El
caminante extraño…
Un
mesón castellano, perdido en la meseta. Las paredes, blanquísimas, brillan más
a los reflejos del sol, un sol de marzo, casi primaveral. A la puerta de la
venta, dos rufianes juegan con sus naipes, avalados a fuerza de resobe. Años
después, un caminante observador habría de inmortalizar a estos dos próceres de
la gallofa, bautizándolos con el nombre de Rincón y Cortado. En el interior de
la casa, unos soldados hacen espera al yantar con el libro de Juan Bolay en la
mano. Gritos y disputas. Cacareo de gallinas y manchas de aloque en las
renegridas mesas. Allá al fondo de la habitación amplia, junto a la chimenea,
de la que ya todos huyen, hay un hombre sentado sobre rústico tajo de corcho
escribiendo afanosamente, sirviéndose del tosco apoyo de una mesa artesa
volcada. Lleva por traje una mezcolanza de hábito sagrado y de uniforme militar,
casi cubierto todo por una grande capa de tela finísima, brillante y calva a
fuerza de cepillones.
Su atalaje
es raro; podría tomarse por un clérigo guerrero o por un militar devoto. La
cara demacradísima, seca, adusta, parece simbolizar la epifanía del espanto o
la apoteosis de la arena. Tan seco y tan duro es su perfil. La mano huesuda,
fina, larga, sostiene entre los dedos índice y pulgar una caña sutil que va
trazando sobre ell papel, pausadamente, conceptos. ¿Qué escribirá este
misterioso personaje? ¿Acaso una alocución guerrera? ¿Tal vez una bendita
oración aprendida como remedio infalible en tales o cuales tribulaciones? ¿Por
ventura una carta…? No. Nuestro hombre raro escribe a renglones cortitos, que
parecen versos. Ahora recuerda con nostálgica saudade a su tierra, mezcolanza
de castellana y portuguesa. ¿Quién es este hombre? ¿Dónde nació? ¿De dónde
viene? Poco a poco nos lo irá diciendo sobre el papel:
En Fregenal de la Sierra
naci yo desventurado,
en la provincia de
extremo,
al pie
del cerro tiznado…
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