A D. ANTONIO RODRÍGUEZ MOÑINO
Pretender hablar a estas alturas de 2010 (año de su centenario) sobre la “Vida y Obra” de don Antonio Rodríguez-Moñino puede parecer, cuando menos, una osadía, toda vez que después de su muerte, en 1970, se ha escrito mucho y bien sobre la importancia que este gran bibliógrafo y bibliófilo tuvo durante el siglo XX (y sigue teniendo en la actualidad) en el mundo de las Letras españolas. Por si no fueran importantes las innumerables reseñas aparecidas durante estos años, en el año 2000 y editado por Beturia Ediciones salió a la luz la fundamental biografía sobre nuestro personaje titulada La Vida y la Obra del Bibliófilo y Bibliógrafo Extremeño D. Antonio Rodríguez-Moñino, escrita por su sobrino D. Rafael Rodríguez-Moñino Soriano y prólogo de D. Fernando Lázaro Carreter, reeditada y corregida en 2002, y nosotros mismo y en la misma Editorial madrileña dimos a las prensas dos tomos con notas biográficas sobre personajes del mundo literario extremeños titulados Escritores Extremeños en los Cementerios de España (Breves apuntes biográficos), en uno de los cuales aparece un amplio estudio sobre su vida y su “obra mayor” (1), que vamos a incorporar (parte de ella) como introducción a este nuevo trabajo, porque creemos imprescindible conocer al hombre para entender su obra.
Si en los apuntes biográficos sobre Bartolomé José Gallardo (Campanario, Badajoz, 1776 – Alcoy, Alicante, 1852) señalábamos que fue la figura literaria más importante del siglo XIX, en claro reconocimiento a su labor bibliográfica, el siglo XX, siguiendo la escuela de hombres como el de Campanario, Durán, Gayangos, Menéndez Pelayo, etc. le debería tributar un permanente homenaje de agradecimiento al hombre que generosamente, olvidado de envidias, de inmerecidos recelos y de duros agravios, entregó toda su vida al rescate y estudio de los tesoros bibliográ-
ficos en trance de desaparición, víctimas de la especulación de desaprensivos comerciantes, o, lo que es aún más grave, depositados en manos de auténticos legos en la materia, dispuestos a rentabilizar económicamente el legado que por herencia, de una manera desafortunada, les había correspondido de algún “chiflado” pariente fallecido.
Este hombre, hoy nuevamente reconocido, admirado y respetado por todo el mundo de la Cultura española, es un ilustre paisano nuestro, engrandeciendo la nómina de personajes extremeños, que amando a los libros, ensancharon el amplio horizonte de las letras castellanas, patrimonio de una nación y del mundo entero en general.
Don Antonio Rodríguez-Moñino va a encarnar en propia persona al intelectual comprometido que a despecho de intrigas, odios o conveniencias de grupos políticos, antepondrá siempre los intereses nacionales a su propio bienestar o reconocimiento oficial. Este hombre honrado que va a ser protagonista circunstancial de las luchas fratricidas acaecidas durante buena parte de sus sesenta años de vida –final de la Monarquía de Alfonso XIII, II República, Guerra Civil y casi toda la época de la Dictadura del gobierno franquista-, va a entregarse de lleno al estudio de nuestra riquísima y desperdigada por todo el mundo bibliografía, rescatando y dando a conocer al público obras hasta entonces desconocidas o de muy difícil acceso.
Antonio Rodríguez Rodríguez (la unión de los dos apellidos paternos es de fecha posterior), nace el día 14 de marzo de 1910 en un pequeño pueblo de la Baja Extremadura, Calzadilla de los Barros, que había pertenecido a la Orden de Santiago con la que había alcanzado cierto prestigio, pero que como tantos pueblos de Extremadura, una vez anulada por las fuerzas de las armas la esperanza que supuso para el campesinado el Gobierno de la II República y sus deseos de reparto de la tierra, su población ha ido mermando debido a la sangría continuada hasta nuestros días, que ha sido la emigración de sus hombres y mujeres más fuertes y productivos, hasta reducir su población en más de un 60% de la que ostentaba en 1910, año del nacimiento de nuestro personaje.
Don Antonio era fruto de un matrimonio de clase media-acomodada formado por don Rafael Rodríguez Moñino y doña María del Rosario Rodríguez Mateos de Porras. Según comenta su biógrafo don Rafael Rodríguez-Moñino Soriano en el primer capítulo de su obra, las familias de ambos descendían de familias hidalgas extremeñas, algunos de cuyos miembros habían alcanzado en siglos anteriores puestos de relevancia al servicio de alguna testa coronada.
Señalamos estos pujos de nobleza de la familia Rodríguez Moñino/ Rodríguez Porras, porque el mismo don Antonio tendrá en sus apuntes más de un recuerdo a los tiempos de pujanza familiar en el Medievo e, incluso, en uno de sus ex-libris hará figurar parte de la leyenda del escudo familiar: VERITAS / FILIA / TEMPORIS.
Dejando constancia de estos datos sin ninguna relevancia en la biografía del futuro sabio extremeño, lo cierto era que, don Rafael padre, ejercía como funcionario de la Administración Local, en el cargo de Interventor General de Fondos, lo que le había llevado a ejercer su profesión en varias ciudades andaluzas, entre las que se encuentran Sevilla y Cádiz.
Será en Jerez donde el niño Antonio comience sus estudios de Bachillerato, en el Colegio de los Marianistas, para continuarlos en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Badajoz, ciudad a donde nuevamente había sido trasladado el padre como jefe de un departamento burocrático de la Administración Local.
Como todos los provincianos sabemos, un cargo oficial en una ciudad como la nuestra, Badajoz, era un reconocimiento implícito de pertenencia a una determinada clase social y, por lo tanto, merecedor de pertenecer como miembro de pleno derecho a sociedades culturales o económicas de relumbre. El padre de don Antonio, sin que queramos desmerecer sus capacidades, fue nombrado Vicepresidente del Consejo de Administración del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Badajoz, así como de la Real Sociedad Económica de Amigos del País.
Tan rimbombantes como campanudos nombramientos sólo servirán para patinar a un hombre honrado, trabajador, muy preocupado por el mundo de la cultura de su país –especialmente en lo que atañe a su patria chica, de la mano de otro gran entusiasta y amigo como lo fue don Antonio del Solar y Taboada-, hombre muy familiar que hizo de su amplio hogar de la calle Calatrava un lugar de felicidad y sosiego donde crecieron sus hijos en un ambiente de sumas atenciones, tanto en lo físico como en lo cultural.
Desde muy temprana edad, daría pruebas don Antonio de lo acertadas que habían sido estas atenciones paternas, dando claras muestras de despierta inteligencia, y lo que es más curioso con tan pocos años, de su primeriza afición a coleccionar sus libros. Nos referimos a su primer premio, naturalmente un libro, El Conde Lucanor, a la edad de seis años (1916), en el que figura esta dedicatoria: Al niño Antonio Rodríguez, en prueba de admiración por su gran amor por los libros, le dedica este recuerdo, M. Valera Mensaque”, y en que el niño, anunciando lo que muchos años más tarde será su gran pasión ha escrito: “Biblioteca A. Rodríguez”
También serán de muy temprana edad los primeros escritos impresos de Moñino, ya que aparecieron en 1925en la revista La Medalla Milagrosa de los mese de octubre y noviembre, dedicados al estudio de dos escritores extremeños, siendo ya por esas fechas alumno de preparatorio de Derecho en la privativa Universidad María Cristina del Escorial, regida por la comunidad de frailes de la Orden de San Agustín.
Desde ese mismo instante, su actividad cultural, su dedicación al estudio y a la bibliografía no tendrá un momento de reposo en la muy interesante biografía de Moñino. Muchos y muy importantes serán los trabajos realizados bajo el seudónimo de Un Bibliófilo Extremeño, siendo merecedor del reconocimiento de los estudiosos que premian su dedicación y celo en el mundo de las Letras con varios nombramientos en instituciones culturales del país. Desde su fundación en Badajoz, en 1926, se incorpora al Centro de Estudios Extremeños, en cuya revista institucional publicará una serie de magníficos trabajos titulados: La biblioteca de Arias Montano. Por esas fechas, era presidente del Centro, el escritor y periodista don José López Prudencio.
En 1927 fue nombrado bibliotecario auxiliar de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz.
Señalar que Moñino será un destacado estudiante durante sus años de El Escorial y de Salamanca, merecedor del elogio de sus profesores, que veían en él, ya por aquellos primeros años de Universidad, a un joven con gran futuro en el mundo literario español. En 1930, Moñino se trasladaría definitivamente a Madrid, para estudiar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras.
La vida en Madrid del joven estudiante extremeño, aparte de su entrega al estudio de sus carreras, estará dedicada por completo al mundo de la cultura que por aquellos años daba brillo a la capital de España: conferencias, coloquios, intercambios culturales, tertulias… Todo café importante de Madrid tenía su tertulia literaria, y en el hace pocos años desaparecido Café Lyón, de la calle de Alcalá, era tan importante, que entre el humo de los cigarrillos, cupleteras y gente del mundo del toro, había un lugar acotado en el que sobre antiguos veladores con patas de fundición y mármol blanco, presidida por el erudito sevillano don Francisco Rodríguez Marín, se reunían los intelectuales del momento para discutir sobre asuntos literarios, entre los que se encontraba el joven y ya prestigioso extremeño.
En 1927 fue nombrado bibliotecario auxiliar de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz.
Señalar que Moñino será un destacado estudiante durante sus años de El Escorial y de Salamanca, merecedor del elogio de sus profesores, que veían en él, ya por aquellos primeros años de Universidad, a un joven con gran futuro en el mundo literario español. En 1930, Moñino se trasladaría definitivamente a Madrid, para estudiar las carreras de Derecho y Filosofía y Letras.
La vida en Madrid del joven extremeño, aparte de su entrega al estudio de sus carreras, estará dedicada por completo al mundo de la cultura que por aquellos años daba brillo a la capital de España: conferencias, coloquios, intercambios culturales, tertulias... Todo café importante de Madrid tenía su tertulia literaria y, en el hace poco desaparecido café Lyón de la calle de Alcalá era tan importante, que entre el humo de los cigarrillos, cupleteras y gente del mundo del toro, había un lugar acotado en el que sobre antiguos veladores con patas de fundición y mármol blanco, presidida por el erudito sevillano don Francisco Rodríguez Marín, se reunían los intelectuales del momento para discutir sobre asuntos literarios, entre los que se encontraba el joven y ya prestigioso extremeño.
