Tengo en mis
manos, en el momento de redactar estos apuntes sobre folklore de la Alta
Extremadura, el magnífico libro publicado en estas primeras fechas del presente
año de 2014 por los dos autores arriba reseñados, cuyo contenido me ha
impresionado por su calidad y por su rigor científico sobre una parcela de la
cultura tan etérea y difícil de expresar, como son los cantos y bailes
populares de una región concreta de nuestra tierra. Antes de entrar en materia de tan
importantísimo estudio sobre el folklore de dos zonas concretas de la región
extremeña como lo son las ricas Comarcas de la Vera y el Valle del Jerte,
convendría explicáramos qué significa la terminología de dicha palabra y los
estudios que sobre tan amplio concepto se han venido haciendo desde su
implantación, allá por los años finales del siglo XIX.
Cualquier manual al uso nos indica que
folklore (folclor, folklor, del inglés folk,
“pueblo” y lore, “acervo”
“conocimiento” “saber”, es toda expresión de la cultural de un pueblo:
leyendas, cuentos, música, bailes, historia oral, gastronomía, proverbios,
chistes, supersticiones, artesanías, costumbres, etc., común a una población
concreta. También recibe el nombre de folklore el estudio de dichas materias.
Sabemos que el término anglosajón folklore fue acuñado allá por los años
de mediado del siglo XIX por el arqueólogo británico William John Thoms, para
definir lo que hasta esos momentos eran estudios sobre antigüedades populares.
Según estos mismos estudiosos y los que
le siguieron, para que una manifestación cultural sea declarada y se le
considere un hecho folklórico, debe de reunir los siguientes requisitos imprescindibles:
a) debe transmitirse por vía oral; b) debe de ser de autoría anónima; c) debe
de ser patrimonio colectivo de la comunidad que represente el lugar donde se
manifieste el fenómeno folklórico; d) debe de ser funcional. Es decir, debe de
cumplir una utilidad funcional con fines rituales; e) debe de ser un fenómeno
duradero y perdurable durante largo tiempo, nunca ser considerado como una moda
efímera; f) debe de ser múltiple en sus variantes, sin que exista una versión
oficial del fenómeno, estando sujeta a reformularse cada vez que éste aparezca
o renazca; g) pueden existir versiones rurales o urbanas, sin que tengan unas u
otras mayor relevancia sobre la contraria; y h) debe cumplir una función
aglutinante, formando una corriente, estilo, género o tipo que la distinga.
Por otra parte, dichos estudios sobre el
folklore deben de tener muy en cuenta cuatro etapas: 1ª) Que correspondan a una
cultura muerta o extinta, conservada exclusivamente en relatos de viajeros,
códices, archivos u otras fuentes escritas, arqueológicas o pinturas. 2ª) Cuando
la cultura a la que pertenece solamente conserva parte de los elementos de la
misma, casi siempre apoyados por la memoria de los ancianos del grupo. 3ª) Cuando
se sigue practicando en la vida cotidiana o está integrada en su cultura de
origen. Y 4ª) Cuando aparecen rasgos culturales de nueva creación, que con el
paso del tiempo se convertirán en tradicionales.
Los primeros estudios folklóricos
aparecen para documentar el espíritu y la tradición del pueblo germano, muy
cercanos por otra parte al movimiento literario romántico que hacía furor por
aquellas fechas y que más tarde se expandiría por toda Europa, llegando a nuestro
país cuando ya había sido superado por otras nuevas corrientes literarias en su
lugar de nacimiento.
Con los temas folklóricos sucede, a nuestro entender, lo mismo que sucedió con
los romanceros y cancioneros cultos y populares a partir del siglo XVI, que se
fundieron entre ambos de tal manera que no sabemos con certeza quien influyó
más en el otro, siendo tomados por el pueblo como algo suyo, vulgarizándolos y
sirviendo en muchas ocasiones como señas de una verdadera personalidad e
identidad de los pueblos.
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