jueves

PERSONAJES EXTREMEÑOS EN LOS CEMENTERIOS DE ESPAÑA

Ricardo Hernández Megías. 
Febrero 2012


Recordamos que allá por los primeros años del actual siglo XXI, los periódicos y revistas especializadas comenzaron a hablar de la celebración del cuarto centenario de la publicación de la primera parte de la obra más universal de las letras españolas, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, 1605, del autor de Alcalá de Henares, don Miguel de Cervantes Saavedra, conocido –y reconocido– más tarde, como El Príncipe de los Ingenios.

No había semana en que no saliera algún crítico o especialista sobre el tema hablando de la universal obra, o del no menos universal autor y de sus muchos merecimientos para tan deseado evento. Si bien, creemos, que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es la publicación y difusión de su obra, no es menos cierto (y así se viene haciendo en todo el mundo civilizado), que se aprovechen estas efemérides para hacer una ofrenda floral o cultural delante de la tumba del personaje, como un merecido reconocimiento a su memoria y a su paso por esta vida, muchas veces –como lo fue en este caso–, no del todo satisfactoria, ni cómoda, ni mucho menos de reconocidos méritos literarios.

Y aquí empieza el problema. Los españoles, que nunca nos hemos distinguido por reconocer en vida los méritos de aquellos que triunfan o se destacan en cualquier actividad pública, no lo íbamos a hacer a su muerte y, a lo largo de nuestra ya larga historia, hemos sido incapaces de preservar la memoria de nuestros grandes personajes, que una vez muertos y enterrados con la pompa y el boato oficial de la época, han merecido el más cruel de los olvidos. Solamente un país como el nuestro es capaz de popularizar y vulgarizar una sentencia tan cruel como la que dice: el muerto al hoyo y el vivo al bollo, dando con ello a entender que lo que realmente tiene valor es el presente y no el pasado, por muchos méritos contraídos por dichos personajes.

De este abandono, tanto de las autoridades políticas y culturales, así como de los ciudadanos, hemos llegado en los momentos actuales, a ser el único pueblo de Europa donde no tengamos, no ya un Panteón Nacional de Hombres Ilustres, como pueda ser el caso de nuestra vecina Francia, sino la simple conservación de las artísticas tumbas de muchas de las más reconocidas figuras de las Letras, de las Ciencias, de las Artes, de la Guerra, salvándose, en muy contados casos, algún que otro prohombre de nuestra historia, como consecuencia de las influencias territoriales, según la suerte de su lugar de nacimiento. Si a esto añadimos que muchos de estos grandes personajes tuvieron en su momento gran relevancia social, política o económica y que en el momento de su muerte sus panteones fueron construidos y decorados con trabajos de los mejores escultores nacionales y extranjeros, podemos valorar, en su conjunto, lo que de importancia artística hemos perdido con la desaparición de sus tumbas.

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