Son las 10 de la mañana de un radiante día del, todavía, invierno. Estamos a 12 de marzo y los cielos no quieren regalarnos el maravilloso bálsamo de la lluvia que riegue los campos donde se pierden las siembras del pasado otoño, llene los semivacíos embalses y, sobre todo, limpie la contaminada atmósfera que respiramos en las ciudades. Nos disponemos a volver a visitar los bellos parajes de Guadalajara, que forman parte de la Alcarria, tan hermosos como desconocidos por los turistas capitalinos.
De los cinco viajeros –todos ellos viejos y reconocidos caminantes– solamente Antonio Dávila y quien estas notas escribe, hemos visitado anteriormente los parajes del valle de Solanillos, en el discurren las aguas del río Badiel, afluente del Henares, y éste, a su vez del Tajo, lugar donde se asienta la Ermita de Nuestra Señora de Sopetrán, advocación mariana que tiene también levantada ermitas en las poblaciones cacereñas de Jarandilla y Almoharín, de las que es la Virgen de Sopetrán patrona y en donde se le reverencia con gran fervor.

Pero vamos a seguir estudiando el lugar donde se encuentran los edificios de la Ermita y del Monasterio: Si hacemos un círculo alrededor de los mismos, nos encontraremos que en sus cercanías se encuentran las siguientes poblaciones: Villa de Brihuega (tres leguas); Villa de Hita (media legua); Villa de Torija (una legua); Atienza (siete leguas); Uceda (cinco leguas); Guadalajara (tres leguas); Trijueque (una legua); Fuentes (dos leguas); Valdeavellano (tres leguas); Membrillera (tres leguas), etc. Es decir de este estudio se desprende que Ermita y Monasterio se encuentran en el centro de una amplísima extensión de terreno, dentro del Valle de
Solanillos, donde se levantan importantes centros urbanos que –todavía– acuden a rezarle, y lugares donde los antiguos monjes benedictinos tenían gran influencia sobre sus pobladores.
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