Por la correspondencia mantenida por Moñino en estos años (como buen bibliófilo tenía por costumbre guardar toda correspondencia recibida, así como una copia de la enviada por él), podemos averiguar la intensa relación de afecto que el extremeño mantuvo con las figuras más prestigiosas del mundo de la cultura nacional (Sáinz Rodríguez, Maura, Menéndez Pidal, Rodríguez Marín, etc.), y el respeto con el que estos grandes santones de la intelectualidad nacional se dirigían a Moñino, en muchas ocasiones recabando noticias o datos al joven y brillante investigador.
También por esta misma correspondencia con sus progenitores podemos conocer cuáles eran en sus años universitarios las inquietudes políticas del, más tarde, denostado y perseguido bibliógrafo. Estas cartas a sus padres nos señalan a un estudiante totalmente al margen de algaradas y revueltas estudiantiles; el joven Moñino comenta: “No me entero de nada que se refiera a la Universidad fuera de las clases”, lo que nos demuestra su nulo compromiso con la situación social y política del momento, o, cómodamente situado en un puesto de privilegio en la misma Universidad, en otra carta se sincera a sus padres diciéndoles: “No me ha gustado nunca recibir palos y por egoísmo quiero evitarme disgustos”.
Cuando en 1939 el propio interesado redacte un Cuaderno en su propia defensa ante el proceso de guerra y depuración política al que fue sometido por el gobierno triunfante por las armas, teniendo muy en cuenta al grave momento por el que atraviesa e, incluso el miedo físico a las represalias de los vencedores, escribirá: “Como todos o casi todos, yo me definí en julio de 1932 ingresando en el partido de Acción Republicana en el que me limité a cotizar sin haber puesto los pies en el local social más que una vez para asistir a no sé qué conferencia (…) Estaba en Acción Republicana por estar afiliado a un partido, pero nada más”.
Su amistad con Luís Morales Oliver, ayudante de Bibliografía en la Facultad de Filosofía y Letras, de la que era catedrático don Pedro Sainz Rodríguez, le lleva al nombramiento de auxiliar de esa asignatura con la total complacencia de ambos profesores, quienes siempre confiarán en los conocimientos y preparación del joven extremeño, depositando en él parte de las actividades prácticas de la asignatura y poniendo como ejemplo del trabajo editado por el alumno, en 1928, titulado: La Imprenta en Jerez de la Frontera durante los siglos XVI y XVII (1564-1699)
Esta colaboración en la cátedra de Bibliografía, así como su entusiasmo por los estudios de Paleografía, de cuya cátedra era titular don Agustín Miralles, con el que también colabora, van a llevar a Moñino al nombramiento en la Universidad Central como bibliotecario de la Biblioteca del Decanato, cargo que si bien era meramente honorífico, posibilitará el manejo de sus ricos fondos sin necesidad de un permiso especial.
Moñino vivirá los últimos años de la Dictadura de Primo de Rivera totalmente al margen de actividades políticas, entregado completamente a sus estudios universitarios, o, a actividades bibliográficas, como confiesa a sus padres por cartas, con el fin de tranquilizarlos ante la gravedad de los acontecimientos que se viven en la capital, de los que en muchas ocasiones son protagonistas los mismos universitarios, acontecimientos y revueltas que llevaron a la caída del gobierno del general Berenguer, y casi inmediatamente de la Monarquía del desprestigiado y perjuro Alfonso XIII.
Al mismo tiempo que intenta progresar en sus estudios en una Universidad tan conflictiva como era la española en el año 1930, Moñino proseguirá con sus investigaciones bibliográficas dando a la estampa algunos pequeños trabajos dedicados a Solano de Figueroa, Ascensio Morales, o el relativo al Romance de Góngora: Servía en Orán el Rey…
1931 será el año en el que Moñino salga por primera vez de España. Efectivamente, en enero de este año y con una beca concedida por la Ciudad Universitaria de Madrid, saldrá de esta ciudad el 1 de febrero vía París y Bruselas con destino Amberes, con el fin principal de: “Recoger lo que hay acerca de nuestra región en las principales bibliotecas europeas”. Moñino, hombre muy apegado a su tierra extremeña mantendrá durante algunos años una posición muy crítica e, incluso, de fuerte enfrentamiento con los “venerables fósiles” que “anidan en la cueva insondable del Centro de Estudios Extremeños” aunque seguirá publicando en su revista institucional algunos trabajos de investigación sobre escritores de la tierra.
También será este año cuando publique en Madrid: Dictados tópicos de Extremadura, su trabajo más extenso hasta el momento y el de mayor importancia sobre nuestra región.
El año1932 le alcanzará viajando nuevamente por Europa, esta vez haciendo el recorrido París, Bélgica y Holanda, en cuyos países dedicará todo su tiempo en consultar los fondos bibliográficos de sus bien surtidas bibliotecas nacionales, o en la de los centros oficiales, de cuyas investigaciones se traerá a España numerosísimos y valiosos apuntes.
El panorama político y social que va a encontrar Moñino a su regreso a Madrid, no es como para tranquilizar al viajero que viene saturado con los aires de libertad que se respiraban al otro lado de los Pirineos.
El * de Agosto, tres días antes de su regreso, se han producido en Sevilla y Madrid graves levantamiento militares contra la República dirigidos por el general golpista Sanjurjo que, afortunadamente en esta ocasión, son cortados de raíz por el gobierno legalmente constituido, siendo condenado a muerte en un proceso de guerra sumarísimo el principal dirigente, pena que sería suavizada por el destierro a Portugal, dándole al levantisco militar la oportunidad de intentarlo nuevamente, en julio de 1936.
En el año 1933 se licenciaría Moñino en Filosofía y Letras, sección de Historia, y en Derecho, por la entonces Universidad Central de Madrid, para ser nombrado a los pocos meses profesor de Lengua y Literatura en el Instituto Nacional Velázquez en la misma capital.
El joven licenciado tiene veintitrés años y un futuro muy prometedor en el mundo de las Letras, como lo demuestran sus últimos trabajos de crítica al libro de López Prudencio: Notas literarias de Extremadura, su ensayo sobre Álvaro de Hinojosa, o su primer libro en colaboración con María Brey, más tarde su esposa, titulado: Luisa de Carvajal (poetisa y mártir). Apuntes biográficos seguidos de tres cartas inéditas de la venerable madre.
En el año 1935 será nombrado oficialmente catedrático de Lengua y Literatura española, por oposición, retomando el puesto de profesor en el Instituto Velázquez de Madrid, en abril, al que había tenido que renunciar en el año anterior, año en que continuará publicando importantes trabajos sobre Extremadura, como el dedicado a los Poetas extremeños del siglo XVI, a Gregorio Silvestre, así como sus trabajos bibliográficos titulados: Catálogo de los Manuscritos de América existentes en la colección de Jesuitas de la Academia de la Historia, y El Conde de la Roca. Noticias Bibliográficas.
En el año 1936 va a conseguir Moñino la titularidad de la cátedra de Lengua y Literatura española en Bilbao, de la que tomará posesión desde Madrid, ciudad en la que hasta ese año, y como ya hemos señalado, ha estado dando clases, bien en el Instituto Nacional Velázquez o bien en el Instituto Nacional Pérez Galdós, como interino, hasta que los acontecimientos políticos de ese año le obliguen a marcharse a Valencia, ciudad en la que seguirá su docencia en el Instituto Nacional Luis Vives, hasta su evacuación, junto con el gobierno republicano, a la ciudad de Barcelona.
Como a todos los españoles, de uno y otro bando, los años de 1936-39 van a significar una terrible y traumática experiencia en la vida de Moñino, que en el caso concreto de nuestro biografiado, sus directas consecuencias van a durar hasta muchos años más tarde, en un intento absurdo e incomprensible de anularle en su vida profesional.
Estos recelos e injusticias hacia un hombre de tanta valía intelectual ya venían ejerciéndose desde antes del pronunciamiento militar. Don Antonio, lo hemos afirmado anteriormente, era un hombre de firme talante liberal y con muy claras ideas republicanas que le alejaron –salvo en los casos puntuales de su participación en la defensa y recuperación del Patrimonio Nacional- de la política de confrontación y de violencia seguida por el Frente Popular, cuyos responsables vieron en el extremeño a un honre demasiado independiente como para no declararle su enemigo.
Curiosamente, esta participación en los primeros momentos de la Guerra Civil, por orden de la República, como auxiliar de la denominada Junta de Incautación y Conservación del Patrimonio Artístico, que tan buenos resultados iba a conseguir de la firme voluntad y del trabajo incansable de tan excelente como entendido personaje –salvando del fuego o de la rapiña innumerables obras de arte y conservando valiosísimas como irreemplazables joyas bibliográfica-, iba a ser durante los años posteriores a la contienda una pesada losa con la que sus nuevos enemigos aplastarán al hombre honrado que antepuso la salvaguarda de los tesoros nacionales a su propia comodidad o medro, a ambos lados de las trincheras mentales e ideológicas de los combatientes.
Pero leamos lo que el propio Moñino escribió en sus Cuadernos, intentado justificar su actuación, que no le salvarían en un primer momento de la cárcel: “¿Qué correspondía hacer a quienes sabíamos el enorme valor del Tesoro Artístico a punto de destruirse? O lanzarnos, con la exposición de la vida muchas veces, a rescatar de la rapiña las valiosísimas colecciones, o cruzarnos de brazos, metidos en casa o en una Embajada, a esperar los acontecimientos, mientras la turba incendiaba o destruía cuadros, libros y objetos de arte. Esta era la posición más cómoda y, desde luego, menos comprometida y más egoísta. Era la de los que esperaban que llegaran las fuerzas nacionales para decir: “Yo no me he metido en nada; yo no he tenido contacto alguno con los rojos; yo me he pasado la vida con muchísimo miedo, pegado a la radio, rezando por el triunfo.
Yo no he hecho eso. No lo he hecho porque si hubiera obrado así, a estas horas el noventa por ciento de las bibliotecas y archivos particulares de Madrid estarían hechas cenizas. Y no lo están. Ahora, por las noticias que voy leyendo en la prensa, todos son salvaciones milagrosas o despojos científicos.”
