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Mensaje de Clausura

Al clausurar este fructífero Symposium sobre La Generación de 1936, en honor al Doctor Homero Serís, nos reúne aquí, hoy, uno de los motivos más gratos que puede haber para todo hombre con espíritu universitario: el de expresar a un ilustre compañero nuestro lo que debemos a su labor y a su ejemplo. Las celebraciones in memoriam son fáciles y prodigadas porque la muerte acalla diferencias, aplana barreras de separación: ante ella se funde todo lo que nos desunía.
Más difíciles, más raras por tanto, éstas en que los puros sentimientos del afecto y la estimación nos agrupan en torno a un colega; éstas en las cuales y en presencia de aquél podemos decirle nuestra deuda y nuestra gratitud, con la alegría de quienes devuelven como espejos el fulgor que han recibido.
Habéis deseado que sea mi voz la que suene en este Homenaje al Doctor Homero Serís y yo os agradezco tal designación, basada en razones de índole cronológica y sentimental: de sus no rigurosamente contemporáneos, como Castro o Navarro Tomás, soy el más antiguo que tiene don Homero en este país; el afecto entrañable que nos une cuenta ya siete lustros, sin que en un solo momento se haya visto entibiado por la distancia geográfica o por diferencias de cualquier otra índole.
He de exponer ahora, junto con nuestra estima, la gratitud que le debemos por dos motivos principales: por su labor incesante durante medio siglo consagrada a la erudición, el magisterio y la crítica; por lo que su vida significa como ejemplo para generaciones más jóvenes, a las cuales no desearíamos ver en el cruce histórico que nos correspondió vivir: el de esa “generación de 1936.”


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