Debo de confesar que no me gustan los prólogos. Reconozco que es un atrevimiento intentar comentar en el corto espacio de unas cuartillas, un trabajo que a otro le ha costado años de investigación y esfuerzo en hemerotecas y archivos por toda la geografía española. Como también tengo serias reticencias con las biografías o los datos biográficos, a sabiendas que entro en franca contradicción con mi último trabajo publicado que abarca las biografías de 23 personajes extremeños del mundo de las Letras, porque, normalmente, las biografías suelen ser bastantes subjetivas, ya que los que las hacen, al escribirlas, cautivados por la vida y la obra del autor, hacen un esfuerzo apologético con la sana intención de que el lector admire la grandeza de su biografiado, por lo que las biografías son en realidad panegíricos.
No será este mi caso en los presentes apuntes, pues contraviniendo las normas, voy a hablar principalmente del amigo, con lo que cualquier nota laudatoria quedaría inmediatamente perdonada en aras de la amistad.
Conocí a Arturo Culebras Mayordomo, hace ahora dos años, en el hermoso pueblo conquense de Priego. Traía entre sus manos un libro que según me dijeron amigos comunes había terminado de sacar de las prensas, y que a los ojos de un bibliófilo como yo, era suficiente “cebo” como para querer acercarme a su mundo.
Lo que primeramente me llamó la atención fue su sencillez, su limpia y franca mirada que se le desbordaba por los ojos cuando hablaba de su libro, que nos descubría una nueva versión sobre un acontecimiento tan manipulado como era el horrendo crimen acaecido en su pueblo, Albalate de las Nogueras, y llevado al cine por la fallecida Pilar Miró con el equívoco título de “El crimen de Cuenca”.
Otro punto en común que desde ese primer momento nos hizo congeniar, fue su amor apasionado por su tierra conquense y su gran conocimiento de la misma. Es de admirar los infinitos lugares perdidos de su erosionada geografía que este hombre conoce como la palma de su mano, así como su envidiable facilidad para contactar con aquellas personas que él pueda considerar necesarias en su investigación. Tiene el Don de la oportunidad y uno se da cuenta rápidamente de que es querido y apreciado en los pueblos que hemos visitado juntos.
Muchas, muchísimas horas hemos pasado desde entonces enfrascados en interminables charlas sobre literatura, tanto en Priego como en Madrid, siempre acompañados con un buen vaso de vino y quitándonos -como debe ser- la palabra, en ese apasionado deseo de abarcar el inagotable mundo de los libros y de las tradiciones perdidas u olvidadas.
Y Arturo, pasados los miedos de su debut como autor y sorprendiéndonos con su infatigable labor en la búsqueda de documentos en los interminables archivos nacionales, nos volvió a ofrecer el fruto de su esfuerzo, esta vez con mucha más solvencia y conocimiento del medio, rescatando de la empolvada Historia todo lo referente al “Señorío de Cañaveras”, tan estrechamente ligado al Condado de Priego y, por consiguiente, a la recuperación histórica de la comarca de la que es oriundo y con la que sigue manteniendo muy estrechos lazos, habiendo sido nombrado este mismo año de 2004 Pregonero de su Fiesta Mayor.
El que esto escribe, que también tiene hecho sus pinitos en esta búsqueda de las señas de identidad de su tierra, tiene que agradecer el trabajo, por muy humilde que sea -y no es este el caso-, de hombres como Arturo Culebras, capaces de dedicar muchas horas robadas a su descanso y a su familia para “engolfarse” en la búsqueda de unos datos perdidos en los anaqueles cubiertos por el polvo y el olvido de la Historia, pero necesario para aclarar o dar veracidad al asunto estudiado. Hoy ese libro sobre “El Señorío de Cañaveras”, constituye un documento imprescindible si queremos conocer la extensa comarca que abarcaba el Condado de Priego, así como el conocer quiénes fueron sus más importantes personajes hasta alcanzar los tiempos modernos, donde este tipo de familias pertenecientes a la nobleza española poseedoras de bienes y vidas durante siglos, fueron absorbidos por los nuevos aires de libertad, que como simiente fructífera fueron naciendo y desarrollándose por todo el mundo occidental a partir de la Revolución francesa.