Y sigue más adelante: “Si yo hubiera tenido medios y hubiese encontrado apoyo decidido en el Cuerpo de Archiveros, a estas horas se habría recogido el noventa y cinco por ciento de lo que estúpidamente se ha dejado destrozar. Eso es lo que a mí me importaba: salvar, salvar todo lo posible, evitar la pérdida y la destrucción de tantísimo tesoro como estaba expuesto. Claro que esto no daba cargos ni honores ni dinero: solo trabajo y lucha. Y muchos enemigos. Enemigos los Comités a quienes iba uno a despojar de lo controlado. Enemigos los dueños legítimos de aquellos libros que no verían en uno más que al saqueador. Enemigos los que con nuestra actividad se veían tácitamente acusados de cómoda y perezosa negligencia. Enemigos los que a la chita callando iban tomando posiciones para a base de inactiva hostilidad especular con las ideas políticas recién estrenadas, tan estrenadas las que ostentaban en julio de 1936 como las que exhibirían desvergonzadamente en abril de 1939. Enemigos todos los mal nacidos que creían poder calumniarme fácilmente diciendo que menuda biblioteca iba a formar yo seleccionando tanto tesoro…
Como podemos comprobar por estos apuntes, muchas serán las dificultades con las que se encontrará el reducido número de animosos hombres y mujeres (entre las que se encontraba doña María Brey, más tarde su esposa), quienes bajo la dirección de Moñino recorren la ciudad de Madrid incautando y sellando tesoros y bibliotecas que, de otra forma, hubieran sido pasto de las llamas o del expolio de las milicias revolucionarias, como mucha será su amargura cuando lleguen tarde en su cometido, bien por falta de personal o por negligencias o dificultades que emanaban de los mismos despachos oficiales de la República.
Pero con todo ello, mucho serán los tesoros que en forma de depósito se almacenen en el Convento de las Descalzas Reales salvados de un destino incierto y numerosas e importantes serán las bibliotecas oficiales o particulares que engrosen los bien surtidos anaqueles de la Biblioteca Nacional y que lleguen hasta nuestros días gracias al desvelo de hombres como Rodríguez-Moñino, entre las que podemos destacar las de Lázaro Galdiano, Sánchez Toca, Viñaza, Medinaceli, Palacio Real, Descalzas Reales, o la importantísima del Real Monasterio de El Escorial, tan conocida por nuestro autor, cuyos Manuscritos estuvieron depositados en las cámaras acorazadas del Banco de España, y que después de innumerables y peligrosos viajes por la zona de guerra, afortunadamente, fueron restituidos más tarde a sus lugares de origen.
Dentro de este capítulo de intervenciones de Moñino en el salvamento del patrimonio artístico nacional, queremos destacar su contribución, muchas veces desde situaciones de clara impotencia, al rescate y salvamento del eximio patrimonio artístico extremeño, toda vez que Extremadura fue el primer frente de batallas entre los dos ejércitos y en la que ambos ejercieron sus respectivos papeles con una contundencia y con una crueldad que, lógicamente, tenía que cebarse en palacios e iglesias como puntos fuertes de resistencia militar.
Si a ello añadimos que el pueblo vio desde un primer momento que la iglesia católica, la nobleza y la burguesía extremeña, en términos generales, se ponía abiertamente del lado de los nacionales, contrarios al gobierno de la República legalmente constituida, no debe sorprendernos que en un afán de defensa o de revancha, asaltaran, saquearan y quemaran sus patrimonios, entre los que se encontraban obras de arte y bibliotecas que eran el orgullo de sus linajes y señas de identidad comprometedoras en esos momentos de total fractura social. Con las iglesias y conventos de nuestra región sucedió lo mismo: de una parte, sus fuertes muros y emplazamientos privilegiados fueron la causa, en muchos casos, de la utilización de sus recintos como edificios militares, cuarteles u hospitales de sangre, con el consiguiente destrozo de sus tesoros; en otros casos, la impiedad y el obcecamiento en contra de su significación religiosa, tan determinante en una sociedad de clases como era la española, bastó para que estos edificios y todo su contenido fueran pasto de las llamas de un pueblo humillado y abandonado por sus responsables eclesiásticos.
Don Antonio, como extremeño que era, conocía muy bien las riquezas artísticas de su región y sufría al conocer los devastadores resultados de la guerra. Por ello, cuando en 1937 recibe la orden de incorporarse a filas, y rechazando cualquier puesto de privilegio que su condición de catedrático y abogado le otorgaban, pasa a formar parte como soldado auxiliar del ejército que operaba en Extremadura, concretamente en Zalamea de la Serena (Badajoz). Se da cuenta inmediatamente y de una forma directa del tremendo e irrecuperable daño que ha sufrido allí el patrimonio artístico nacional.
Pero el joven soldado, que ya acumulaba una larga experiencia desde Madrid, no se va a cruzar de brazos y solicita al presidente de la Junta Central del Tesoro Artístico, el pintor extremeño Timoteo Pérez Rubio, la necesidad urgente de acudir a Extremadura para salvar lo poco que quedaba.
Timoteo, siempre ocupado en la ingente labor de salvaguarda de los tesoros del patrimonio nacional le ruega encabece él mismo, como Presidente, un grupo de personas para la defensa de los tesoros extremeños.
Lo que parecía ser en un principio una muestra de confianza hacia Moñino se convierte para el animoso joven en todo un problema, toda vez que como simple soldado y sin autorización expresa de las autoridades, no puede más que lamentarse de dejar pasar un tiempo tan necesario para su cometido. Por todo ello, se queja en sus Cuadernos diciendo: “Esto era lo más cómodo: sacudirse el encargo echándomelo encima a mí. Yo, soldado de la Compañía de Depósito de una Brigada, sujeto a guardias, servicios, etc., sin poder moverme del Cuartel y sin medios ni autoridad alguna, ¿cómo podía realizar esta labor? Era tanto como decirme: “Tú quieres que se haga eso, pues arréglate como puedas.”
Y pudo. ¡Vaya si pudo! En un espacio reducido de tiempo fue creada la Junta y puestos en movimiento sus escasos miembros en un intento casi imposible de salvar lo poco que del patrimonio extremeño había quedado después de año y medio de destrozos por la artillería de los sublevados, o por el pillaje y saqueo de la tropa, enfrentándose muchas veces con los propios mandos del ejército que lo consideraban un emboscado, o con la incultura y la mala fe de un pueblo que no quería, ni sabía, valorar el legado artístico que en sus ciudades existía.
Rodríguez-Moñino nos va relatando en sus Cuadernos –hoy recuperados para el público en la biografía de su sobrino Rafael Rodríguez-Moñino Soriano- sus trabajos y amarguras, sus dificultades y desencantos que hubo de padecer en su tierra extremeña para rescatar de la destrucción
una mínima parte del tesoro artístico y documental que existía en la región.
Volvamos a leer sus anotaciones del final de su estancia en Extremadura: “Ahí terminó mi labor en Extremadura. Lo poco que conseguí rescatar de los restos dispersos que quedaban de las requisas y saqueos efectuados por los Comités, Sindicatos y responsables militares fue a fuerza de trabajo personal, sin medios ni ayuda de nadie y en un ambiente en que todo me era hostil. Expuse mi libertad y mi vida para procurar poner a salvo lo que quedaba a mi llegada a Extremadura. Más cómodo y provechoso hubiera sido obtener el grado de oficial, menos peligroso permanecer en el anónimo como soldado, pero más patriótico y cien veces más honrado exponerlo todo para evitar más sacrilegios, destrucciones y robos. Esta última fue la línea de conducta que seguí. Si los resultados no fueron lo apetecibles que deseaba, cúlpese a las circunstancias, no al deseo ni al desinteresado esfuerzo puestos en el propósito.”
La conclusión a este capítulo podemos resumirla recordando nuevamente la gran relevancia que tuvo nuestro paisano en esa enorme labor de recuperación y salvamento del Patrimonio Artístico Nacional, en unas condiciones tan precarias como eran las motivadas por la misma guerra, por la falta de personal y de medios económicos debidos a la escasez de presupuestos impuesto por las mismas autoridades y, lo que es más grave, por la falta de una sensibilidad cultural en el pueblo español, tantos años apartado y siempre enfrentado con los dueños del mismo patrimonio cultural, quienes lo empleaban como adorno familiar o para su personal disfrute, convirtiéndolo en el santo y seña de su tan remarcada diferencia social. Lo que debería haber sido un reconocimiento implícito hacia unos hombres que anteponiendo su seguridad e incluso su propia vida se entregaron a tan impagable labor, se convertiría en un arma arrojadiza entre ambos bandos contendientes, quienes se acusaban mutuamente y por cuestiones propagandísticas de tanto desastre.
El bando llamado nacional que junto a sus apoyos fascistas de italiano y alemanes fueron los causantes con sus artillería y sus incursiones aéreas indiscriminadas de buena parte de tanta ruina, acusaban a los republicanos –los rojos, según su terminología- de haber quemado y saqueado el rico patrimonio nacional, poniéndolo en conocimiento por medio de sus publicaciones y de la de sus aliados fascistas de todo el mundo occidental, tan interesado en el desarrollo de esta cruel guerra fratricida a las mismas puertas de sus casas, y conocedores de la importancia que para el mundo de la cultura tenía la desaparición de tan importante legado histórico.
Rodríguez-Moñino, como el hombre que más había luchado en este
campo, según hemos escrito anteriormente, publicará una interesante carta de respuesta a las denuncias de Artigas, director de la Biblioteca Nacional, huido días antes del levantamiento militar y por lo tanto desconocedor de lo que sucedía en la zona leal a la República, en la que una por una desmonta las mentiras pronunciadas por el mismo, y señala dónde y cómo se encuentran los tesoros según él desaparecidos o saqueados por las hordas rojas, ofreciendo a los hispanistas, a los que va dirigida la denuncia del ex director de la Biblioteca Nacional, cuantas facilidades necesiten para proseguir en sus tareas de investigación, ahora aumentados los fondos de dicha Biblioteca con numerosísimas y desconocidas nuevas aportaciones, hasta esos momentos en manos de la insolidaria nobleza, de grandes burgueses acomodados, o escondidos entre los muros insondables de conventos y comunidades religiosas, imposibles hasta el momento de su incorporación por medio de incautaciones al Patrimonio Nacional de llegar hasta ellos.
Afortunadamente don Antonio tenía razón y, hoy, ese inmenso tesoro desconocido hasta el momento, maltratado muchas veces por sus propios propietarios como era el caso de conocidas desapariciones de pinturas y ornamentos religiosos malvendidos por sus propios custodios, ha entrado a formar parte de Museos y Bibliotecas nacionales, para orgullo de un pueblo del que forma parte inseparable, y con el entusiasmo de estudiosos de todo el mundo, quienes tienen la posibilidad de cotejar, estudiar y dar a conocer documentos y obras anteriormente desconocidas, ocultas por la ambición o desconocimiento de sus poseedores.
