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JUAN-SIMEÓN VIDARTE

Llerena (Badajoz), 8 de mayo de 1902 / México, 29 de octubre de 1976




 Aunque lo más relevante en la biografía de Juan-Simeón Vidarte y Franco Romero es su compromiso político y sus actividades dentro del partido Socialista Obrero Español hasta su expatriación a México, su obra literaria, principalmente sus memorias políticas que llevan el título de Todos fuimos culpable. Testimonio de un socialista español, tienen la calidad literaria e histórica en aquellos años cruciales de la guerra civil española 1936-1939, suficientes como para estar en estas páginas de recuperación de la memoria de personajes de Extremadura.



Vidarte llega a Madrid, desde Extremadura, su tierra de nacimiento, en el año de 1918 para estudiar Derecho. Durante la dictadura de Primo de Rivera se inicia en la masonería, afiliándose al mismo tiempo y en las postrimerías de aquel período a la Juventudes Socialistas, ingresando en el PSOE a través de la Agrupación Socialista Madrileña, a principios de 1930. Hombre de una cultura excepcional, dentro de la organización juvenil socialista sería nombrado vocal en la dirección nacional (1930 a 1932) y vicesecretario (1932 a 1934).

Dentro del partido pertenecía al sector centrista del PSOE, liderado por Indalecio Prieto. En el XIII Congreso del partido, celebrado en octubre de 1932 fue elegido vicesecretario de la Comisión ejecutiva del PSOE, bajo la presidencia de Largo Caballero, puesto que ocupó hasta el final de la Guerra Civil y la desarticulación de la dirección socialista.

Durante el periodo republicano, fue elegido tres veces consecutivas diputado por la circunscripción de Badajoz, en las elecciones de de 1931, 1933 y 1936, resultando el quinto diputado más votado. Su actividad parlamentaria fue intensa: fue secretario primero de las cortes y miembro de la Comisión de gobierno Interior durante la legislatura 1931-1933; miembro de la Comisión de Reglamento durante la legislatura 1933-1936; y de las Comisiones de gobernación, de Incompatibilidades, de Justicia (suplente y titular) y de las de Actas y Calidades en la legislatura 1936-1939. Fue también vocal del Jurado Mixto de Teléfonos y vicepresidente del Consejo de Corporación de Banca (por designación del ministro de trabajo Francisco Largo Caballero), durante la primera legislatura republicana, y fiscal del Tribunal de Cuentas de la República desde junio de 1936.

Comité ejecutivo del PSOE. Vidarte es el 3º por la izquierda, sentado
Durante la Guerra Civil, y como miembro de la Comisión Ejecutiva del PSOE, ya controlada totalmente por la facción centrista, así como amigo personal tanto de Prieto como de Negrín, tuvo responsabilidades gubernamentales desde la constitución del primer gobierno de Largo Caballero, en septiembre de 1936. Tras el nombramiento de Juan Negrín como Ministro de Hacienda, formó parte de su gabinete, como responsable de misiones especiales ante bancos extranjeros. Con la llegada de Negrín a la presidencia del consejo, Vidarte fue subsecretario del Ministerio de la gobernación con juan Zugazagoitia de titular. Fue también ministro plenipotenciario del Gobierno de la República de México (enviado en septiembre de 1937 por el presidente del Consejo, el doctor Negrín, para hacer gestiones ante el presidente Lázaro Cárdenas para que México acogiera a los refugiados españoles en el caso de que se perdiera la guerra), y cónsul general de España en Tánger. El 1 de febrero de 1939 fue uno de los diputados que participaron en la reunión de Cortes del castillo de Figueras, la última realizada por las cortes republicanas en territorio español.

Terminada la guerra civil española, se exilió en México, a donde llegó desde el norte de África en 1941, lugar de su asentamiento en las colonias francesas desde el final de la guerra. En el exilio se mantuvo apartado de la actividad política, si bien fue expulsado del partido junto con otros 35 partidarios de Negrín en abril de 1946, y se dedicó a escribir sus memorias y recuerdos (publicadas desde 1973 a 1978 en cuatro volúmenes) y a la actividad masónica.

