sábado

ROMANCES POPULARES DE LA ZONA DE LA SERENA (BADAJOZ)

LITERATURA POPULAR:
PLIEGOS Y LIBROS DE CORDEL,
CANCIONES DE CIEGOS. LAS ROMANZAS.

Mucho es lo que la literatura culta debe a estos tres términos que encabezan nuestra nota. Y resalto este adjetivo, porque romances tan importantes como Roldán, El Cid, el Conde de Alarcos o Carlomagno, por señalar algunos de los más conocidos, llegaron a nosotros tras ser arrancados del Romancero culto –por lo tanto minoritario– y trasvasados al romancero popular por ciegos, copleros y buhoneros y cantados en calles y plazas céntricas de los pueblos, con ocasión de ferias y mercados.
Resulta extraordinario que esta literatura ambulante, configurada por frágiles “cuadernos de pocas hojas” –así definía el extremeño Rodríguez-Moñino los pliegos sueltos–, haya transmitido hasta nuestros días la riqueza de la poesía del siglo XVI, en especial del Romancero tradicional, de cientos de composiciones líricas breves, como canciones, letras y villancicos, piezas de teatro y, en el caso de la prosa, avisos, relaciones de sucesos, almanaques, pronósticos lunarios, libros de medicina popular e historias caballerescas de sabor medieval.
No olvidemos que desde el último año del siglo XV gracias a los impresos de amplia difusión y a la lectura en vos alta –recordemos que en la Edad Moderna los escritos se veían, escuchaban y leían–, muchas obras históricas, literarias o religiosas alcanzaron en toda Europa un público bastante más amplio que los afortunados propietarios de bibliotecas y quienes lograban adquirir una cultura letrada.
Aunque España es uno de los países que se suma a un fenómeno europeo, los pliegos sueltos y libros de cordel fueron un producto original de la tipografía española renacentistas. Desde los comienzos de la imprenta en España, los primeros impresores de la península –la mayoría de procedencia extranjera–, adoptaron la costumbre de combinar ediciones de libros costosos y de lujo con la pliego sueltos, certificados, cartillas, indulgencias y otros pequeños impresos, ya que estas piezas breves resultaban muy rentables para los talleres, habida cuenta de que pronto y por poco dinero, se imprimían grandes cantidades de ejemplares cuya venta ayudaba a financiar obras más caras y de público más restringido.
Sin duda, los pliegos sueltos –surgidos en el periodo incunable y consolidados como géneros editoriales a lo largo del siglo XVI–, acercaron durante centurias textos de muy diversa naturaleza y alcance a gran número de lectores, se reimprimieron y editaron de manera continuada, y se difundieron ampliamente por todo el ámbito hispano. En las últimas décadas del quinientos, sin embargo, cambió el contexto social que hizo posible su aparición y los impresores intentaron continuar explotando el filón comercial de este tipo de impresos con nuevos productos de desigual calidad dirigidos a la difusión masiva.
Poco apoco fueron desapareciendo los romances cultos, terreno que ocuparon nuevas piezas que versaban sobre la vida de bandoleros y contrabandistas, casos milagrosos, autos de fé, sucesos sobrenaturales, fenómenos de la naturaleza y, a falta de prensa periódica, las relaciones recogían noticias del momento como, por ejemplo, las entradas y salidas de los monarcas de la Corte o fastos reales.
En cierto modo, la baja calidad del libro en el siglo XVII se debía a las severas leyes sobre su producción y su venta dictadas por Felipe II en plena Contrarreforma y en momentos de empobrecimiento nacional. Así pues y como siempre, una de las tantas consecuencias de la falta de capital y de la penuria general de las industrias del libro en España fue la especialización del mercado –y del público–, de la literatura efímera, ya que a lo largo del siglo XVII la crisis obligó a muchos impresores a aumentar la producción de materiales fácilmente vendibles que ayudasen a sostener los negocios tipográficos.
Fue el siglo XVIII en que se volvió a ver el resurgir de la industria y el comercio del libro, una vez remontada la crisis del siglo anterior, floreciendo numerosas pequeñas imprentas y librerías, principalmente en las grandes ciudades españolas, pero siempre apoyándose en las reediciones baratas, manejables y de ágil circulación. Su base consistía en pliegos y libros de cordel, libros de rezos, vidas de santos, cartillas, relaciones de comedias, calendarios, almanaques, pronósticos, relaciones de sucesos, guía de forasteros, etc. Es decir, lo de siempre.
En el siglo de las luces, siglo del libro utilitario, educativo y erudito, la literatura popular impresa continuaba alcanzando un innegable éxito entre el gran público lector. Dentro de esta oferta, la narrativa popular más difundida en el dieciocho fueron, sin duda, las historias en libros de cordel. En pocas palabras, las historias eran un tipo de narrativa caballeresca breve que vio la luz en la época incunable, al calor de la gran afición por libros de caballeria, y que se continuó imprimiendo y editando hasta principios del siglo XX.
Hemos mencionado que en un momento determinado en la historia de la imprenta y como consecuencia de los cambios sociales habidos en la sociedad, la impresión de romances, hasta ese momento cultos, se “vulgarizan” y llegan al pueblo que muy pronto los hace suyos, popularizándolos y difundiéndolos en su entorno. Pues bien, este es el verdadero arranque de mi trabajo, siendo lo anteriormente expuesto merlo preámbulo, o por decirlo de manera popular, “el hilo conductor” que me lleva al tema seleccionado.
