miércoles

PRESENTACIÓN DEL LIBRO DE ALEJANDRO GARCÍA GALÁN

“JOSÉ ANTONIO REBOLLEDO Y PALMA
(1833-1895)”



Respetable público:

Debería comenzar, como es preceptivo en estos casos, ensalzando la figura del escritor, Alejandro García Galán, tan querido por todos nosotros, cuyos méritos personales o sus amplísimos conocimientos literarios no voy yo ahora a descubrir, como si de un autor principiante se tratase.
Tampoco comenzaré alabando su pulcra y meticulosa biografía sobre su paisano don José Antonio Rebolledo y Palma, dejando para el final ambos menesteres.
Por el contrario, es esta magnífica oportunidad que se me ofrece, sin más méritos que la de mi amistad con el autor, de encontrarnos amigos y amantes del mundo de la Cultura en esta singular Sala de Conferencias del vetusto y noble edificio del Ateneo de la calle del Prado, la que arranque mis primeras reflexiones sobre el devenir del mundo político e intelectual de nuestro país, tan íntimamente ligado a las queridas paredes de este viejo edificio.
¡El Ateneo! ¡El Templo de la Palabra! ¡El Foro desde donde se ha impulsado con más fuerza el ansia de libertad de un pueblo, con tan sólo las armas de la inteligencia!
Creo, y pido disculpas por mi atrevimiento, que antes de hablar del libro que hoy nos reúne, o de su autor, merecería la pena diéramos un pequeño repaso a la magnífica historia intelectual que aquí se encierra, los distintos acontecimientos históricos políticos que motivaron su fundación, así cómo, el recordar a algunos de los hombres importantes que han pisado sus salones y que componen la magnífica galería de retratos que podemos ver en sus pasillos, señalando que entre ellos podemos distinguir a extremeños ilustres como don Adelardo López de Ayala, don Mario Roso de Luna, don José Moreno Nieto, (quien llegaría a ser su Director) o, curiosamente, encontrar entre su lista de miembros distinguidos, al mismísimo Rebolledo y Palma, cuya memoria muchos años olvidada, ha sido recuperada con todo merecimiento gracias al tesón, la curiosidad y la inteligencia de otro extremeño culto y amante de la historia de nuestra Extremadura, como lo es Alejandro García Galán.
El Ateneo nace como una exigencia irrenunciable en el seno de una sociedad que lucha por conquistar su libertad.
Exactamente, sesenta y ocho días después de que el rey Fernando VII aceptara cínicamente respetar la Carta constitucional. Es decir: el 14 de mayo de 1820 se firmaban los estatutos de lo que se denominaría Ateneo Español, preludiando lo que muchos años más tarde sería el Ateneo de Madrid.
La Historia nos señala con datos fidedignos que el rey tardaría muy poco en perjurar y atacar cruelmente a sus enemigos los liberales, llevándolos a prisión, al exilio o a la muerte, eliminando al mismo tiempo todos los signos de apertura política o cultural, entre los que se encontraba claramente significado el Ateneo.
Habría que esperar a la muerte del rey Fernando VII para que, nuevamente, se retomara el proyecto de apertura de un foro de debate político y cultural como lo había sido el desaparecido Ateneo.
Todos sabemos que el liberalismo es la gran pasión por la libertad que mueve al hombre ilustrado de principios del XIX.
En palabras del escritor Ángel Garrorena Morales, autor del ensayo: “El Ateneo de Madrid y la teoría de la monarquía liberal”, … “es la fuerza espiritual incontenible que ha hecho libre al hombre y ha roto las cadenas políticas del país. En consecuencia, liberar a todos los hombres requiere, como una tarea ineludible, difundir esa cultura hecha de ideas y de principios”.
Con ese afán de instruir a la sociedad nace el Ateneo y, desde sus cátedras, con un tono formal, se difundirán los saberes liberales. Pero no es menos cierto, que el Ateneo se abrirá con la pretensión de que estas ideas también lleguen al resto de la sociedad madrileña en particular, y a la española en general.
