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La bohemia madrileña

NOTAS SOBRE LA BOHEMIA MADRILEÑA

        
Si nos limitásemos a aceptar lo que la Real Academia Española nos dice sobre La Bohemia, nos encontraremos con esta breve nota: La Bohemia literaria española fue un desdibujado movimiento asocial1  que tuvo su desarrollo y agonía en la España del último tercio del siglo XIX y el primero del XX.

         Bohemia, como nombre o definición de un grupo o movimiento cultural (o subcultural), aparece en el siglo XIX en la obra del romántico Henri Murger “Scènes de la Vie de Bohème” (1847–1849), una especie de novela–ensayo o ficción biográfica de escaso valor literario y sociológico, pero que sirvió de pauta e inspiración a grandes obras posteriores en diversos campos del arte. Así por ejemplo, la ópera “La Bohème” de Giacomo Puccini o incluso la Louise de Gustave Charpentier y la "Carmen" de Georges Bizet. Se considera a la ciudad de París como escenario original del fenómeno socio–literario


         Aunque Antonio Espina consideraba que el prototipo del bohemio siempre ha existido en Occidente2 el concepto literario de “bohemia” o “vida bohemia” parece originarse en el París del Segundo Imperio, siendo su heraldo el escritor Henri Murger3, un epígono del Romanticismo que llegó a ser secretario de Tolstoi, cuya obra Escenas de la vida en bohemia (1847–1849), contiene una descripción de la vida de los hambrientos escritores y artistas de tercera fila en el Barrio latino de la capital francesa, haciendo un canto de la mugre, marginación, deudas, frío, alcoholismo, prostitutas, exaltación y depresión en las que sobrevivieron dichos personajes. La obra tuvo un éxito impresionante, que de poco le sirvió al autor cuya avanzada tuberculosis le llevaría poco después de su publicación al cementerio de Père Lachaise, pero creó un modelo y llegó a inspirar en otros ámbitos y géneros del arte obras como La bohème de Puccini.4

En la España del último tercio del siglo XIX y el primero del XX, como grupo auto–marginado de "Edad de Plata de la literatura española", se reunió en Madrid –y con una identidad propia, en Barcelona– una bohemia artística y literaria adicta a los cafés y el noctambulismo, cuyos integrantes (en gran medida desintegrados por definición) convivieron con las grandes figuras del realismo, el naturalismo, la Generación del 98, el Novecentismo y la Generación del 27. Espina explica que la bohemia madrileña de la época romántica nació intelectual y política. En los días de la Revolución de Septiembre de 1868 el individuo bohemio “tan pronto estaba en las barricadas como en la cárcel” (así por ejemplo, en el Café Imperial de la Puerta del Sol se reunía una tertulia literaria conocida como antesala del Saladero, haciendo referencia a la cárcel madrileña de ese nombre).5

         En el contexto histórico de la capital de España, unos y otros dejaron su huella y su legado en los periódicos y editoriales de ocasión de un Madrid "brillante y hambriento". Con diferente fortuna, el destino, como escribió Ramón del Valle–Inclán, fue una diosa ciega e inmisericorde con las ilusiones literarias de los rebeldes bohemios.6

         La base de aquella bohemia la formaron escritores del decadentismo modernista, como Francisco Villaespesa, Emilio Carrere, Alejandro Sawa, Armando Buscarini,7 Ernesto Bark, Pedro Luis de Gálvez, Dorio de Gádex, Ramón Prieto, Alfonso Vidal y Planas, Eliodoro Puche, Zamacois, Nakens, Pujana, Dicenta y en sus periodos juveniles Rubén Darío, Ramón María del Valle–Inclán, Manuel Machado y Pío Baroja, entre otros muchos8 que en otra parte de este estudios señalaremos más detenidamente.

         El tema de la bohemia está presente en muchas obras literarias de la época, destacando entre ellas Luces de bohemia de Valle–Inclán y Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox, de Baroja.9 Una fuente importante —aunque parcial— para el conocimiento de esta época y sus personajes son las memorias de algunos escritores contemporáneos,  muchos de ellos bohemios o descarnados detractores como Rafael Cansinos Assens (La novela de un literato o su novela autobiográfica Bohemia)10

         En los finales del siglo XIX y, seguramente, como consecuencia de los grandes avances que se vienen produciendo en Francia en los campos de las libertades individuales, sociales y políticas, que cambiarían la faz de Europa y nos atrevemos a decir que del mundo, va a surgir un movimiento literario, principalmente en el mundo de la poesía, conocido por los poetas malditos, nombre de un ensayo de Verlaine, publicado en 1884, al que le da nombre un poema de Boudelaire publicado en su libro Las flores del mal, titulado Bendición.  