Sí, el nuestro es un país de exilios, pero ninguno como el de los republicanos durante el pasado siglo XX. A diferencia, por ejemplo, del destierro de los liberales decimonónicos durante el Romanticismo, formado principalmente por una minoría de intelectuales y políticos, el exilio que siguió a la Guerra Civil fue el de todo un pueblo. No en vano, la masa de exiliado revelaba una enorme pluralidad interna, tanto por su procedencia geográfica, como por su composición demográfica, su ocupación socio-laboral y su perfil ideológico. De hecho, partieron al exilio españoles de todas las edades, de todas las condiciones sociales, de todas las regiones. Y en cuento a sus credos políticos, ocupaban todo el espectro desde el liberalismo democrático hasta el anarquismo, pasando por el socialismo y el comunismo. Aunque muchos de los exiliados lograron regresar en los años cuarenta, el exilio republicano “permanente” quedaría constituido por más de doscientas mil personas, doscientos mil españoles sin patria, entre los que se encontraba la mayoría no sólo cuantitativa sino también cualitativa de los intelectuales, personalidades de la cultura y artistas, científicos, docentes y personas de profesiones cualificadas, lo que supuso un cataclismo para la vida cultural de la posguerra española, engrandeciendo en cambio la de los países de acogida, entre los que destacan, por razones obvias de lengua y cultura, los americanos, y entre ellos el México del general Lázaro Cárdenas, que se ofreció a acogerlos con las dignidad de refugiados políticos. Al país azteca llegaron treinta mil españoles, entre los que se hallaban nada menos que 2.700 docentes, 500 médicos, 600 magistrados, jueces y abogados; y 450 escritores, poetas, artistas y periodistas.

Uno de estos intelectuales que se acogió al exilio mexicano fue nuestro personaje, quien como ya hemos indicado anteriormente había sido ministro plenipotenciario de México en España y mantenía cordiales lazos de amistad con el general Cárdenas, en 1941.

También hemos indicado que a su llegada al país mexicano Vidarte se había apartado de toda actividad política, lo que le costaría su expulsión del Partido Socialista, y que su actividad principal, afortunadamente para la historia y para nosotros, fue la que escribir, principalmente sus memorias, que hoy repasamos detenidamente para entresacar de ellas algunos párrafos que nos expliquen su implicación y responsabilidades en la misma.

La bibliografía de Vidarte se compone, esencialmente, de seis libros, de los cuales podemos decir que cuatro son Memorias del autor, y los dos restantes, ensayos sobre la guerra de África y la Masonería, grupo o confesión al que él pertenecía desde hacía muchos años. Pero para nosotros, para nuestro trabajo, vamos desmenuzar el que lleva por título Todos fuimos culpables. Testimonio de un socialista español, -principalmente el prólogo–, porque, admitiendo nosotros la subjetividad o el intento de justificación personal con que puedan estar escritas estas memorias del autor, nos deja las suficientes confesiones y disculpas de los momentos políticos en los que vive España –en lo él tiene una participación muy directa– hasta el momento de la derrotas final del gobierno republicano, como para que los tengamos en cuenta a la hora de pergeñar estos apuntes biográficos. Como curiosidad literaria, indicaremos que hasta el final de su vida Vidarte lucho porque se le reconociera como autor del verdadero guión que dio origen a la archiconocida película que lleva por título Casablanca. 

Para comenzar, ya en el terreno de la literatura política, hay que reconocerle al autor su buena voluntad y ansias de aclarar y reconocer las culpas de todos los que participaron directamente en la política de aquellos años. Nos dice: Todos fuimos culpables es el examen de conciencia que un político socialista español, después de treinta años de destierro, puede hacer de aquellos errores que cometió o ayudó a realizar, en el periodo más doloroso y trágico de la historia de España. En esta responsabilidad global, en la que, aun sin decirlo, me encontraré siempre subsumido, habrán de desfilar ante el lector responsabilidades de reyes, de jefes de Estado, de ministros, de diputados, de partidos políticos, de organizaciones obreras. Que no por azar se origina una guerra civil con un millón de muertos. De esta concatenación de culpas sólo se salva el pueblo.

Errores gigantescos dieron lugar a la formación de un clima de guerra civil que imprevisiones, impericias, pasiones desbordadas en 

Nos encontramos a más de treinta años de distancia de la guerra incivil española. Treinta años, decían
Simmel y Spengler, que era la vida activa, la influencia de una generación. Herbert Marcuse y la nueva ola le dan escasamente veinte. A la luz de los filósofos, nuestra generación, la generación perdida, ha dejado de ser influyente. Son los hombres jóvenes que viven en España, los que han de marcar, cuando puedan, su destino. Si como asegura Jean-Paul Sastre el hombre está sometido a una constante y permanente necesidad de elegir, quisiéramos que el conocimiento y la enseñanza de lo que fue la Segunda República Española, les ayudase a una certera elección.