A finales de 1938, ya licenciado, don Antonio marchará a Valencia para reunirse con su novia María Brey y con el padre de ella, para incorporarse seguidamente a sus labores pedagógicas en el Instituto Luis Vive de dicha capital y poder alcanzar uno de sus más grandes y dichosos deseos: contraer matrimonio con su querida María, compañera de tantos trabajos en el mundo de la cultura.
El 26 de enero de 1939, en una biblioteca local y a puerta cerrada (¡cómo no iban a casarse en una biblioteca estos dos grandes personajes dedicados toda su vida al mundo de las Letras!), con don Juan Brey como único testigo, contraerán matrimonio por la iglesia católica, como era el deseo de ambas familias y, naturalmente, de los propios interesados, siendo inscrito dicho matrimonio en el Provisorato y Vicaría General del Obispado de Madrid-Alcalá.
El día 3 del mismo mes y en la misma ciudad de Valencia, ante el juez municipal don Ignacio Soldevilla Galiana contraerán matrimonio civil, siendo sus testigos doña María Moliner y don Antonio Bernárdez Tarancón, catedrático del Instituto Luis Vives.
Una vez tomada Valencia por el ejército rebelde, el matrimonio Moñino-Brey regresa a Madrid instalándose en el antiguo domicilio de don Juan Brey de la calle de San Bernardo, intentando el catedrático y bibliógrafo rehacer –infructuosamente- su vida civil, siempre con la preocupación y la amenaza de ser detenido, dada su colaboración cultural con la República y su alistamiento forzoso como simple soldado al ejército de la misma.
Efectivamente, el matrimonio Moñino-Brey sufriría las represalias del gobierno franquista, siendo don Antonio encarcelado el 31 de mayo de 1939 en la cárcel instalada en el Monasterio de monjas Comendadoras de Santiago, y doña María, que también sufriría las represalias, como funcionaria que era, sería desterrada un tiempo a Huelva, donde trabajaría en la biblioteca municipal de aquella ciudad andaluza.
Don Antonio, que había sido denunciado por un compañero de carrera de haberse apropiado de los Códices de Bernal Díaz del Castillo existentes en el Centro de Estudios Históricos y de haber intervenido en la incautación de bibliotecas particulares, demostraría la falsedad de las acusaciones demostrando la inexistencia de dichos Códices en el Centro de Estudios Históricos, así como la declaración de los propietarios de las bibliotecas denunciadas como incautadas, confirmando sus dueños la conservación y protección que el mismo gobierno de la República había ejercido sobre las mismas bajo la dirección del encausado.
En el proceso de guerra sumarísimo a que fue sometido Moñino por esta denuncia, el día 15 de noviembre, en el Palacio de Justicia de Madrid fue absuelto de las acusaciones formuladas y puesto en libertad el 17 del citado mes.
También como profesional de la enseñanza tendría problemas el catedrático extremeño. Como hemos indicado anteriormente, Moñino había estado adscrito, en la cátedra, al Instituto Pérez Galdós de Madrid, desde 1935. Al desaparecer después de la guerra dicho Instituto y no habiendo sido revocada su cátedra, el interesado, cumpliendo todos los requisitos marcados por las nuevas autoridades académicas, solicita su plaza, que le es concedida en el Instituto San Isidro. Sin embargo, son muchos los enemigos que desean ver apartado de su carrera a tan prestigioso catedrático y, valiéndose de su no presentación en el Instituto de Bilbao en el que oficialmente tenía designada su cátedra, es, momentáneamente, dado de baja en el escalafón por el director General de Enseñanza Superior, situación que resuelve favorablemente la misma autoridad cuando don Antonio recurre la medida y se comprueba la verdad de sus argumentos, en 19 de marzo de 1940.
No obstante lo manifestado, su proceso de depuración, referido a lo académico, se iría dilatando en el tiempo, con la conformidad de algunos enemigos de Moñino, hasta el año 1966 en el que el afectado verá concluido su proceso. Había durado dicho proceso de depuración ¡¡nada menos que veintisiete años!!
Pero no nos equivoquemos. El verdadero proceso de depuración política y académica empezaría desde ese mismo momento, siendo destinado, como otra forma de destierro, al Instituto de la ciudad de Valdepeñas y por un período de cinco años e inhabilitación para cargos directivos, cátedra que nunca ejercería Moñino no queriendo ser cómplice por cobardía de semejante injusticia.
Afortunadamente, don Antonio, hombre muy bien reconocido y respetado por los hispanistas de todo el mundo recibiría numerosas muestras de apoyo en forma de título de Doctor Honoris Causa por la Universidad de Burdeos, cuya investidura se celebró el 17 de octubre de 1966, el nombramiento como oficial de la Orden francesa de las Palmas Académicas en claro y significativo gesto de los hispanistas franceses en reconocimiento de los grandes conocimientos y a la generosa ayuda prestada, a partir de 1968, por el académico Moñino.
También desde dentro se manifiestan los intelectuales españoles en contra de semejante barrabasada y deciden, bajo la dirección del profesor Fernando Lázaro Carreter (que por cierto, será quien presente al 17 de mayo de 2001 en la Real Academia Española, con magnífico y sentido discurso de amistad hacia Moñino, su biografía escrita brillantemente por su sobrino don Rafael), don Dámaso Alonso y don Camilo José Cela, presentar la candidatura de don Antonio para ocupar un sillón de la Real Academia Española, sin conocimiento del interesado, toda vez que al anterior intento, en 1960, había significado un fracaso de dolorosos recuerdos para el candidato.
Por su enorme importancia transcribiremos íntegramente la carta que los académicos españoles escribieron desde Salamanca, el 28 de mayo de 1966 al entonces Ministro de Educación, Señor Lora Tamayo. Dice así: “Respetado señor ministro: Ha llegado al conocimiento de los abajo firmantes, catedráticos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Salamanca, la resolución dada al expediente de depuración instruido a don Antonio Rodríguez-Moñino, por la que se le sanciona al traslado fuera de la provincia de Madrid durante cinco años e inhabilitación para cargos directivos y de confianza. Esta sanción se complementa con su traslado al Instituto Nacional de Enseñanza Media de Valdepeñas. Ante esta sentencia, deseamos expresarle, Excmo. Señor, nuestra sorpresa y preocupación. Desconocemos por completo los hechos juzgados, pero no que, que si se produjeron, fue hace más de un cuarto de siglo, tiempo suficiente para que cualquier presunta responsabilidad hubiera prescrito, no sabemos si legalmente, pero sí en aras de la concordia y del perfecto entendimiento entre todos los españoles. En el caso concreto del profesor Rodríguez-Moñino coinciden además circunstancias excepcionales, que hacen especialmente duro el castigo a que se le somete, y muy bien pudiera ocurrir que desconociera V. E. Nos permitimos, por ello, señalarle que se trata de una de las figuras máximas con que hoy cuenta la Filología española. Cuando para él quizá hubiera resultado más cómodo expatriarse y acogerse al servicio de cualquier Universidad extranjera, ha preferido vivir en Madrid, dedicado intensamente a sus trabajos de investigación, cuyo resultado es esa impresionante Bibliografía que tenemos el honor de remitir a V. E. Gracias a él, aunque privado de la docencia oficial, el profesor Rodríguez-Moñino ha podido ejercer un magisterio fecundísimo, desempeñado con la más abierta generosidad, y su casa en Madrid se ha convertido en un centro de peregrinación científica, a la que acuden filólogos españoles e hispanistas del mundo entero, en busca de su orientación, de sus libros, de su contagioso entusiasmo. Multitud de catedráticos que hoy enseñan en Universidades e Institutos nacionales, proclaman su deuda de gratitud con este maestro sabio y desprendido. Y muchas docenas de profesores extranjeros la proclaman igualmente. Durante estos veinticinco años, don Antonio Rodríguez-Moñino ha estado entregado a esta patriótica empresa, bien lejos, en cuanto se nos alcanza, de cualquier preocupación política que no fuera la de aumentar y enriquecer la cultura española. Paradójicamente, el reconocimiento de sus méritos se ha producido fuera de nuestro país. Así en 1960 fue nombrado vicepresidente de la Hispanic Society of América; y cuenta con otros títulos que figuran al frente de la Bibliografía adjunta. La sanción se produce, justamente, cuando está a punto de aparecer el magno homenaje que publican, en honor suyo, sus amigos o discípulos hispanistas norteamericanos, y cuyo prospecto unimos también a esta carta. Setenta y nueve profesores de la mayor parte de las Universidades de aquel país se congregan en torno del profesor Rodríguez-Moñino para expresarle su admiración, en penosa coincidencia con su traslado al Instituto de una pequeña ciudad española. En el mismo prospecto, los organizadores del homenaje anuncian con júbilo la próxima incorporación de nuestro compatriota a la Universidad de Berkeley (California), y lo saludan como “nuestro colega”. Mucho nos tememos que el castigo ahora acordado contribuya decisivamente a alejar para siempre de España a quien, en estricta justicia científica, debería interesar retener a toda costa, facilitando y estimulando su trabajo, para evitar que su nombre aumente la lista de españoles que han hallado fuera de su patria el ambiente propicio que aquí no lograron encontrar. Desearíamos, Excmo. señor, y así lo solicitamos a V. E., que hiciera todo lo posible por rectificar esa sanción, cuya severidad e inoportunidad parecen manifiestas. Con este motivo, saludan a V. E. respetuosamente. Salamanca, 28 de mayo de 1966”.
Naturalmente que esta carta de tan importantes personajes daría resultado y don Antonio Rodríguez-Moñino sería elegido académico de número de la Real Academia Española, en diciembre del mismo año.
Pero volvamos a retomar la vida del personaje donde la dejamos, es decir, poco después de terminada la guerra civil, pues varios son los acontecimientos y las noticias sobre ella que nos merecen especial atención.
En primer lugar, diremos que el proceso de depuración y su apartamiento de su labor como catedrático, no fueron motivos suficientes como para acobardar a Moñino, ni mucho menos para apartarle de sus investigaciones, sino que por el contrario, y manejando los ricos fondos bibliográficos ahora conocidos, mayormente los de la Fundación Lázaro Galdiano, fue dando a la estampa un elevado y valioso número de obras, entre las que podemos entresacar: Historia de la Literatura Extremeña (1942), El Capitán Francisco de Aldana (1943), La Imprenta en Extremadura (1945), El retablo de Morales en Higuera la Real (1945), La Colección de Manuscritos del Marqués de Montealegre (1951), etc.