Mi familia, toda extremeña desde tiempos para mí desconocidos y habitantes en pueblos colindantes con lo que fue la “raya” fronteriza del reino moro –por el sur– y también a pocos kilómetros de la siempre frágil y guerreada frontera con Portugal, es un ejemplo de lo que exponíamos al principio en el modo de transmisión oral de romances, villancicos, crímenes truculentos e historias sobrenaturales.
Familia muy humilde –mano de obra campesina alquilada al mejor postor–, pero muy numerosa, cualquier acontecimiento familiar –bodas, nacimientos, bautizos, etc.–, o festivos –ferias, romerías, etc.–, era motivo más que suficiente para organizar una parranda festiva donde los cantes –sobre todo las mujeres– y las historia burlescas servían para animar el cotarro y hacer olvidar, en muchos casos, la falta de alimentos que la ocasión requería. Eso sí, el vino era sagrado. ¡Faltaría más!
Era después de la sobremesa, con los hombres tirados a la bartola cabeceando su siesta, cuando las mujeres se explayaban contándose historias más o menos crueles o truculentas, unas reales, pero la mayoría oídas a ciegos, copleros y feriantes, que los niños escuchábamos con asombro, sin perder una sílaba de lo que allí se tramaba.
Un acontecimiento familiar tan importante como la matanza del cerdo era el más esperado por nuestros oídos –y estómagos–, hambrientos de noticias extraordinarias, aunque muchas veces se nos escapara parte del significado expuesto. Aquel era el reino de las mujeres, de tal manera jerarquizado, que eran las abuelas, tías y demás espécimen de mayor edad quienes llevaban la voz cantante en el relato de historias, una vez que lo peor de la faena se terminaba y se dejaba en manos de las más jóvenes y cantarinas féminas.
Muchas son las historias que se me quedaron grabadas de aquella época y muchas las canciones que todavía recuerdo, sin saber que lo que estaba recibiendo era un legado, que como en otras casas de pueblos de la zona, formaban el núcleo del acervo cultural de nuestro país: me refiero al Romancero tradicional, esta vulgarizado.
Con el paso de los años y cuando mi afición literaria me fue llevando por lecturas más específicas, me fui dando cuenta del inmenso tesoro que de manera totalmente desconocida encierran las costumbres y memorias populares.
Me faltaron reflejos. Y lo confieso con pena y un poco de vergüenza, pues cuando valoré en su justa medida lo que vengo diciendo y quise recopilar, bien en cassettes y en viva voz o bien por escrito, muchos familiares ya no estaban con nosotros y parte de estas memorias se fueron perdiendo, aunque afortunadamente llegué a tiempo para guardar otras que conservo con sus voces originales –hoy también perdidas–, y con el hermoso estribillo y acento extremeño de antaño, de una zona tan desconocida como son los pueblos de la sierra de Badajoz –estribaciones de Sierra Morena, por su parte más occidental.
Quiero ofreceros algunos ejemplos de estos “romances fronterizos” que aunque hoy día muy estudiados por verdaderos especialistas de la materia, como lo puedan ser Menéndez Pelayo, García Matos, García Collado, Joaquín Díaz, y una larga lista de nombres ilustres, y dados a la imprenta en su mayoría, otros muchos siguen desconocidos, esperando una mano amiga que los recupere.
Uno de los que hoy vamos a recitar pertenece a estos últimos, pues en muchos manuales y obras específicas sobre los romances “fronterizos” que he consultado, jamás me lo he encontrado, excepto en un libreto editado por un familiar mío, impreso en Madrid en el año 1933 y costeado por el autor. El libro no es bueno –lo confiesa el autor–, pero tiene el encanto y el coraje que arranca de aquellos verdaderos juglares extremeños, sin más conocimiento y bagaje cultural que la pura intuición musical de la palabra. Que ya es bastante.
El romance toca un tema conocido como no puede ser de otra forma en terrenos de fronteras: el contrabandista. Y entra dentro de las normas más ordinarias –o populares–, de las romanzas al uso, es decir, su rima es discontinua, buscando siempre la terminación del cuarteto con sílabas sonoras que afecten tanto al oído del oyente, como a crear un ambiente tenso y de embrujo en el grupo.
Si quiero llamar la atención sobre la estructura de la composición. No sé si de forma premeditada, en este caso, el autor va componiendo los cuartetos como si de composiciones pictóricas se tratara, es decir, va formando verdaderas cadenas simultáneas de dibujos donde se ven más que se adivinan, los acontecimientos que se narra. Esto hoy nos parecería inadecuado y fuera de lugar, pero no olvidemos, como decíamos anteriormente, que la literatura en aquellos momentos se leía, se escuchaba y se VEÍA, apoyándose el narrador en dibujos confeccionados con motivos relativos de la narración y que superpuestos en un tablón iba recorriendo con un punzón, al mismo tiempo que los narraba dándoles la entonación adecuada a cada tema.
Yo he llegado a ver en mi pueblo a estos trovadores y sacaperras hasta finales de los años 50 a los cuales seguíamos los chiquillos con una mezcla de admiración y miedo, pero que nos atraían como un imán.
El segundo es un romance de amor, también delimitado por las circunstancias fronterizas, entre moros y cristianos