         Los comentarios de los autores que dio Verlaine, que conoció personalmente a la mayoría, tratan sobre el estilo de su poesía y de anécdotas personales vividas con ellos.

         Verlaine expuso que dentro de su individual y única forma, el genio de cada uno de ellos había sido también su maldición, alejándolos del resto de personas y llevándolos de esta forma a acoger el hermetismo y la idiosincrasia como formas de escritura. También fueron retratados como desiguales respecto a la sociedad, teniendo vidas trágicas y entregados todos ellos con frecuencia a tendencias autodestructivas; todo esto como consecuencia de sus dones literarios.

         El uso de esta expresión y del término malditismo se generalizó luego para referirse a cualquier poeta (o a un escritor de otros géneros o incluso a un artista plástico) que, independientemente de su talento, es incomprendido por sus contemporáneos y no obtiene el éxito en vida; especialmente para los que llevan una vida bohemia, rechazan las normas establecidas (tanto las reglas del arte como los convencionalismos sociales) y desarrollan un arte libre o provocativo.

            En realidad, y según nuestro criterio, el término maldito utilizado para definir a un grupo de “intelectuales” franceses como después se utilizaría el de bohemios en Madrid y Barcelona, en España, al margen de los reconocidos méritos literarios de algunos de sus componentes, no enencierran más que a un grupo de personajes que hicieron de sus reconocidas y estudiadas mediocridades literarias un arma de lucha contra una sociedad y unas normas de convivencia a la que ellos, en su soberbia, no estaban dispuestos a aceptar, significándose muchos de ellos por una vida disipada, violenta, amoral, cuando no claramente dentro de la más pura delincuencia.



         Madrid, la ciudad de la farándula y de la vida licenciosa, con sus cafés literarios y sus teatros de variedades en plena efervescencia y derroches, vería pasar por sus calles las figuras fantasmales de unos hombres vencidos, a la espera de una gloria que les estaba prohibida. Malviviendo en fonduchas de mala reputación, sableando a los amigos y conocidos, mientras sus estómagos vacíos reclamaban el más mínimo alimento. Muchos de ellos siguieron fieles a sus principios; otros, menos firmes en sus convicciones fueron capaces de vender su alma al diablo por unos renglones de efímera gloria en cualquier periodicucho o por un café con que alimentar sus desnutridos cuerpos. Eran el caldo de cultivo más propicio para un mundo de delincuencia y dejaciones de unos hombres que estaban llamados a los más altos designios de las letras españolas. 

       
         El resultado final de estas vidas desordenadas lo podemos ver si nos detenemos a estudiar sus consecuencias finales, en las que bien por suicidios, muertes por sobredosis, alcoholemia o muertes violentas en peleas callejeras (también como consecuencia del hambre y las precariedades sufridas como consecuencia de sus fracasos), muchos de estos personajes no llegaron a alcanzar la edad de treinta años. Veamos algunos ejemplos de lo que estamos diciendo:

         Thomas Chatterton: se envenenó con arsénico en una buhardilla de Londres el 25 de agosto de 1770; Gérard de Nerval: aparece muerto en la nieve de París, un 26 de enero de 1865; Antero de Quental: muere de dos disparos. Su mano apretó el gatillo en Punta Delgada, un 11 de septiembre de 1891; José Asunción Silva: se dispara un tito en el pecho sobre el que hizo dibujar un corazón a su médico, el 14 de mayo de 1896; Ángel Ganivet: se lanza dos veces al río Duina; la primera lo sacan del agua. En Riga el 29 de noviembre  de 1898; Vladimir Maiakovski: se dispara un tiro en Moscú el 14 de abril de 1930; Leopoldo Lugones: quema sus libros y muere por ingestión de cicuta en la isla del Tigre, el 18 de febrero de 1838; Alfonsina Storni: se interna despacio en las aguas del Atlántico en Mar de Plata, el 25 de octubre de 1938; Cesare Pavese: ingiere dieciséis envases de somnífero y muere en Turín el 27 de agosto de 1950; Paul Celan: se arroja a las aguas del Sena a su paso por París el 30 de abril de 1970; Mariano José de Larra: de suicidó de un pistoletazo en la sien derecha. Tenía 27 años; Paul Verlaine, el príncipe de los poetas muere en París, a los 51 años, en la tristes de las miserias; Charles Boudelaire, el poeta del mal, muere en París el 31 de agosto de 1867, víctima de la sífilis; Edgar Allan Poe, muere en Baltimore, Meryland, a los cuarenta años, víctima del alcoholismo; Oscar Wilde, murió en París un 30 de noviembre de 1900, a los 46 años, víctima de los excesos de todo tipo… etc.