En 1948, Rodríguez-Moñino decide retomar su deseo de 1935 de presentar su Tesis Doctoral sobre el tema: El Rey don Sebastián de Portugal en la Historia y en la Literatura Española, cambiándolo en esta fecha por otro titulado: Cancioneros Manuscritos del siglo de Oro. Estudio Biográficos y edición de varias compilaciones fechadas entre 1547 y 1650. Sin embargo, como nos aclara Moñino Soriano en la biografía sobre su tío, dicha Tesis no sería presentada ni defendida en la Universidad de Salamanca hasta el año 1966, cambiando nuevamente el tema, ahora titulado: La Silva de Romances de Barcelona, 1561, publicado por la misma Universidad, en 1969.
Como curiosidad bibliográfica, podemos recordar que entre los numerosos libros en los húmedos sótanos de una librería de viejo en la calle León, hoy desaparecida y propiedad del viejo Neguerole, nos encontramos varios ejemplares de La Silva de Barcelona, de La Silva de Zaragoza, y varios facsímiles (de una tirada numeradas de trescientos ejemplares), de Los Pliegos Poéticos de la colección del Marqués de Morbecq (siglo XVI), alguno de suyos ejemplares compramos por un precio ridículo, conservando en nuestra propiedad los que no hemos regalado a otros bibliófilos amigos interesados en el tema, así como adquirimos numerosos ejemplares del Epistolario de Aldana (edición de 500 ejemplares numerados), que hicieron las delicias del grupo amigo, y de los que conservamos varios ejemplares en nuestra biblioteca particular, encontrando, por último, en la caseta n.º 15 de la Cuesta de Moyano que dirige el librero don Alfonso Riudavets, un ejemplar de El Retablo de Morales en Higuera la Real (1565-1566), señalado con el nº 9 de una edición de 25 ejemplares. No está mal la “cosecha”.
Un tema interesante en la vida de Moñino en estos años de posguerra, serán sus relaciones personales con don José Lázaro Galdiano, desde 1945 hasta su muerte en 1947, y después con la Fundación que llevará el nombre del prócer navarro.
Efectivamente, Lázaro Galdiano, poseedor de una de las fortunas más importantes de este país, había ido adquiriendo obras de arte para su palacio Parque Florido de la calle de Serrano en Madrid, hasta hacerse con una pinacoteca de gran relevancia.
Asimismo, numerosas antigüedades valiosísimas decoraban su casa, y sobre todo, hombre de gran sensibilidad literaria, había conseguido reunir entre los muros de su palacio madrileño una de las más importantes bibliotecas de España, tanto por el número de volúmenes como por la rareza de estas joyas bibliográficas.
Como es de suponer, los acontecimientos políticos vividos en nuestro país a lo largo de todo el siglo XIX y mediados del XX, con numerosas revoluciones y guerras fratricidas, habían hecho desaparecer, bien por saqueos o por rapiñas de guerra, numerosísimas obras de arte y valiosas bibliotecas, que después aparecerían –las que no desaparecieron para siempre- en tiendas de anticuarios o librerías de lance malvendidas por sus nuevos poseedores, o directamente incorporadas a colecciones y bibliotecas de avispados conocidos personajes de la vida social española.
Don José, que había levantado las envidias de numerosísimas familias de alto linaje y de políticos con afán de medro, sin que pudieran avalar en ningún momento sus denuncias, había sido acusado de aprovecharse de estos expolios para, con su dinero, aumentar sus ricos fondos al margen de la ley.
Como otros muchos grandes propietarios de enormes tesoros artísticos, durante la guerra civil de 1936-39 había visto en gran peligro la seguridad e integridad de este patrimonio, que como hemos señalado anteriormente, fue salvado en su conjunto gracias a los buenos oficios de nuestro paisano Rodríguez-Moñino.
Una vez terminada la contienda, Lázaro Galdiano intentó recuperar en su totalidad sus tesoros, depositados en la Biblioteca Nacional como otras muchas bibliotecas particulares, dándose la circunstancia de que muchas de sus más importantes piezas fueron retenidas por considerar los responsables de la Nacional, de que muchas de las obras pertenecientes a los fondos de Galdiano habían sido denunciados como desaparecidas de pinacotecas y bibliotecas oficiales.
Conocedor el señor Galdiano de la valía y conocimientos del matrimonio Moñino-Brey en temas de bibliografía, así como del protagonismo del extremeño en el salvamento y guarda de sus pertenencias, puso al frente de sus tesoros a tan queridos personajes, con el encargo de “preservar y vigilar sus tesoros artísticos y bibliográficos en época tan conflictiva y ácida como la inmediata a la Guerra Civil…”
No vería don José completarse su desmantelada biblioteca, pues muere en 1947, pasando, por voluntad testamentaria de su dueño, a constituirse en Fundación todos sus bienes, tal y como nos ha llegado hasta nuestros días.
La labor de recuperación –o, por segunda vez, de salvamento de estos tesoros, como el mismo Lázaro escribe en el folleto de una exposición de libros de su biblioteca pertenecientes a los siglos XV y XVI-, correrá a cargo de nuestro paisano, quien con sus grandes conocimientos sobre bibliografía y su enorme capacidad de trabajo irá señalando a los responsables de la Biblioteca Nacional una por una las piezas, en muchos casos únicas, que correspondían a la Fundación y que por motivos en muchos casos oscuros, estaban depositadas, todavía, en los anaqueles de la Nacional sin que se viera por parte de sus responsables predisposición para su entrega.
Tan ardua es la labor de búsqueda y tan dilatado el tiempo que se tardará en su recuperación, que tampoco don Antonio podrá ver completada la biblioteca de la Fundación en la que ahora ejerce de bibliotecario y su esposa doña María de archivera, pues muerto en 1970, todavía en el año 1987 la revista oficial de la Fundación, Goya, publica un artículo de su entonces director anunciando “un extraordinario conjunto de libros y manuscritos reintegrados a la Fundación de Lázaro Galdiano”. Es decir, cincuenta años más tarde de las gestiones realizadas por Moñino en 1939.
Durante los más de veinte años en los que el matrimonio Moñino-Brey estará ligado a la Fundación Lázaro Galdiano, solamente abandonará su cometido cuando en el año 1960, don Antonio –con el permiso del Patronato- marche a tierras americanas y, como le dice a sus responsables en la petición de permiso: “participar a V. E. que he sido invitado oficialmente por la Universidad de California para desarrollar un curso de Historia de la Literatura Española y dirigir un seminario de Metodología que por primera vez va a establecerse en dicho alto Centro docente”.
En octubre de 1962, nuevamente solicitará Moñino permiso al Patronato, porque tiene: “El honor y la satisfacción de comunicar a V. E. que la archivera de esta Fundación y el bibliotecario han sido invitados por el Patronato de The Hispanic Society de Nueva Cork, para realizar un estudio e informe sobre los 20.000 manuscritos españoles que han ingresado en la biblioteca corporativa a la muerte del fundador Mr. Archer Huntington, informe de carácter técnico y literario.”
Fruto de este trabajo compartido por el matrimonio Moñino-Brey será la publicación del excelente Catálogo de los Manuscritos poéticos castellanos existentes en la biblioteca de The Hispanic Society of América (siglos XV, XVI y XVII), en 1965.
Esta colaboración directa con la Fundación Lázaro Galdiano duraría para el matrimonio hasta el año 1969, en que serían oficialmente relevados de sus cargos.
Un apartado muy importante en la vida de Moñino serán las tertulias literarias, como ya señalábamos al principio de estos apuntes biográficos.
Numerosos son los trabajos que sobre las tertulias literarias, nacidas en la posguerra en los cafés de Madrid, han sido publicados por especialistas en el tema o por los mismos fundadores de estas tertulias –véase el caso de La Sagrada Cripta de Pombo, por Ramón Gómez de la Serna-, intentando dar una justificación, al margen de la oficial, de el por qué el mundo de las Letras se refugiaba en establecimientos muchas veces insalubres e incómodos, compartiendo espacio con parroquianos indiferentes, buscando aires de libertad, que el nuevo régimen nacido de la fuerza de las armas les negaba.
Sería demasiado largo para el propósito de estos apuntes hacer un estudio del tremendo vacío cultural que reinó en este país al finalizar la Guerra Civil. Pero no podemos silenciar el que la marcha al exilio o a la muerte de buena parte de los intelectuales más relevantes del momento, en su mayoría comprometidos con la política de la República, la sangrienta represión fascista sobre los profesionales de la enseñanza que sistemáticamente llevaron a cabo los vencedores y la total carencia de un ideario cultural de los nuevos mandatarios, sumió a España en uno de los períodos más sombríos y de menos pujanza en el mundo de la Cultura.
El nuevo Régimen, comprometido y deudor de los sectores más reaccionarios de la derecha española, entre los que predomina con nombre propio la Iglesia Católica, hace resurgir del olvido a la inquietante Inquisición, convirtiendo a esta institución en la dueña absoluta de la enseñanza, seleccionando a sus profesionales, determinando qué libros eran aptos de pasar a las prensas de impresión, o cuáles eran condenados a su desaparición.
En estas condiciones de asfixia intelectual, muy pocos escritores se atrevían a examinarse ante semejante tribunal, por lo que buscaron otros medios para burlar la censura por medio de las tertulias y charlas de Café entre gente del gremio, procurando eludir las inevitables delaciones de los infiltrados.
Con el paso de los años, conforme se alejaba la fatídica fecha de la victoria, el ambiente cultural se fue suavizando y las tertulias literarias fueron tomando cuerpo; de tal modo, que buena parte de la cultura de los años 40-50 en nuestro país, se fraguó entre los vapores de la malta y el humo de los cigarrillos de tabaco picado consumidos por los tertulianos.
No había en Madrid Café que se preciara si no era sede de una de estas tertulias. Establecimientos con nombres muy conocidos, hoy mucho de ellos desaparecidos por la especulación inmobiliaria, jalonan la pequeña Historia literaria de la capital del reino: Pombo, Gijón, Universal, Levante, Lyón, Comercial, etc. Como no había hombre importante en el mundo de las Letras que no presidiera una de estas tertulias o asistiera a ellas en plan de figura principal: Baroja, Cossío, Rodríguez Marín, Menéndez Pelayo, Gómez de la Serna, González Ruano, Aldecoa, Prados, Altolaguirre, etc… y Rodríguez-Moñino, naturalmente.