EL CONTRABANDISTA Y LA MÉNDIGA

Por montes y por barrancos,
por valles y por senderos,
caminaba Luis Gonzalez
con su caballo Lucero.

Contrabandista valiente,
de corazón noble y sano,
con su cachimba encendida
y su trabuco en la mano.

Marchaba a campo traviesa
en una noche tenebrosa,
de huracán, lluvia y tormenta
como no se vio otra cosa.

Y en el momento supremo,
quiso la Fatalidad
de encontrarse a una méndiga
en aquella soledad.

Como hombre precavido
hechó al caballo hacia atrás,
y con voz fuerte y erguida
le pregunta a la méndiga:

¿Qué buscas en este lugar?

Busco albergue en esta noche
de lluvia y de tempestad,
y después pedir limosna
en cualquier otro lugar.

Y dígame, señorito,
aunque sea por caridad,
por su madre, socorredme,
que Dios se lo pagará.

¿Por mi madre? Pobrecilla.
Me la quedé en Portugal,
una noche de tormenta,
en una batalla campal.

Fueron los carabineros
los que me la asesinaron,
una noche en este estilo,
entre lluvia y gritos lo acuchillaron

Allí perdí yo a mi hijo,
mi Luis González Mariano,
guapo, buen mozo y valiente,
contrabandista y cristiano.

¿Pero… ¡qué decís! buena mujer,
si Luis González Mariano
lo tenéis aquí delante
convertido en vuestro esclavo?

