PERSONAJES
EXTREMEÑOS EN LOS
CEMENTERIOS DE ESPAÑA
Ricardo Hernández Megías. Febrero 2012
Todos
los datos aquí recogidos pertenecen a mi libro
Escritores extremeños en los Cementerios de España.
Beturia Ediciones, Madrid, Tomos
I- II (2004) y Tomo III (2011)
Recordamos que
allá por los primeros años del actual siglo XXI, los periódicos y revistas
especializadas comenzaron a hablar de la celebración del cuarto centenario de
la publicación de la primera parte de la obra más universal de las letras
españolas, El Ingenioso Hidalgo Don
Quijote de la Mancha, 1605, del autor de Alcalá de Henares, don Miguel de
Cervantes Saavedra, conocido –y reconocido– más tarde, como El Príncipe de los Ingenios.
No había semana
en que no saliera algún crítico o especialista sobre el tema hablando de la
universal obra, o del no menos universal autor y de sus muchos merecimientos
para tan deseado evento. Si bien, creemos, que el mejor homenaje que se le
puede hacer a un escritor es la publicación y difusión de su obra, no es menos
cierto (y así se viene haciendo en todo el mundo civilizado), que se aprovechen
estas efemérides para hacer una ofrenda floral o cultural delante de la tumba
del personaje, como un merecido reconocimiento a su memoria y a su paso por
esta vida, muchas veces –como lo fue en este caso–, no del todo satisfactoria,
ni cómoda, ni mucho menos de reconocidos méritos literarios.
Y aquí empieza el problema. Los españoles,
que nunca nos hemos distinguido por reconocer en vida los méritos de aquellos
que triunfan o se destacan en cualquier actividad pública, no lo íbamos a hacer
a su muerte y, a lo largo de nuestra ya larga historia, hemos sido incapaces de
preservar la memoria de nuestros grandes personajes, que una vez muertos y
enterrados con la pompa y el boato oficial de la época, han merecido el más
cruel de los olvidos. Solamente un país como el nuestro es capaz de popularizar
y vulgarizar una sentencia tan cruel
como la que dice: el muerto al hoyo y el
vivo al bollo, dando con ello a entender que lo que realmente tiene valor
es el presente y no el pasado, por muchos méritos contraídos por dichos
personajes.
De
este abandono, tanto de las autoridades políticas y culturales, así como de los
ciudadanos, hemos llegado en los momentos actuales, a ser el único pueblo de
Europa donde no tengamos, no ya un Panteón Nacional de Hombres Ilustres, como
pueda ser el caso de nuestra vecina Francia, sino la simple conservación de las
artísticas tumbas de muchas de las más reconocidas figuras de las Letras, de
las Ciencias, de las Artes, de la Guerra, salvándose, en muy contados casos, algún
que otro prohombre de nuestra historia, como consecuencia de las influencias
territoriales, según la suerte de su lugar de nacimiento. Si a esto añadimos
que muchos de estos grandes personajes tuvieron en su momento gran relevancia
social, política o económica y que en el momento de su muerte sus panteones fueron
construidos y decorados con trabajos de los mejores escultores nacionales y
extranjeros, podemos valorar, en su conjunto, lo que de importancia artística hemos
perdido con la desaparición de sus tumbas.
Es verdad que en
muchos casos hay razones de índole social para justificar estas valiosas
pérdidas, como es el caso de Madrid, ciudad que hasta finales del siglo XIX era
un poblachón de abigarradas calles encerradas por obsoletas murallas, señalando
sus reminiscencias árabes que la
condenaban a sufrir los inconvenientes de una urbe sin posibilidades de
expansión. Fue a partir de los nuevos decretos reales firmados por el rey
Carlos III en el último tercio del siglo XVIII de obligar a que los
enterramientos se hicieran fuera de los templos y de las ciudades, como medidas
de sanidad y seguridad una vez producido en marzo de 1781, en el pueblo de
Pasaje, una infección por la peste causada por los numerosísimos restos que
contenía su iglesia parroquial y que causó la muerte de 83 ciudadanos. Pero,
realmente, esta real orden fue incumplida en
numerosas ocasiones y fue el nuevo rey francés José Napoleón I, en 1813,
quien definitivamente rompió las murallas de Madrid, derrumbó numerosos barrios
e iglesias para crear amplios espacios libres y plazas de recreo, eliminó sin
muchos miramientos los cementerios que se encontraban dentro de la gran ciudad y, lo más importante para este
estudio, prohibió definitivamente los enterramientos en lugares sagrados
cerrados, creando para ello, a las afueras de los nuevos núcleos urbanos, dos
grandes cementerios civiles: uno al Norte (en lo que hoy llamamos glorieta de
Bilbao, al final de la calle Fuencarral), y otro al Sur (en los desmontes que
hoy serían parte del barrio de Legazpi y que colindaban con los atochares del
río Manzanares)
Creemos importante esta aclaración sobre
las costumbres y modos de enterramientos en Madrid, porque ello tiene mucho que
ver con el siguiente paso en este estudio sobre los panteones de los personajes
extremeños, muchos de ellos descansando en la paz eterna en los nuevos campos
de muerte creados a partir de estas fechas.
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