Esta nueva aventura del Ateneo madrileño surgiría a principios de octubre del año 1835, desde la Sociedad Matritense, con la proposición de don Juan Miguel de los Ríos, catedrático de derecho político. El día 31 de octubre del citado año, se crearía una comisión encargada de gestionar el permiso gubernativo para la fundación de un Ateneo Científico Literario y Artístico de Madrid, independiente del viejo Ateneo de 1820.
Estas inquietudes darían su fruto definitivo el día 26 de noviembre de 1835, celebrándose en la calle del Prado, número 28 (llamada casa de Abrantes y cedida por el tipógrafo Tomás Jordán), la sesión constitutiva del Ateneo de Madrid. El día 6 de diciembre, en el Palacio de la Concepción Jerónima, propiedad del primer presidente, el duque de Rivas, tuvo lugar la solemne inauguración.
En junio de 1836, desde las páginas de “El Español”, la temible pluma de don Mariano José de Larra comentaba en estos términos la primera inauguración de cátedras del Ateneo: “Persuadidos como estamos de que la inteligencia es la que ha de hacer en el mundo las revoluciones, la instalación de una cátedra es, a nuestros ojos, un hecho más importante que un triunfo militar, así como es mucho más lisonjero y ventajoso a la humanidad convencer a un hombre que matarlo”.
Para la pequeña historia del Ateneo que aquí contamos, Larra sería el primer socio admitido, naturalmente después de sus fundadores.
Estas palabras del gran escritor, encierran en sí mismo el fundamento de la creación del Ateneo por un pequeño grupo de intelectuales, cuyos méritos personales y sus íntimas convicciones liberales van a se el germen de una nueva España, en cuya sociedad va a ir enraizando la idea de una regeneración del hombre a través de la instrucción, pero con un matiz nuevo y claramente revolucionario, como lo era el de enseñar para “conocer”, alejado del más prosaico y decadente concepto del enseñar para “informar o educar”. Este matiz era el fundamento de la búsqueda individual del hombre de su libertad, desde su íntimo convencimiento personal.
Desde el primer momento de su fundación, y aunque Mesonero Romanos nos señale en sus Memorias las dificultades iniciales para crear sus cátedras e, incluso, de la falta de espacio del edificio (sería ampliado pocos años más tarde), sabido es que en cualquiera de sus salones o en sus mismos pasillos se improvisaban tertulias al frente de las cuales brillaban hombres de la talla de Oliván, Olózaga, Pacheco, Alcalá Galiano, Rivas, Larra, etc., sin más límites que el mutuo respeto de los contertulios a las ideas que allí de expresaban.
Nos sigue diciendo Ángel Garrorena que en el Ateneo: “Las entrañas del país están abiertas para que esta intelectualidad liberal dé constantemente su diagnóstico sobre los males de la patria. El periodista encumbrado y el meritorio, el intelectual de solera y el atildado petimetre, el político que acaba de dejar el poder y el que es llamado para una poltrona ministerial, todos han ayudado a debatir las cuestiones cruciales del momento. Aquí , como matraz, se han decantado muchas de las ideas que luego serían soluciones aplicadas desde el poder. Y aquí también se han atacado y hundido esquemas y hombres que un día concitaron el interés de todos”. Para acabar con palabras de Ruiz Salvador: “El borrador de la historia de España se escribe en el Ateneo”.
En la cátedra del Ateneo madrileño, durante los años 1836-1847, impartió otro ilustre paisano nuestro, don Juan Donoso Cortés, sus magistrales lecciones de Derecho político constitucional, cátedra que respondía significativamente a la intención del liberalismo en su planificación de una enseñanza político-constitucional, en muchas ocasiones, desgraciadamente, vinculada a los cuadros activos de un partido determinado.