¿Y vuestra gracia, señora?
que me tenéis preocupado;
decidme, decidme pronto,
en nombre del Dios soberano.

Yo, Carmen Mariano Delgado.

Pero decidme, señora,
si ese nombre, ¡Vive Dios!
fue el que llevaba mi madre
hasta el día que murió.

Igual me sucede a mí,
caballero, buen cristiano,
que aquel hijo que perdí
fue Luis Gonzalez Mariano.

¿Entonces, que fue de ti
la noche de Portugal
si ahora os encontráis aquí
en esta triste soledad?

Pues que me sentí desmayada
cuando vi que os perseguían,
hasta que un alma cristiana
me recogió al nuevo día.

¿Y a vos, buen caballero,
la noche de Portugal,
que fue lo que os ocurrió
en aquella lucha campal?

Pues que me encomendé a mi madre
con mi caballo Lucero,
y después de aquella lucha
me puse a salvo el primero.

Entonces me permitirás
que hijo te pueda decir,
porque tu cara es igual
que la de mi pobre Luis.

¡Pero madre!, duda tanta,
de este hijo que te adora,
del que por ti moriría;
Ven que te bese la frente
y te abrace, madre mía.

¡Hijo de mi corazón!,
ya contigo soy feliz,
yo te colmo con mis besos,
ven que te abrace, y mi pecho
se sentirá más feliz.

Una vez que se declaran
esperan al nuevo día,
coge a su madre y la lleva
en la grupa de su Lucero
al palacio en que vivía.

Llenos de gozo y amor,
madre e hijo allí vivieron,
socorriendo al desvalido,
con pan, abrigo y dinero.

Y así termina su dicha
del contrabandista humano,
y de aquella madre querida
de Luis Gonzalez Mariano.

LA MORERÍA


En los montes más espesos
Que tiene la Morería,
hay una mora lavando,
tendiendo en sus salerías.

Ha pasado un caballero
y estas palabras decía:

- “´Quítate de ahí, mora guapa:
Quítate de ahí, mora linda,
que va a beber mi caballo
agua fresca y cristalina.”

- “No soy mora, caballero,
que soy cristiana cautiva,
me cautivaron los moros
el día de Pascua Florida.”
- “¿Te quieres venir conmigo
a los montes de La Oliva?”

- “Y esta ropa que yo lavo
¿dónde la dejaría?”
- “La más fina y la de Holanda
aquí en mi caballo iría
en mi pecho, vida mía,
y lo que no valgan nada
al río la tiraría.”

- “Y mi honra caballero,
¿dónde me la dejaría?”

- “Juro por la cruz de mi espada
que jamás la tocaría;
ni tocarla ni mancharla
hasta que no fuera mía.”

La ha montado en su caballo
y ha empezado a caminar,
y al llegar a aquellos montes
la mora empezó a llorar.
- “¿Por qué lloras, mora guapa;
por qué lloras, mora linda?”

- “Lloro porque en estos montes
mi padre a cazar venía
con mi hermano Don Alejo
y yo en su compañía.”

- “¡Válgame, Dios de los cielos,
también la Virgen María,
creyendo traer mujer,
traigo a una hermana mía.

Madre, abra usted las puertas,
ventanas y celosías,
que aquí le traigo la prenda
por quien llora noche y día.