Don Antonio, que había sido desplazado de su siempre gratificante trabajo académico por el proceso de depuración política, intentó durante toda su vida no perder contacto con la nueva juventud creadora que a contracorriente de los estamentos oficiales iba surgiendo en el páramo cultural español.
Si bien en un principio su lugar de reunión fue el célebre Café Gijón del Paseo de Recoletos, en el que reinaba la discutida figura de César González Ruano, don Antonio siempre buscó un lugar más tranquilo y al margen de los intelectuales consagrados para sus coloquios entre amigos del mundo de las Letras, encontrando dicho lugar en el ya caduco – por los años de mediados del 40- Café Lyón, cerca de la Plaza de Cibeles, en el que ejercería durante muchos años su cátedra el bibliógrafo extremeño, y al que acudirían importantes hombres, tanto españoles como hispanistas de todo el mundo, en busca de un consejo o de un dato sobre bibliografía de tan magnánimo maestro.
Nunca abandonaría Moñino la dirección de tan importante tertulia literaria, y cuando se encontraba en tierras americanas, era puesto al día, tanto de sus asistentes como de los temas que en ella se trataban en su ausencia. En sus vetustas mesas con patas de fundición y tableros de mármol blanco iban a reunirse hombres tan importantes como Cossío, José Luís Cano, Gerardo Diego, C. J. Cela, Lázaro Carreter, Emilio Alarcos, K-Hito, Gaya Nuño, el presbítero López del Toro, o los extremeños Muñoz de San Pedro, Julio Cienfuegos, Mariano Fernández Daza, Rabanal Brito, etc., y en él nacería de la mano de Moñino una de las revistas literarias más interesante de aquellos años: Revista Española, en junio de 1953.
Destacar el acierto que tuvo don Antonio en la fundación de esta Revista Española, de corta vida y publicada por Castalia –sólo seis números, el último de los cuales salió en 1954-, dando cobijo a un número de destacados jóvenes que, más tarde, formarían al núcleo de la llamada Generación de los 50: Juan Benet, Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Ignacio Aldecoa y su esposa Josefina R. de Aldecoa, Castillo Puche, Martín Gaite, Medardo Fraile, Fernández Santos, etc.
Revista Española despareció, como otras muchas en aquellos aciagos años, porque, y según se comunica en la última página del último número: “Al cabo de un año de vida no se han conseguido más que veintisiete suscriptores, ni se ha logrado vender más de ochenta ejemplares…” (9) Nuevamente, la buena semilla había caído en improductivo pedregal.
Un capítulo muy importante en la vida de Moñino, que va a tener grandes y beneficiosas repercusiones en el panorama cultural español hasta nuestros días, será su estrecha colaboración con la familia valencia Soler, propietaria de una pequeña editorial denominada Tipografía Moderna o Castalia. Desde mediados de la década de los 40 son los primeros contactos entre los editores valencianos y el catedrático y bibliógrafo extremeño, en las que los primeros solicitan asesoramiento al segundo, en su afán de mejorar y expandir el primerizo negocio del libro.
Desde ese momento y según reconocen los hermanos Soler, don Antonio se convertirá en “…el alma de nuestra editorial”, creando numerosas nuevas colecciones, buscando tipos nuevos de letras, dando homogeneidad a las tiradas o creando nuevos y más llamativos diseños. En definitiva, y según comentarios de Rodríguez-Moñino Soriano: “La Editorial Castalia alcanzará un nivel alto en el mundo del libro, con el respeto y la acogida en el mundo intelectual no sólo de España sino también de cuantos centros de cultura, académicos y universitarios tuvieran relación estrecha con la Literatura y la Historia de España, especialmente en los ambientes hispano de Europa y América.”
La Editorial Castalia (así aparecerá ya para siempre desde 1947) tendrá una importancia clave en la producción de la obra personal de Moñino, pues muchos y muy importantes serán los trabajos de éste que de sus prensas alcancen el privilegio de ser editadas, alcanzando estas publicaciones hasta muchos años después de muerto don Antonio, como pueden ser los casos del: Diccionario de Pliegos sueltos poéticos (siglo XVI); La Imprenta de Don Antonio de Sacha, o el Nuevo Diccionario de Pliegos sueltos poéticos (siglo XVI), en colaboración con la Junta de Extremadura, en 1997.
Y en dicha Editorial se publicarán en dos espléndidos tomos el homenaje que los hispanistas americanos ofrecieron a su maestro Moñino, así como de la Imprenta de Gráficas Soler saldría impreso el Discurso de recepción de don Antonio en la Real Academia Española y, en 1975, con colaboraciones de los escritores más importantes del momento, el libro titulado: Homenaje a la memoria de don Antonio Rodríguez-Moñino.
También su esposa e inseparable compañera en el mundo de los Libros, doña María Brey, publicará en la Editorial Castalia buena parte de
sus trabajos de investigación, entre los que destaca la traducción del Libro del Buen Amor, del Arcipreste de Hita, dentro de una colección de diez números que ella misma dirigía titulada Odres Nuevos.
En varios momentos de estos apuntes hemos reflejado sus vivencias juveniles en su tierra extremeña, así como de soldado, o su preocupación por la conservación del patrimonio cultural de Extremadura.
Rodríguez-Moñino mantendrá durante toda su vida una intensa relación con su tierra de origen, bien desde Madrid en donde vive, o en las numerosas ocasiones en que regresa a ella, manteniendo magníficas relaciones con su mundo cultural y social.
Desde luego que esta preocupación por Extremadura en un hombre totalmente entregado a los libros, también alcanzará al rico legado extremeño en temas bibliográficos, que Moñino intentará conocer en su mayor amplitud, para beneficio y satisfacción propia, como para darlos a conocer al resto del mundo a través de sus abundantes trabajos sobre su historia, su folklore, o el estudio de sus escritores más relevantes del pasado y del presente.
Moñino siempre será un entusiasta defensor de todo lo extremeño, como lo demuestra su encendida defensa en carta al escritor y editorialista Sánchez Rodrigo, de Serradilla: “Hay que laborar sólidamente en pro de una reconstrucción regional…” O: “Estudiemos nuestro pasado porque sólo éste nos dará la medida de lo que podemos ser en un futuro más o menos próximo, pero cierto.”
Hemos dicho en otro momento que Moñino irá acumulando libros de y sobre Extremadura, algunos de ellos piezas únicas, hasta formar una importantísima biblioteca regional, que muchos años más tarde cedería en depósito y que con algunos malentendidos y desavenencias hoy olvidadas, forman, por expreso deseo testamentario de su esposa, la biblioteca pública Rodríguez-Moñino/María Brey de la capital de Cáceres.
Pero, más importante que estos ricos fondos que forman la citada biblioteca, serán sus estudios y publicaciones sobre temas extremeños. Desde que con sólo dieciséis años publicara su trabajo: Folklore extremeño. Brevísimos apuntes sobre el desarrollo de los estudios folklóricos en Extremadura, en 1926, numerosas e importantísimas serán sus aportaciones al conocimiento de temas extremeños. Así, podemos señalar su interés por los asuntos americanos relacionados con su tierra, publicando: Extremadura en América. Conquista del Perú y viaje de Hernando Pizarro desde Caxamalca hasta Jauja (Sevilla, 1534), o por el folklore extremeño, haciendo una acertada e interesante crítica sobre los trabajos de García Matos o de Bonifacio Gil sobre el: Cancionero popular de Extremadura.
El último capítulo de estos apuntes queremos dedicarlo a las relaciones de don Antonio Rodríguez-Moñino con la Real Academia Española.
Hemos anunciado anteriormente que el proceso de depuración política sufrida por Moñino como consecuencia de su participación en la guerra Civil y que de forma vergonzosa había alcanzado hasta 1966, supuso para nuestro paisano el alejamiento de sus tareas docentes y profesionales, por el empecinamiento e incomprensión del Ministerio de Educación. Grande fue el dolor e incluso la humillación que semejante medida ocasionó a un hombre bueno y honrado como lo era don Antonio, que no había dudado ni un momento en exponer su vida con tal de preservar los tesoros del patrimonio del pueblo español.
También hemos contado como dicha medida, a todas luces injusta, fue muy cuestionada por los hombres, digamos, afines al nuevo gobierno, y que numerosas y muy sentidas fueron las manifestaciones que por escrito recibió tan encomiable personaje.
Sin embargo, tan grandes eran los méritos y los conocimientos que el extremeño reunía en su persona, que al margen de lo decretado por las autoridades académicas, Moñino siguió recibiendo homenajes –tanto españoles como extranjeros-, títulos y galardones como merecido desagravio.
Uno de estos nombramientos, que tanto agradeció Moñino, fue en 1952, como Académico Correspondiente por Extremadura de la Real Academia Española, lo que le daba derecho a asistir a las sesiones académicas, con voz pero sin voto. Moñino, íntimamente satisfecho por esta deferencia hacia su persona (contaba en esos momentos con más de ciento cincuenta trabajos importantes), se propone recompensar a dicha Corporación publicando, por encargo de ésta, la Introducción a las Poesías inéditas de Juan Meléndez Valdés (1954), Las Fuentes del Romancero General (Madrid, 1600) (1957), y el voluminoso Cancionero General (Valencia, 1511) –doce tomos- recopilado por Hernando del Castillo.
Este reconocimiento a su labor en beneficio de la Real Academia Española, hace que cuando quede vacante un sillón, por fallecimiento de su titular el académico y diplomático Agustín de Foxá, muerto en junio de 1959, varios de sus más prestigiosos miembros propongan oficialmente la candidatura de don Antonio para ocuparla; las intrigas y desencuentros entre los miembros de número de la Academia, presidida por el insigne Menéndez Pidal, hacen que Moñino decida retirar su candidatura para ocupar el sillón Z vacante, cuyo nuevo propietario sería, a partir de diciembre de 1959, el gramático don Salvador Fernández Ramírez.
Cuando a comienzos de 1960 se presente una nueva vacante por fallecimiento de su amigo el doctor don Gregorio Marañón –él lo había propuesto para el cargo de Correspondiente por Extremadura y él sería uno de los miembros de la Academia que presenten y defiendan la primera tentativa de 1959-, nuevamente la figura de Moñino será la mejor colocada en las listas de futuros académicos.
Sin embargo, nuevamente, la calumnia y la cobardía de los representantes del Ministerio de Educación, cuyo titular era Jesús Rubio, va a hacer fracasar su nombramiento, de cuya guerra saldrá vencedor el endeble novelista Manuel Halcón, en 1960.