Junto a la solvencia intelectual y a la brillantez en su oratoria de Donoso Cortés, destacarían otros dos eminentes catedráticos en esa materia como lo eran, Alcalá Galiano y Joaquín Francisco Pacheco.
En este ligero repaso a la historia del Ateneo, ¿quiénes fueron los hombres importantes que lo integraron?
Sin lugar a dudas, la más lúcida y completa descripción de estos eméritos ateneístas se la debemos a uno de sus más cualificados miembros: don Manuel Azaña.
Azaña, el 20 de noviembre de 1930, como presidente del Ateneo que era por aquellas fechas, tuvo que pronunciar el discurso de apertura del año académico 1930-31. El tema elegido lo tituló: “Tres generaciones del Ateneo”, que disecciona el entonces siglo de vida de la institución.
La primera generación, que abarca desde 1835 a 1848 y fundadora del Ateneo, la define como la “generación romántica”, “…transida aún de un primitivo entusiasmo liberal por España”, pero, al mismo tiempo, desencantada ante una realidad no transformada.
La segunda generación, entre 1848 y 1898, a la que llama “generación burguesa y moderada, incubada bajo el temor alertante del año 1848”, en cuyos años se va olvidando el intento generalizado en la primera época de progreso social y que Azaña resume en las palabras de uno de sus más significativos representantes como lo era don Javier de Burgos: “Hay muchas glorias que conquistar, mucho dinero que ganar.”
La tercera y última generación, criticista e inconforme, gira indefectiblemente sobre el desastre del 98, deseosa toda ella de “…creer en una España –y, con ella, de un Ateneo- sentados sobre principios nuevos.” Esta generación, según Azaña, alcanzaría hasta el año 1930, donde: “En el ápice de esta generación veo a Unamuno.”
De la primera generación del Ateneo, don Manuel Azaña, en un largo párrafo que merece la pena recojamos aquí, dice: “La primera generación del Ateneo es unitaria, activa, creadora… Llevan de frente la reputación literaria y el poder político. El talento discursivo y la imaginación fértil, habilitan a un hombre para el gobierno. Nunca el Estado ha tenido servidores más brillantes, nunca la política y las letras han sellado más íntimo acuerdo. Su argumento es el progreso, su arma las luces, su título el mérito propio, su fin la libertad. Creían en su obra como en su propia vida, rasgo que importa subrayar. Leal a su sistema, aquella generación vivió las instituciones que fundaba, miró el Estado como la proyección moral de sus personas, de él se penetró y le dio su aliento, idénticos en el origen y en la suerte”.
La segunda generación, según lo señalado por de Burgos, va a ser una etapa en la que va a cambiar la base económica del Poder. Para ello: “…el liberalismo romántico acudió, como era inevitable y aun necesario a la desamortización, es decir, a la desposesión de los poderes seculares, nobleza y clero. Pero con relación al primero de ellos, la legislación de señorío no constituyó precisamente una desposesión. Y respecto a la desamortización de la riqueza eclesiástica y comunal, desoídos criterios más socializadores como los de Fernández Estrada, que hubieran colocado un campesinado extenso y propietario en la base de sustentación del poder, los sistemas de distribución utilizados –subasta y mejor postor- dieron lugar a una centralización aún mayor de riqueza en aquellas manos que previamente tenían dinero para comprarla.”
Una vez esbozado, con la premura que este acto requiere -y robándole tiempo a los verdaderos protagonistas como lo son biógrafo y biografiado-, los datos esenciales de esta singular institución, y muy unido a ella por su condición de ateneísta, paso brevemente a apuntar algunas consideraciones que el personaje me merece, después de una lectura intensa y reposada de su biografía:
Don José Antonio Rebolledo y Palma nace el 10 de marzo de 1833, en Peñalsordo, pueblo todavía perteneciente a la provincia de Extremadura Baja (El Real Decreto de don Javier de Burgos dividiendo esta provincia en dos: Cáceres y Badajoz, sería de fecha 30 de noviembre del mismo año, es decir, ocho meses después de su nacimiento).