GERINELDO

Gerineldo, Gerineldo,
Gerineldo Pulido.
Quién te cogiera esta noche
tres horas en mi albedrío.
Como soy vuestro criado,
señora burláis conmigo.
No es una burla , Gerineldo,
que de veras te lo digo.
¿A qué hora gran señora
se cumple lo prometido?
A eso de las doce y media
cuando mi padre esté dormido.
Tres vueltas dio al palacio,
tres vueltas dio al castillo.
¿Quién ronda en mi palacio?
¿Quién ha sido el atrevido?
Soy Gerineldo, señora,
que vengo a lo prometido.
Con zapatillas de seda
para que no sea sentido,
le ha agarrado de la mano,
en su estancia le ha metido.
Dándose besos y abrazos
hasta quedarse dormido,
a esto de las doce y media
al Rey que se le ha ofrecido.
¿Dónde está mi Gerineldo
que me abroche los vestidos?
Uno le dice que no está,
otro le dice que ha salido.
El Rey que se lo sospecha ,
en busca la infanta ha ido,
encontrándose a los dos
como mujer y marido.
¿Qué me hago yo aquí ahora?
¿Qué me hago yo Dios mío?
Ha levantado su espada
para hacer un desafío;
si mato a la princesa,
quedo el palacio aburrido.
Si mato a Gerineldo,
le he criado de niño.
Pondré mi espada en el medio
para que sirva de testigo,
para la mañana la noche,
serán mujer y marido.
Con la frialdad de la espada,
la infanta se ha estremecido;
despierta mi Gerineldo,
que la espada de mi padre
está sirviendo de testigo;
vete por eso jardines
a cortar rosas y lirios.
El Rey que lo está escuchando,
al camino le ha salido.
¿Dónde vas Gerineldo,
tan triste y desconsolado?
Vengo del jardín de usía
de regar rosas y lirios;
la fragancia de las rosas
los colores me ha comido.
No me niegues Gerineldo
que con la infanta has dormido.
Máteme usted padre mío,
que lo tengo merecido.
No te mato Gerineldo,
que te he criado desde niño;
te casarás con la infanta
a cumplir lo prometido.
Tengo hecho juramento
por la virgen de la Estrella,
de no casarme con dama
que haya dormido con ella.

LA VIRGEN VA CAMINANDO

La virgen va caminando
{ Bis de Egipto para Belén,
Con los calores tan fuertes
{ Bis el niño llevaba sed.
No pidas agua , mi niño,
no pidas agua, mi bien,
porque están los ríos turbios
y no se puede beber.
Allí, abajo, a la derecha,
vieron un naranjo verdecer,
el hombre que lo guardaba
era ciego que no ve.
Ciego, dame una naranja
para el niño entretener;
cójala usted, gran señora,
coja las que quiera usted.
El niño como era niño,
todas las quería coger;
la virgen como es tan corta,
no cogió más que tres.
Una le dio a su niño,
otra le dio a san José,
otra se quedó con ella,
para la Virgen oler.
Siguen el camino adelante
y el viejo ha empezado a ver;
¿quién será esa señora
que me ha hecho tanto bien?
Era la Virgen María
y su esposo San José.

LA VIRGEN CAMINA A EGIPTO

La Virgen camina a Egipto
huyendo del rey Herodes
y en el camino han pasado
hambre, fríos y calores.
Y al niño lo llevan
con mucho cuidado,
porque el rey Herodes
quiere degollarlo.
Siguen el camino adelante
y a un labrador que allí vieron
le ha preguntado la Virgen:
-“Labrador, ¿qué estáis haciendo?
Y el labrador le dice:
-“Señora, sembrando un poco de piedra
para que al otro año…”
Tanta fue la multitud
que el Señor le dio de piedras
que parecía un peñón
de las grandísimas sierras.
Y ese fue el castigo
que Dios le mandó
por ser mal hablado,
a aquel labrador.
Siguen el camino adelante
y a otro labrador que vieron
le ha preguntado la Virgen:
-“Labrador: ¿qué estais haciendo?
Y el labrador le dice:
-“Señora, sembrando
un poco de trigo
para que al otro año…”
-“Venga mañana a segarlo
sin ninguna detención,
es el favor que te pide
el Divino Redentor.”
El labrador se fue a casa
lleno de imaginación,
y a su mujer le contaba
todo lo que pasó.
Y al día siguiente
buscaron peones,
segaron el trigo
con muchos primores.
Y estando segando el trigo
llegaron tres a caballo,
por una mujer y un niño
y un viejo van preguntando.
Y el labrador les dice:
-“Cierto que los vi,
estando sembrando,
pasar por aquí.”
-“Labrador no nos engañes;
Mira que no mientas, no.
La mujer es muy bonita
y el Niño parece un sol.”
-“El me ha parecido
Un poco más viejo,
porque le llevaba
quince años lo menos.”
Vuelven atrás sus caballos
echando dos mil reniegos,
porque no podrán lograr
aquel intento perverso.
Y el intento era
de llevarlos presos,
y de presentarlos
ante el rey soberbio.