Aunque él demuestre una fortaleza de ánimos muy acorde con su personalidad, Moñino sufrirá con estos reveses académicos, sobre todo, cuando estando ya en tierras americanas llegue a enterarse de que el veto a su persona para el puesto de académico impuesto por el Ministerio era conocido por varios académicos, entre los que se encontraba su presidente Menéndez Pidal, que le ocultaron tan grave como injusto proceder, no pudiendo por ello defenderse y demostrar su inocencia de unos hechos acaecidos ¡¡en el año 1939!!
El académico y amigo de don Antonio, don Fernando Lázaro Carreter, ene. Acto inaugural del Legado Moñino-Brey a la Academia recuerda estas injusticias con las siguientes palabras: “Don Antonio padeció por sus ideas liberales una persecución vejatoria y estúpida tras la Guerra Civil. Sometido a expediente, y privado, por tanto, de su cátedra durante veintiocho años, fue restituido a ella en el Instituto de Valdepeñas, cuando sobre él recaían los más altos reconocimientos internacionales, había sido elegido Académico, y se le nombraba catedrático titular de la Universidad de Berkeley.”
Rodríguez-Moñino Soriano, en la ya repetida Biografía sobre su tío, nos da cuenta de una carta escrita por éste al presidente de la Real Academia Española, don Ramón Menéndez Pidal, en la que de forma ácida y en términos de bastante dureza en contra de algunos miembros de la misma y de manera especial con su presidente, tan contraria al carácter apacible y educado del extremeño, expone sus quejas por los reiterados engaños de que ha sido objeto, al mismo tiempo que confirma su dimisión irrevocable como Correspondiente por Extremadura a la citada Academia.
Vemos por esta carta y por varias más que don Antonio envía desde tierras americanas, que su alejamiento de España, en 1960, para cumplir sus compromisos de docencia en la Universidad de Berkeley, o el igualmente gratificante compromiso adquirido con la Hispanic Society de Nueva York de estudiar y catalogar los numerosos Manuscritos españoles existentes en los fondos de su biblioteca, no le hacen olvidar el injusto trato recibido de las autoridades oficiales y culturales de su país. Pero Moñino,
fiel a sí mismo, estará siempre por encima de estas pequeñas miserias y seguirá desde el otro lado del mar aportando sus conocimientos para el engrandecimiento de los fondos bibliográficos de España; de estas fechas son los importantes trabajos reseñados en otro lugar de estos apuntes, como son: Los Pliegos poéticos de la colección del Marqués de Morbecq (siglo VXI), numerosos romanceros, imprescindibles para el conocimiento de nuestra poesía, y el trabajo sobre su paisano de Campanario, titulado: Realidad y Leyenda de lo sucedido con los libros de don Bartolomé José Gallardo.
Tan evidente era la injusticia cometida en España en contra de tan insigne bibliógrafo, que en 1966, un grupo de académicos amigos encabezados por Camilo José Cela, Dámaso Alonso y José Mª de Cossío, conocedores de su talla intelectual y de sus aportaciones a la cultura española, vuelven a presentar su candidatura como académico de número, para ocupar la vacante dejada tras la muerte de Rafael Sánchez Maza, candidatura que esta vez sí es aceptada por mayoría, el 22 de diciembre de 1966, para ocupar el sillón X de la Academia, estando todavía don Antonio en su periplo académico por América.
El 20 de octubre de 1968 y ante un número de espectadores muy superior al foro del salón de la Academia leería Moñino su discurso de ingreso con el título de: Poesía y Cancioneros (siglo XVI), discurso que sería contestado por su amigo, el también académico don Camilo José Cela, publicado ese mismo año por la Academia, naturalmente salido de la Imprenta de Artes Gráficas Soler, de Valencia.
Desgraciadamente par la Academia, el ingreso de Rodríguez-Moñino llegaría para ésta demasiado tarde. Ni los ánimos de don Antonio eran los mismos de la década de los 50, ni sus compromisos profesionales en tierras americanas le dejarán tiempo libre al bibliógrafo y bibliófilo para enriquecer sus fondos al ritmo que él hubiera deseado. Nuevamente, y por problemas políticos totalmente incomprensibles con el mundo de la cultura, se habían amputado las beneficiosas aportaciones de hombres de la talla humana e intelectual como es el caso de Moñino.
A principios de 1969 y estando aun departiendo clases de Literatura Española en la Universidad de Berkeley, comienza don Antonio a dar muestras de padecer una grave enfermedad, desconocida por los médicos que le atienden. Algún especialista americano considera que la paralización de los brazos con fuerte inflamación de las manos, es motivada por una sinusitis aguda.
Consecuencia de este pronóstico será su tratamiento en tierras americanas, que si bien en un primer momento alivia pasajeramente sus males, lo cierto será que la salud de don Antonio va decayendo de forma alarmante, por lo que deciden su regreso a España y ponerse en manos del doctor José Luís Barros, quien diagnostica su grave enfermedad: cáncer de linfa.
Don Antonio Rodríguez-Moñino moriría en la clínica madrileña de COVESA, el día 20 de junio de 1970, acompañado de su inseparable esposa, María Brey, y de su hermano mayor, Rafael. Fue enterrado al día siguiente, 21 de junio, en el Cementerio de la Sacramental de San Justo, siendo depositados sus restos en un nicho (fila 7, nº 3) del Patio de Santa Cruz.
Cuando en febrero 1995 fallezca su esposa María Brey, por expreso deseo de la misma, será enterrada junto a su esposo, ocupando los dos desde ese momento la misma sepultura, en la que una sencilla lápida de mármol gris señala: María Brey Mariño (1910-1995). Antonio Rodríguez-Moñino Rodríguez (1910-1970). De la Real Academia Española.
Durante los veinticinco años que separan las muertes de don Antonio y de doña María, la casa nº 1 de la calle de San Justo de Madrid, será la depositaria de la rica biblioteca y demás piezas de Arte que don Antonio, de forma selecta, había coleccionando. Doña María, generosa siempre, abrirá las puertas de su casa a los investigadores españoles y extranjeros que quieran trabajar sobre tan espléndidos como inigualables fondos.
Al final de su vida y temerosa doña María de que pudiera deshacerse tan rico patrimonio cultural, por consejo e indicación de su siempre amigo el académico don Camilo José Cela (ya premio Nobel de Literatura), decide por voluntad testamentaria donar todo el tesoro bibliográfico y artístico de su esposo a la Real Academia Española.
Este legado es entregado a la Academia en septiembre de 1995, tras la muerte de doña María, y magníficamente acomodado en una de sus salas principales –frente al Salón de Actos-, con el expreso deseo de que a ellos puedan acceder los estudiosos de todo el mundo.
Al acto inaugural de la apertura de la Biblioteca Moñino/Brey, y para realzar su importancia, asistieron los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, el presidente de la Junta de Extremadura, don Juan Carlos Rodríguez Ibarra acompañado por las autoridades culturales de la misma, los miembros en pleno de la Academia y numeroso público, entre los que se encontraba quien esto escribe. El discurso de presentación corrió a cargo del académico y amigo don Fernando Lázaro Carreter.
Junto a su extraordinaria biblioteca, el legado Moñino/Brey depositado en la Real Academia Española comprende una abundante cantidad de trabajos inéditos de don Antonio y de doña María, todo el abultado capítulo epistolar –tan fundamental para conocer la Historia de las Letras españolas del segundo y tercer cuarto del siglo XX-, así como innumerable material inclasificable con el que trabajaba el bibliófilo, y por lo tanto, sólo conocido por él.
Su principal biógrafo, don Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, empleará parte de esta documentación para dar al público un magnífico libro titulado: Noticias varias sobre el Bibliófilo y Bibliógrafo extremeño Antonio Rodríguez-Moñino y Documentos relativos a la Historia de Badajoz pertenecientes a la Biblioteca de la Real Academia de la Historia.
Una vez conocido al personaje, no va a ser ni la Vida ni la “Obra Mayor” de don Antonio Rodríguez-Moñino lo fundamental de este trabajo de recuperación. Por el contrario, va a ser la (vamos nosotros a llamarla así) “Obra Menor” del bibliófilo el motivo de nuestra atención bibliográfica.
Muchas son las razones que para ello podríamos esgrimir: la calidad indiscutible de los mismos (don Antonio siempre fue un escritor cuidadosísimo en sus escritos, aparte de la rigurosidad en todos los campos que toca), la curiosidad del autor por infinidad de temas, con una mayor incidencia en asuntos o personajes relacionados con la Extremadura del siglo XVI (es sencillamente impresionante la capacidad de este hombre para abarcar tanto espacio literario), la dificultad de conseguir algunos de estos trabajos, toda vez que el autor, como buen bibliófilo, hacía tiradas muy cortas que van desde los 25 ejemplares a un máximo de 100 en sus opúsculos, y, por último, nuestro deseo de ofrecer al público lector, principalmente extremeño por el gran número de trabajos dedicados a su tierra de nacimiento, la posibilidad de tener recopilados y juntos los numerosos estudios y ensayos que las grandes obras de tan importante escritor han ido relegando a un segundo plano, cuando no al olvido, muchas veces, como hemos señalado, por desconocimiento de los mismos, al estar estos desperdigados en numerosas, desconocidas e incontables revistas, muchas de ellas hace años desaparecidas, o en tiradas limitadas que dificultan su estudio.
Y sin embargo, el trabajo de compilación de la obra (toda la obra) de don Antonio resulta de una comodidad y simpleza muy de agradecer para quien se lo proponga, como es nuestro caso. El bibliógrafo y bibliófilo por excelencia de las últimas décadas en España, el hombre que generosamente entregó toda su vida a rescatar del olvido tantas buenas obras y a tantos buenos escritores, no iba a cometer el error de no reseñar sus importantísimos y numerosos trabajos. Don Antonio era conocedor de la importancia de sus estudios, y por ello, cuidadoso como siempre lo fue en temas literarios, cada cierto tiempo (1950 -100 ejemplares-, 1955 -200 ejemplares- y 1965 -200 ejemplares), la Editorial Castalia, en la que tan importante papel desempeñó el matrimonio Moñino-Brey, fue dando a conocer su bibliografía, que hoy nos permite seguir paso a paso y con el conocimiento de la fecha y lugar de publicación (muchas veces en varias
publicaciones) cada uno de los trabajos del escritor de Calzadilla de los Barros.
