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CARTAS DE RODRÍGUEZ-MOÑINO


CARTAS DE RODRÍGUEZ-MOÑINO

2012 MARZO 31
Por Manuel Pecellin
Ver original, aquí: Cartas de Rodríguez Moñino

La “auctoritas” alcanzada por D. Antonio Rodríguez-Moñino (Calzadilla de los Barros, 1910- Madrid, 1970) fue inmensa y el reconocimiento entre todos los estudiosos de las letras castellanas, españoles e hispanistas de todos los países, no ha hecho sino crecer tras su muerte. Los trabajos del insigne bibliófilo y bibliógrafo (él prefería la segunda calificación) resultan imprescindibles para los historiadores en general y muy especialmente los de la literatura, muy especialmente la compuesta en nuestra Región, tan amada por él.
Cuanto escribió, para darlo a luz o como correspondencia privada, ilumina los temas que aborda. Lo hizo con el largo centenar de cartas –una parcela solo de su muy rico epistolario– reunidas en este volumen, que aparece merced a los desvelos de José Iglesias Benítez, Ricardo Hernández Megías y Julia Rodríguez-Moñino Soriano, sobrina dilecta de aquel gran hombre, quienes suscriben el preliminar. A ellos se deben también los apuntes biográficos antepuestos para identificar a los corresponsales y no menos se les hubiesen agradecido más notas a pie de página que permitiesen descifrar mejor los numerosos guiños, referencias y alusiones intercambiados.
Se publica como homenaje, un poco tardío, que en el primer centenario le rinde el Centro de Estudios Extremeños, institución con la que tan hondas relaciones, no exentas de duras críticas, mantuvo desde su origen Rodríguez-Moñino.
Son piezas de diferentes extensión (muchas, breves; alguno, con bastantes páginas) que, conservadas por diversos familiares, no pasaron a la Real Academia junto con el inapreciable archivo-biblioteca de los Moñino-Brey, pero cuyo valor no cabe ignorar, tanto por el autor como por sus destinatarios, de los que también se reproducen no pocas contestaciones. Abarcan un amplio periplo, desde la mitad de los cuarenta de la anterior centuria hasta la muerte del maestro, sin que falten varias posteriores remitidas a la viuda, Dª María Brey. La relación de los receptores es abrumadora: Camilo José Cela (amigo indefectible de D. Antonio), Buero Vallejo, Luis Rosales, Jorge Guillén, Vallejo, Lázaro Carreter, Emilio Alarcos, Manuel Gómez Moreno, Antonio Pérez Gómez, Emilio García Gómez, Ramón Menéndez Pidal, Melchor Fernández Almagro, José María de Cossío, Pedro Sáinz Rodríguez, Luis Araquistain, Agustín Miralles, Ramón Carande, Gregorio Marañón, Francisco Rico… mantuvieron relaciones intelectuales con el extremeño, así como una enjundiosa serie de hispanistas, encabezada por el gran Marcel Bataillon, quien pronto lo tuvo por “el príncipe de los bibliógrafos”. A todos, según los casos, los ilustra, anima o reconviene aquel tan infatigable como honesto investigador, que también encuentra en esos moldes íntimos ocasión para defenderse, o al menos desahogarse, de las no escasas ni débiles enemigas contra él lanzadas.

Algunas de las piezas aquí recogidas son en verdad antológicas.
Recordaré las dos que se intercambian Moñino y Leopoldo Eijo Garay, obispo de Madrid, a propósito de los intentos de aquél (frustrados entonces) para ingresar en la Academia. Por no decir la que nuestro hombre, con un interminable proceso de depuración sobre sus espaldas, dirigía a Dámaso Alonso, por el que se sintió traicionado (reproducido facsímil el manuscrito, sin fecha), con párrafos como éstos: “¡Tú, perseguido por el Régimen! Es para morirse de hilaridad. Está bien que esos cuentos de miedo se los enjaretes a algún papanatas: a los que te conocemos, no (…). Tus pequeñas ruindades y traicionejas te las hemos perdonado los amigos siempre a cuenta de tu indiscutible talento. Pero erigirlas ahora en normas de moral para juzgar a los demás, eso no. Es ya mucha frescura eso. No me hagas hablar…” (pp. 73-74).
En estas cartas, notas y postales se percibe en toda su nitidez el Moñino siempre generoso (v.c., Rafael Lapesa escribe en diciembre de 1964 para devolverle “unos pergaminos del siglo XII que me dejaste años atrás”), entusiasmado con sus labores, ilustradísimo, mordaz, exigente, ingenuo, sensible, contertulio amistoso y prosista dotado de una indefectible voluntad de estilo.

D. Antonio Rodríguez-Moñino, Breve Epistolario de… Badajoz, Centro de Estudios Extremeños, 2011.

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