DON ALONSO

Don Alonso, Don Alonso,
Don Alonso caminaba,
lleva a la reina consigo,
la pobre va embarazada.

En la mitad del camino,
ha ocurrido una desgracia:
mataron a Don Alonso
y a la gente que llevaba…
y a la pobre de la reina
le han dado de puñaladas;
por donde el puñal entró,
el niño la mano saca.
Dale, criada, ese niño,
dáselo a criar a un ama;
no se lo des a viuda
ni a soltera ni a casada;

dáselo a una tía suya
que lo quiera más que al alma,
que le diga: “hijo mío”,
hijo de una desgraciada,

naciste en campo verde,
pudiendo nacer en cama.
El día que yo me muera
no me entierren en sagrado,

me entierren en campo verde
por donde pase el ganado.
Y sobre mi sepultura,
un letrero colorado,
con letras de oro que digan:
aquí murió un desgraciado;
no murió de calentura,
ni de dolor de costado,
que murió de puñaladas
que cuatro chulos le han dado


EL CURA Y LA TAHONERA

Siéntate, si estás despacio;
te contaré el entremés:
lo que le pasó a un tahonero,
casado con su mujer.
La visita el señor cura,
la quiere pisar un pie.
-“Déjale que te lo pise,
si te da bien de comer.”
Aviaron un pollito
con mucho azúcar y miel,
y al echar la bendición
a la puerta llama Andrés.
-“Señor cura, mi marido,
¿dónde le meteré a usted?”
-“Méteme en ese costal
y arrímame a la pared,
como es casa de tahona
nadie lo echará de ver.”
Y al entrar Andrés en casa,
es lo primerito que ve.
-“¿Qué hay en ese costal
arrimado a la pared?”
-“Fanega y media de trigo
que ha caído que moler”
-“Sea trigo o sea cebada
mis ojos lo quieren ver.”
Y al destapar el costal
lo primero que se ve:
la corona al senor cura
y el sombrero calañés.
-“Buenos días, señor cura.”
-“Buenas las tengáis, Andrés.”
-“Parece que Dios lo ha hecho,
que a mi casa venga usted;
que tengo la mula coja
y ha caído que moler.”
Lo engancharon a la una,
lo soltaron a las tres.
Se le ha caído el pañuelo,
no se ha bajado a por él.
Pasó por la cantarera,
no se ha parado a beber.
Al otro día de mañana,
a misa fue la Isabel.
-“Señor cura, mi marido,
que a mi casa vaya usted,
que sigue la mula coja
y ha caíd de moler.
-“Que lo muela el gran demonio,
que yo no lo he de moler;
que si cien años viviera,
no me engaña otra Isabel.”

LOS SEGADORES

Esto eran tres segadores
que salían de su casa
y uno de los segadores
lleva ropa muy profana;
lleva dediles de oro
y el antepecho de Holanda,
las manijas de metal
y la hoz de fina plata;
un dama en su balcón
del segador se prendaba
y lo ha mandado llamar
con una de sus criadas.
Sígame buen segador
que le demanda mi ama.
Dígame , buena señora,
a qué menester me llama.
Dígame, buen segador,
¿quiere segar mi senara?
Y esa, señora, señora,
¿dónde la tiene sembrada?
No está en cerros ni en veredas,
ni en lejíos ni en cañadas,
que está entre dos columnas
que sostienen a mi ama.
Esa señora, señora,
no es para mí segarla,
que es para condes y Marqueses
y los más Grandes de España.
-“Síguela, buen segador,
que recibirá su paga.
El segador obediente
echó mano a segarla,
lleva ya siete gavillas
y va por otra manada.
A eso de la media noche
el segador trasegaba.
Me ha dado siete doblones
y un pañuelito de Holanda.
A la mañana siguiente
las campanas repicaban,
y era por el segador
que a noche tan bien segaba.
Ricardo Hernández Megías
Septiembre 2010

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