A nosotros nos correspondió recibir el légamo de la Primera República azarosa y breve, proclamada en un país donde no había republicanos. En la Segunda República había un pueblo republicano, porque, aunque el número de los que así se llamaban no fuera muy grande, los poderosos partidos y organizaciones obreras que gestaron su nacimiento lo eran también. La Segunda República se instauró, pues, por republicano y no por un grupo de diputados desesperados por no encontrar un rey a mano. La Primera República nos mostró al desnudo la causa fundamental de su fracaso: la desunión de los hombres que la crearon, las raíces anárquicas de nuestro pueblo. La enseñanza histórica nos resbaló como el agua sobre la roca, sin dejar huella alguna.

El 24 de octubre de 2009, en un acto celebrado en la sede del PSOE en Madrid, se procedió a la entrega de carnets de los rehabilitados, recogiendo el suyo su hija Diana Vidarte de Linares venida desde México, de manos de Alfonso Guerra y Leire Pajín (Secretaria de Organización), de acuerdo con una Resolución del 37 Congreso Federal celebrado en Madrid en julio de 2008, fue readmitido a título póstumo en el PSOE, junto con los otros 35 afiliados expulsados en 1946, entre los que se encontraban nombres como Juan Negrín, Ramón Lamoneda, Amaro del Rosal o Max Aub.

Como diputado por la provincia de Badajoz en tres legislaturas y en consonancia con su gran prestigio como abogado y como dirigente destacado del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), intervendrá muy activamente en la defensa de los acusados del desgraciado incidente acaecido en la población de Castilblanco (Badajoz), un pequeño pueblo asentado en la llamada Siberia extremeña, en los que se produjeron, el 31 de diciembre de 1931, uno de los sucesos más tristes y representativos del ambiente social y político en los que vivía Extremadura durante la II República, al ser atacado el pueblo por los representantes de la Guardia Civil cuando se manifestaban en un acto político y en el que al ser abatido por el fusil de uno de los guardias, incomprensiblemente y sin motivos aparentes, un obrero de los manifestantes, el pueblo se tomó la justicia por su mano y mató cruelmente a los cuatro guardias civiles que componían el destacamento del pueblo.

Mucha tinta ha corrido desde entonce sobre unos sucesos que estremecieron a la opinión pública de aquellos años y que se repitieron con demasiada frecuencia en todo el territorio nacional, como nos lo confirman los sucesos acaecidos en Arnedo o Casas Viejas, por poner algunos ejemplos de más transcendencia mediática, reafirmando el desencuentro de la población campesina y rural con la política que venía siguiendo el gobierno republicano en materia de reparto de tierras. 

Todo el pueblo de Castilblanco padeció la inculpación por la muerte de los cuatros miembros de la benemérita, sufriendo una injusta represalia por parte de las autoridades políticas que no quisieron ni supieron implicarse en unos acontecimientos que directamente les inculpaba a ellos. Los actos de Castilblanco tendrían su contestación por parte de las fuerzas de seguridad dos días más tarde, en Zalamea de la Serena, cuando pocos días después en una nueva manifestación por parte de los campesinos extremeños, la guardia civil disparaba y mataba a dos hombres, seguramente como represalia por la muerte de sus compañeros. A los horrores y humillaciones sufridas por la población por parte de las fuerzas “del orden”, se añadió la detención de aquellos militantes o dirigentes más señalados del pueblo, curiosamente de afiliación izquierdista, que fueron llevados a la cárcel de Badajoz, donde esperaron durante años el juicio militar que, con toda seguridad, les llevaría a una condena de muerte. Hay que añadir en este desgraciado asunto, que el general Sanjurjo, director del cuerpo de la Guardia Civil en aquellos momentos y poco tiempo después principal sujeto del golpe de estado contra la República, se presentó en el pueblo con la intención de pedir el mayor de los castigos contra los que se habían atrevido a atacar a los miembros de su cuerpo, sin entrar en quién o en cómo se produjeron los luctuosos acontecimientos.

Los enjuiciados, muchos de ellos analfabetos, que sufrieron un proceso militar en un severísimo Consejo de Guerra, completamente indefensos ante la maquinaria del estado, a los que ellos habían confiado su militancia y sus deseos de regeneración social, van a tener como letrados defensores a los letrados don Luis Jiménez de Asúa, alto personaje del Partido Socialista, don Antonio Rodríguez Sastre, profesor ayudante de Derecho penal, don Anselmo Trejo Gallardo, novicio en estas lides que moriría fusilado durante la guerra civil y don Juan-Simeón Vidarte, dirigente del Partido Socialista y Vicepresidente del Congreso, y que como Asúa moriría en el exilio.