Por lo tanto, desde los inicios de esta compilación que tienen en sus manos, solamente hemos cumplido rigurosamente con el compromiso de seguir fielmente el camino señalado por la mencionada Bibliografía de 1965, que comienza con los balbuceos literarios de un jovencísimo Moñino, 1924 y cuando el autor tiene la “escandalosa edad” de 17 años, atreviéndose a publicar estudios de clásicos extremeños, como Benito Arias Montano, Joaquín Romero de Cepeda, Diego Sánchez de Badajoz, Micael de Carvajal, Vasco Díaz Tanco, etc., por poner algunos ejemplos significativos.
Para respetar en todo lo posible los sabios conceptos que de la bibliografía tenía don Antonio, hemos seguido, en lo posible (dadas las diferencias en el Arte de la impresión en los primeros años del pasado siglo y los nuevos métodos informáticos actuales que empleamos), tanto el diseño como los márgenes de impresión de cada uno de sus trabajos, apartándonos de ello cuando no nos fue posible seguir el original y tuvimos que rastrearlos a través de revistas o periódicos, mucho menos exigentes a la hora de preservar estos pequeños detalles que adornan y embellecen los anteriores, y que van reseñados todos y cada uno de ellos en el Índice de la obra.
Queremos señalar algo que nos parece importante a la hora de valorar personalmente las entregas de don Antonio Rodríguez-Moñino, sobre todo en los temas que tocan directamente a Extremadura. Sabemos, todos los que nos hemos acercado, leído y estudiado con verdadero interés sus obras, que su labor de investigación fue rigurosa y siempre desde fuentes de primer orden, de manera que pocas, muy pocas veces se puede contradecir o criticar sus trabajos.
Pues bien: cuando en 2004 muere nuestro querido y recordado amigo don Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, sobrino de don Antonio, al que tanto admiraba y con el que tantas cosas en común tenían (por cierto, que los dos murieron a una edad muy parecida y en plena actividad creadora), su hermanas, Julia y Rosario , quisieron que el poeta José Iglesias Benítez y quien esto suscribe, les ayudáramos a deshacer su importante y bien surtida biblioteca, para poder cumplir los deseos del fallecido y enviar, parte de ella, bien a la Real Academia de la Historia, de la que don Rafael era Académico Correspondiente, o bien, aquellos libros y documentos relacionados con Extremadura, a la Biblioteca Rodríguez-Moñino/María Brey de Cáceres, donde están depositados los fondos extremeños de don Antonio.
No es éste el lugar ni el momento de reseñar la importancia de dichos fondos (sí hemos hecho una relación de los mismos que haremos público en su momento), pero queremos señalar, para el propósito de este trabajo, que junto a los mismos y en cajas separadas aparecieron cientos de documentos manuscritos originales que abarcan un espacio de tiempo tan importante para la historia de Extremadura como es el que va desde el siglo XV al XIX, y que directamente le atañe, siendo el núcleo principal de este importante hallazgo los papeles que se refieren a la familia de la Rocha, cuyos ascendientes y descendientes estaban emparentados con las familias de más alto linaje extremeño: Carvajal, Argüello, Orellana, Mexías, Ulloa, Contreras, etc., papeles que fueron estudiados muy a fondo tanto por el tío como por el sobrino, como lo demuestran las anotaciones que les acompañan y, que en muchos casos, sirvieron como base histórica de muchos de los trabajos que hoy nosotros recuperamos y devolvemos al lector curioso: Memorial de los Carvajales, El Conde de la Roca, Don Gómez de la Rocha, etc. Otros muchos no publicados seguramente por falta de tiempo, una vez datados e incorporado a la mencionada relación que estamos haciendo antes de ser entregados a la biblioteca de Cáceres, han sido fotocopiados con el permiso de su actual depositaria, para ser publicados algún día, si este deseo nuestro no entra en contradicción con su posterior destino.
Creemos que estos “trabajos menores” de don Antonio, una vez explicada su importancia y veracidad, a la vista de los documentos estudiados y que apuntan directamente a la historia de Extremadura (mayormente), no han tenido la relevancia que merecen, porque aunque conocidos por los seguidores del bibliófilo extremeño, su dispersión en infinidad de revistas y el corto número de ejemplares editados en libros, opúsculos y folletos, han hecho que sean poco conocidos para el gran público.
Nuestra intención de reunirlos todos en un solo libro es precisamente esa, poder facilitar su lectura de manera cronológica como fueron escritos, permitiendo a los extremeños en particular, conocer muchos datos de nuestra tierra, que el tiempo y la desidia han ido borrando.
Por último, señalar que en el Índice de nuestro trabajo irá señalado el documento de donde hemos recuperado el texto (libro, revista, opúsculo, etc.), el fondo bibliográfico donde se encuentra y siguiendo la Bibliografía de don Antonio publicada por Castalia en 1965, y suplemento en Cuadernos de Bibliografía, los distintos soportes en que han sido publicados cada uno de los documentos aquí rescatados.
RICARDO HERNÁNDEZ MEGÍAS.
AGRADECIMIENTOS
En un trabajo tan extenso, como lo es el que tienen ustedes en las manos, muchos y muy intensos ejercicios de búsquedas hemos tenido que realizar por las numerosas de Bibliotecas, públicas y privadas, infinidad de peticiones a amigos bibliófilos que poseen y guardan como un tesoro revistas literarias hoy ya de difícil localización, incluso en la Hemeroteca Nacional, e infinidad de consultas a libreros de viejo, sabedores como somos, de que la figura y la obra de don Antonio Rodríguez-Moñino es un valor en alza, dada la cortedad de las tiradas de sus opúsculos y la pérdida de ejemplares, en estos cerca de cuarenta años trascurridos desde la muerte del insigne escritor extremeño, en 1970.
Pero el esfuerzo ha merecido la pena y, hoy, salvo en contadísimos registros de las obras que nosotros queríamos rescatar, si no del olvido, porque la obra de este sin par bibliófilo y bibliógrafo es lo suficientemente conocida y manejada por especialistas cualificados, sí con la intención de divulgar entre los lectores, vamos a llamar “corrientes” y, sobre todo, del público extremeño, muy alejado, por la común, de los exhaustivos trabajos de investigación literaria (preferentemente de los siglos XV y XVI), que durante más de cuarenta y cinco años centraron su inabarcable capacidad creativa.
Nuestro mayor agradecimiento es para la familia Rodríguez-Moñino. Primero, para nuestro querido amigo, el ya desparecido Rafael Rodríguez-Moñino Soriano, fiel seguidor de la escuela de su tío Antonio, Catedrático, Miembro de la Real Academia de la Historia e infatigable investigador, porque a él le debemos muchos conocimientos sobre la figura y la obra del escritor de Calzadilla. El tiempo que nos conocimos, nos tratamos y nos quisimos, fue un verdadero regalo para nuestro espíritu. Después, para Julia Rodríguez-Moñino Soriano, fiel guardián de la memoria de su tío Antonio y de la de su hermano Rafael, porque, generosa siempre con los amigos, puso a nuestra disposición todos cuantos documentos, libros o fotografías posee y, siguiendo el deseo del segundo, nos animó en todo momento a seguir trabajando en tan arduo como amplio proyecto. Debemos de reconocer que sin su ayuda y sin su generosidad este trabajo hubiera sido imposible.
Nuestro agradecimiento, como antes enunciábamos, debe abarcar a la magnífica plantilla de bibliotecarios de la Biblioteca y Hemeroteca Nacional de Madrid, por su impagable ayuda y gratísimo trato durante los infinitos meses que ha durado nuestra búsqueda de documentos en la mencionada Institución.
De la misma manera, queremos agradecer la ayuda recibida de la Biblioteca Menéndez Pelayo, de la Universidad de Oviedo, Real Academia de San Fernando y Real Academia de la Historia, Fundación Lázaro Galdiano, etc.
En un libro de rescate como lo es éste, no podemos dejar sin nombrar al librero de viejo (y bibliófilo), don Alfonso Riudavets, último “guerrero” que aguanta estoicamente en su caseta número 15 de la querida Cuesta de Moyano las empelladas de los nuevos tiempos y, que fiel a la idea de los libreros de raza, que tanta tinta han vertido en tiempos pasados, nos sigue suministrando a precios asequibles, infinidad de joyas literarias, entre las que se encuentran casi todas las obras que figuran en nuestra biblioteca de don Antonio Rodríguez-Moñino.
He querido dejar para el final, mi agradecimiento a un hombre singular, cuyo nombre, como el de tantos bibliotecarios, queda siempre oculto, pero no su efectividad, cariño y premura a la hora de ayudar a los que a él acudimos en busca de datos con los que continuar nuestra tarea de investigación. Nos referimos al bibliotecario de la querida Biblioteca del IX Marqués de la Encomienda, de la Fundación Santa Ana, en Almendralejo, don Diego Parra, eficaz y atento guardián de tantos tesoros extremeños como encierra la biblioteca del más fiel conocedor y seguidor de la obra de Moñino: don Mariano Fernández Daza, al que tuvimos la suerte de conocer y tratar hasta su reciente fallecimiento, en las numerosas ocasiones que los bibliófilos extremeños nos reuníamos en Trujillo o, más recientemente en el mismo Almendralejo. Gracias, Diego por su ayuda y por su fidelidad a un hermoso proyecto cultural extremeño, salido del amor a los libros de un gran personaje como lo fue don Mariano, de quien quiero recoger unas hermosas palabras que usted publica en el último Boletín de la Real Academia de Extremadura: No existe el libro malo, me dijo en multitud de ocasiones, porque incluso éste sirve para detectar dónde están los errores, y así poder corregirlos… El escritor crea su obra sin saber ni quién, ni cómo, ni cuándo será leído. El bibliotecario hace lo mismo en su trabajo. Registra, comprueba, cataloga para todos sin saber ni cómo ni cuándo pedirá alguien ese libro. Ni siquiera sabemos si será consultado alguna vez. Es una labor muchas veces ingrata por desconocida… Nosotros sí hemos querido, aunque sea por una vez, decir que hemos consultado muchos libros de ésta surtida biblioteca, y quién nos atendió con diligencia y conocimiento de lo que allí se encuentra.
Como sería largo seguir enumerando nuestro agradecimiento a tantos amigos como nos han ayudado, sirva el nombrar a Manuel Bercero y a Rafael Hernández, como reconocimiento a los mismos.
Finalizamos dedicándoles una especial atención a mi esposa Maria Isabel y a mis hijos, Nuria y Rodolfo, porque han respetado mi trabajo, aún a costa de robarles un tiempo que, seguramente, les pertenecía. Pero ya está hecho.
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