         Pero la semilla ya estaba plantada. Estas vidas truncadas en plena juventud dieron su corrompido fruto en una parte de la juventud europea que los acogió como nuevos heroes, sobre todo por una izquierda radical y anarquista, así como por todos aquellos “artistas” fracasados, quienes continuaron con sus excesos y con sus reivindicaciones creyéndose el ombligo de los nuevos movimientos culturales, al mismo tiempo que se alejaban de su verdadero cometido como lo era –o debía de ser– la creación de nuevas obras de contrastado interés para el lector.

         Esta sinrazón de estos privilegiados personajes o personajillos del mundo de la “cultura” los hemos tenido que sufrir –o lo seguimos sufriendo–  en la España actual, donde no hay premio literario que se precie sin un jurado de figuras netamente izquierdosas, dándose el caso lamentable que aún con gobiernos alejado de sus postulados y en una clara muestra de complejos de culpa nunca superados, se sigan premiando una y otra vez, con el indeseado espectáculo de negarse a recibir el premio por ser “gobiernos fascistas”,  a autores sin una obra de relevancia y sin otro mérito conocido que el de su compromiso político. Igualmente  sucede con un cine o un teatro ramplón y claramente politizado, subvencionado por un estado que se olvida, por otra parte, de apoyar la verdadera cultura que la sociedad les está demandando.

         Por otra parte, todos aquellos que amamos el mundo de las letras sabemos que, durante muchos años y hasta podríamos decir que la actualidad, Madrid –y en cierto modo también Barcelona– se convirtió en el foco de atracción para todos aquellos artistas y literatos de provincias que querían triunfar en el mundo de las artes; todo aquel que tenía inquietudes culturales y deseos de triunfo, abandonó los siempre encorsetados límites de sus provincias para buscar en la capital del reino, por aquellos años en ferviente ebullición en el mundo de la cultura a través de las innumerables tertulias y cafés literarios, un hipotético triunfo que en muchos casos, bien por falta de calidad de sus obras, o bien por falta de oportunidades a la hora de editar, nunca llegó, dejando a sus autores en la más triste indefensión al haber gastado todos sus ahorros en la más que arriesgada aventura, al no querer darse por vencidos y regresar con las manos vacías a su tierra de origen.

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Notas
(1) Definición asocial en el DRAE. 
(2) Espina, Antonio (1995). Las tertulias de Madrid. Alianza Editorial. pp. 244 a 254.
(3) Murger, hijo de un portero y sastre, pasó su juventud entre los 'bebedores de agua', un conjunto de paupérrimos artistas del Barrio latino de la capital francesa, llamados así por carecer de dinero para los buenos caldos. La obra por la que alcanzó la celebridad es Scènes de la vie de bohème, Escenas de la vida bohemia, cuya versión teatral (La vida bohemia) estimuló la creación de dos importantes óperas con el título La bohème, una de Giacomo Puccini (1896) y otra de Ruggiero Leoncavallo (1897).
(4) Antonio Espina, pág. 246.
(5) Jaime Álvarez Sánchez: Bohemia, Literatura e Historia (Bohemiam, Literature and History) Cuadernos de Historia Contemporánea 2003.
(6) Allen W. Phillips: “Apuntes para el estudio de la bohemia en algunas novelas modernas (1880 - 1930)”, en Anales de Literatura Española, nº 6, 1988
(7) I Jornadas sobre Buscarini en la Bohemia Literaria de la Universidad de la Rioja.
(8) Allen W. Phillips: “Treinta años de poesía y bohemia (1890 -1920)”, en Anales de Literatura Española, nº 5, 1986-1987.
(9) Sobre la primera, consultar: Alonso Zamora Vicente, La realidad esperpéntica (Aproximación a «Luces de bohemia») (Madrid, Gredos, 1969); Baroja, por su parte reunió buen número de anécdotas en su libro de memorias Desde la última vuelta del camino. Y como estudio más general: Andrés Amorós, Vida y literatura en “Troteras y danzaderas” (Madrid, Editorial Castalia, 1973)
(10) Posteriormente se han hecho varios intentos de recrear el mundo de la bohemia, entre los que se puede citar la novela Las máscaras del héroe, de Juan Manuel de Prada.

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