Vidarte, que actúa por primera vez como letrado en la provincia donde ha nacido, es el abogado defensor
de algunos de los incriminados en los sucesos de Castilblanco, y en su intervención intenta no dar carácter político a su discurso, ni que nadie se lo de. Pretende hablar sólo en términos de Derecho, pero sabe las dificultades que enmarcan el juicio, y que: la opinión española, conmovida por esta gran tragedia aceptó como buena una versión calumniosa lanzada desde las páginas de los grandes rotativos reaccionarios… Y no extraño que, desarrollándose dentro de este ambiente mefítico, las primeras diligencias sumariales, éstas quizás inconscientemente y de buena fe, se dirigieron de un modo directo contra los miembros del Partido Socialista… Pero si no nos sorprende esta falsa versión de los hechos, sí nos extraña que estas imputaciones en forma más o menos velada se insinúen en el escrito de calificación fiscal.

Como abogado defensor difiere de la versión del fiscal: de aquella dada por la prensa monárquica y reaccionaria, con la que se pretendía colocar la Guardia Civil frente a uno de los partidos que con más fidelidad y mayor número de sacrificios está defendiendo a la República. Pero ha llegado la hora de que España entera conozca la verdad con todos sus detalles, que sepa que aquella multitud que pacíficamente demostraba su solidaridad con los demás campesinos de la provincia, no abrigaba la menor intención delictiva, que sin razón ni motivo fue provocada; que uno de los manifestantes cayó muerto y que fue entonces cuando aquella multitud enloquecida, en un impulso instintivo de defensa, mató por no morir…

En su exposición de los hechos Vidarte defiende a los campesinos y trata de darles la dignidad que se merecen: Castilblanco no es un pueblo en estado salvaje, ni un pueblo de asesinos, hostil a todo sentimiento de humanidad y justicia, que en un deseo ilícito de matar, sacrifica la vida de cuatro hombres sólo por el hecho de pertenecer a la Guardia Civil, como asegura el ministerio público. Castilblanco no es más que un pequeño pueblo perdido en la Siberia extremeña, ni más bueno, no más malo que los restantes pueblos rurales de España… también, como la inmensa mayoría de las poblaciones rurales, está sometido al más férreo y duro caciquismo. Cierto que hacía más de medio año que se había proclamado en España la República; pero Castilblanco continuaba sometido a oligarquías caciquiles entronizadas en un Ayuntamiento monárquico, amañado mediante el artículo 29.

Denuncia el estado anormal al que se vió sometida la población de Castilblanco y los numerosos casos de tortura de los presos, señalando uno por uno y bajo asesoramiento médico es estado en que alguno de ellos quedaron después de las palizas de la Guardia Civil, así como las palabras del bárbaro director general de la misma al enterarse en su visita al pueblo del estado de algunos presos: ya que estaban medio muertos había que acabarlos de matar.

Vidarte termina su defensa negándose a aceptar las ocho penas de muerte solicitadas por el fiscal de la acusación (dos por cada muerto), unas penas que el pueblo de Castilblanco estaba de antemano convencido de que querían acabar con los presos, como lo demuestra la despedida del señor cura cuando se los llevaban para Badajoz, cuando le gritó: Feligreses míos, pedida Dios por vuestra alma, que yo también pediré. Adiós que no volveremos a vernos más. Sus palabras son firmes y proclama que la aplicación de estas penas de muerte no se defiende a la sociedad, sino que por el contrario, la ofendería en sus más vivos sentimientos de humanidad y justicia y perjudicaría toda la obra de pacificación espiritual.

Juan-Simeón Vidarte, como tantos otros españoles en el exilio que esperaban la muerte del general Franco para poder volver a su país no pudo ver cumplido su sueño por pocos meses. Franco moriría un 20 de noviembre de 1975 y nuestro biografiado un 29 de octubre de 1976, sin que todavía la deseada democracia resarciera de sus penas y añoranzas a tantos hombres que, equivocadamente o no, defendieron sus ideas y sus principios políticos y morales hasta con su propia vida. 


BIBLIOGRAFÍA DE JUAN-SIMEÓN VIDARTE
Tempestad en África. De Gaulle contra Petain.- México, 1941.
Historia de la Masonería en Hispanoamérica ¿Es o no Religión la Masonería?.- Costa Emic Editor, 1968.
Ante la tumba de Lázaro Cárdenas.- Valle de México, 1971.
Todos fuimos culpables. Testimonio de un socialista español.- Tomos I y II. Tezontle (Fondo de Cultura Económica) México, 1973 y Editorial Grijalbo. Barcelona, 1978.
Las Cortes constituyentes de 1931-1933.- Editorial Grijalbo. Barcelona, 1976.
No queríamos al rey. Testimonio de un socialista español.- Editorial Grijalbo. Barcelona, 1977.
El bienio negro y la insurrección de Asturias: testimonio.- Editorial Grijalbo. Barcelona, 1978. Prólogo de Ramón Martínez Zaldúa.

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