le hace desistir de su empeño y decide quedarse a vivir en el pueblo serrano de Colmenar Viejo (Madrid), a la espera de unos encargos que nunca llegarán.
Y empieza la etapa más triste de un hombre desorientado, terco en el empeño de triunfar, pero que sin cobertura económica para sobrevivir y sin apoyos sentimentales en los que recogerse, deambula de un lugar a otro, sin un futuro cierto.
Es el momento de su llegada a El Royo (Soria) donde su prima, Teresa, le acoge en su casa y le ofrece la fragua de su marido, y a donde acuden amigos, como el pintor dombenitense Antonio Cañamero y su esposa Palmira, en su afán de ayudarle. Pero ya el fracaso ha hecho presa del artista y éste, hundido, y seguramente ya enfermo regresa a Madrid, donde malvive con su sueldo de funcionario y las muchas deudas contraídas.
Una última esperanza para el personaje. Lencero, que nunca se distinguió por la fidelidad hacia su esposa Carmen, había conocido en el Balneario de Panticosa, a donde había llevado a ésta y a su madre a tomar las aguas, a otra mujer que allí se encontraba por los mismos motivos: Marifé Baigorri, pamplonesa, con la que, al parecer, había mantenido un romance y a la que ahora recurre en busca de ayuda en los momentos de aflicción en el que se encuentra. Rogaría a Paco Cerros nos leyera la carta-poema que le dedica a la dama, carta de desesperación, donde más que amor, ruega su compañía con la que apartar sus miedos y el frío de su soledad.
Marifé accede y será su compañera durante el tiempo de su enfermedad, siendo a la postre la depositaria, por voluntad testamentaria, de los derechos de autor de toda la obra de Lencero, que no mucho tiempo después, malvende al Centro de Estudios Extremeños, de Badajoz (afortunadamente para los extremeños), donde en perfecto estado se conserva parte de su legado literario e infinidad de dibujos. Su escultura, por el contrario, no tuvo la misma suerte y mucha fue malvendida por el propio Lencero para sobrevivir en momentos de crisis, hoy seguramente mucha de ella perdida o en paradero desconocido. La que nos ha llegado a nuestra notica, creemos se conserva en despachos oficiales de Badajoz; la de menor formato, en manos de su esposa o de Tena, sin contar su obra más emblemática, Vietnam, un alegato contra la guerra, que después de muchas peripecias y pleitos, yo les invito a visitarla en todo su esplendor y presencia inquietante en una hermosa glorieta del Paseo de Rosales de la capital de Extremadura: Mérida.
Ya hemos dicho casi todo sobre la vida y la obra de Lencero. Por lo tanto, vamos a dar vida, en breves palabras, y antes de escuchar los poemas del libro que presentamos, diciendo que mucho ha sido el tiempo y el cariño con que hemos trabajado sobre el mismo, aunque, como casi siempre, las malditas erratas, frutos de las prisas de última hora, más que de la meticulosidad con que hemos mimado el texto, pongan un punto de contrariedad al esfuerzo. Ustedes nos darán o quitarán la razón de si ha merecido la pena el esfuerzo.
Y nosotros ahora, rememorando su presencia en este salón, volvemos a recodar su muerte para cerrar este acto: Y llega el fatídico día 10 de junio. Cuando la primavera ha roto ya en Extremadura con todo su esplendor y los campos de las dehesas, como si de un cuadro de su amigo Cañamero se tratase, se colorean con brochazos encendidos de soles y los cielos de Mérida se iluminan de luz para mejor mirarse en las aguas del Guadiana; a una hora en la que los campos tan queridos por el poeta extremeño se resquebrajan buscando la perdida y consoladora caricia del rocío, a las 12 de la mañana, el alma de este hombre de verso y hierro, se escapa buscando el consuelo de su Dios misericordioso.
Esta es, amigos, a grandes pinceladas, la vida y obra de un gran artista extremeño. De un hombre genial e inmaduro; tan brillante en lo artístico como singular en su vida privada; un hombre como cualquiera de nosotros, que hizo de su arte un trampolín para saltar sobre su propia vida.
Y este es el homenaje que hoy, en este querido Círculo extremeño de torrejón de Ardoz, 26 de mayo de 2009, debemos y queremos rendirle a nuestro paisano.