Rebolledo, como dice su biógrafo: “…que con el tiempo llegaría a ser posiblemente una de las personas más cualificadas que tuvo España en la centuria decimonónica”, será, como tantos otros grandes hombres de todas las épocas, un gran desconocido para el público en general, tapada su vida y su obra por los nombres de los figurones de su tiempo.
Hoy sabemos que desde muy joven tuvo que marchar de su pueblo y que, seguramente, desde Badajoz capital marchó a estudiar a Madrid, donde nos lo encontramos matriculado primeramente en Ciencias Exactas, para, más tarde, hacerse Ingeniero de Caminos Canales y Puertos, en la promoción de 1858.
Siguiendo la biografía de Alejandro García Galán, podemos señalar que la vida de Rebolledo en estos primeros años, después de terminada la carrera, corresponde a la de un buen profesional que lucha por hacer méritos y ganarse un escalafón es la disputadísima y apretada lista del ministerio de Fomento.
Después de recorrer media España en el ejercicio de su profesión, Rebolledo se establecería definitivamente en Madrid, en el año 1867, ejerciendo como profesor de la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas, para pasar al año siguiente, 1868, a ejercer la misma función en la Escuela Especial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, hasta el final de su vida.
No voy a quitarle al autor de la biografía el derecho que le asiste de hablar sobre la vida y la obra de este importante personaje. Solamente quiero señalar la enorme importancia de estos “segundones” sin los que la Historia, en todo su amplio concepto, estaría incompleta, tanto por la importancia de sus obras sociales, como por su mismo pensamiento plasmado en no tan olvidados libros, como podemos tomar ejemplo en esta biografía, escrita con toda brillantez ciento diez años después de su muerte.
Siendo Rebolledo y Palma miembro de la Sociedad Económica Matritense y Ateneísta, es decir y según lo señalado al principio, un hombre de clarísimo talante liberal, ideas que quedan reflejadas en muchas de sus obras escritas y que tan acertadamente ha sabido entresacar su biógrafo, yo creo que Rebolledo y Palma hacía muchos años que venía marchando por otros caminos mucho más avanzados, como lo eran el krausismo (la verdadera revolución social y cultural en este país, que nace y crece desde las aulas universitarias españolas), y la masonería.
Cuando el biógrafo define a su paisano como: “ingeniero, profesor, escritor, higienista, conferenciante, crítico-ensayista, historiador…”, y lo hace acompañar en el viaje de su vida al lado de hombres de la talla y el prestigio de un Fernando de Castro, Saavedra, Eduardo Echegaray, Nicolás Días y Pérez, Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Ruiz Quevedo, etc., ¿no estamos hablando de la misma cosa? Le pediremos al profesor García Galán que no lo aclare.
Para terminar, unos breves apuntes sobre el escritor, apartándome de las solapas del libro, donde podéis leer sus méritos y sus desvelos culturales.
Son otros los méritos que yo quiero que resuenen en estas viejas y cultas paredes. Alejandro, antes que nada, es el amigo fiel que siempre está dispuesto a ofrecerte su tiempo, siempre que este tiempo esté inmerso en el mundo de la cultura, o como él mismo dice: “en la erótica de la cultura”.
En este pequeño grupo que formamos Beturia Ediciones que con mano experta Alejandro dirige, él es que pone la nota culta en cada reunión, el que deja sus interminables apuntes o sus inacabables investigaciones en las numerosas bibliotecas de Madrid para ponerse codo a codo contigo a corregir galeradas, o el que con buen criterio estético, discute la conveniencia o el desacierto del diseño de la edición. Alejandro es un buen degustador de la belleza allá donde se encuentre.
Yo, con mi agradecimiento personal y mi amistad, le cedo la palabra, como único protagonista que es de esta velada cultural.


Ricardo Hernández Megías.
Sala de Conferencias del Ateneo, calle del Prado, 21.
Miércoles, 4 de febrero de 2004.

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