Pero la “erótica de la cultura” es una droga que irremisiblemente arrastra de por vida a quienes la alcanzan. Y, afortunadamente, Arturo Culebras Mayordomo, con esa inquietud desbordante por la cultura no iba a dormirse en estos sus primeros pasos por el mundo de la letra impresa.
Hoy tenemos entre nuestras manos y motivo de estos apuntes el tercer trabajo del albalateño con un precioso título que por sí mismo nos señala el largo camino recorrido por el autor: “Puerta del Cielo”.
Si comentábamos la timidez en su primera entrega y de cómo había crecido literariamente en su segundo intento, hoy y con el nuevo libro leído con mucho interés por quien esto comenta, podemos afirmar que tanto el investigador como el escritor creativo han alcanzado plena madurez.
El libro, que complementa al anterior sobre el Señorío de Cañaveras, está concebido desde la rigurosidad de los datos históricos sacados de los infolios conservados en el Archivo Histórico Nacional y en el Archivo Diocesano de Cuenca, pero, y aquí está el acierto, combinando dichos datos con las leyendas que durante siglos han corrido de boca en boca por toda la comarca hasta confundirse ambas y hacer de la misma Historia un entretenido y ameno ejercicio de imaginación, pues no debemos olvidar, “que la leyenda gana siempre la partida a la historia. Es natural. La historia es una matrona gordota, que arrastra una pesada carga de datos, cifras y documentos, y la leyenda está hecha de la misma materia impalpable y voladora de las hadas”.
Cuando aquélla ha puesto apenas en marcha su voluminosa impedimenta, ésta ha ido y ha vuelto. En ésta ocasión, como siempre, le ha ganado la vez.
“Puerta del Cielo” es un hermoso y lírico título que arranca con la genealogía de los condes de Priego, al que da pórtico una coplilla del siglo XV con la que el pueblo llano tomaba cruel venganza del poder todopoderoso y déspota de doña Aldonza, ascendiente del primer Conde: “De los hijos y nietos de Aldonza García, líbrenos Dios y Santa María”.
Muchos son los aciertos literarios que como éste podemos encontramos entre la cuidada prosa de Arturo Culebras y que los que conocemos y amamos la comarca por vivirla intensamente, hemos oído en muy distintas versiones las leyendas de los parajes en que están centradas estas historias, muchas de ellas imaginarias.
Fijaos que digo leyendas. No historias. Porque como señalábamos anteriormente, la Historia casi siempre es inamovible y mucho más cuando hombres como nuestro escritor son capaces de remover montañas de empolvados documentos que duermen el más completo olvido, a la espera de una mano amiga que los rescate.
El trabajo de investigación que aquí se ofrece es tan importante, sobrio y conciso, que quien esto escribe no tiene más que felicitar a su inquieto amigo por su inestimable trabajo de recuperación histórica, tan necesaria en estos parajes españoles semi-deshabitados y olvidados por todos, de tal manera, que poco a poco, año tras año, al mismo ritmo de la pérdida de sus hombres buscando un horizonte de vida más acorde con los nuevos tiempos que corren, van desapareciendo las señas de identidad de unos pueblos que en otros tiempos ya lejanos fueron importantes y marcaron -para bien o para mal-, la Gran Historia de España.
¡La leyenda! Estoy seguro, y perdónenme mi pedantería, que un pueblo podría salvarse aun no teniendo historia. Pero que nunca podría sobrevivir si no se sustenta en sus leyendas. Si la primera es fundamental, la segunda es imprescindible como podemos estudiar a través de numerosos tratados que desde tiempos remotos vienen realizándose sobre este tema. Y la razón es muy sencilla: la Historia, así, con mayúscula, la han escrito siempre los vencedores y sólo a ellos pertenece en su afán de justificar su desmedida ansia de poder. Por el contrario, la leyenda, como la flor más hermosa de la creación, la orquídea, nace en lo más profundo y delicado del bosque, es decir, del “miajón” de los pueblos.
Todos los que vamos teniendo ya una edad "respetable" y pertenecemos a la generación anterior al nacimiento de la televisión, recordamos como en nuestros humildes hogares campesinos y al amor de la lumbre, en las noches interminables y misteriosas de invierno, las personas mayores nos transmitían sus saberes de viva voz, que unas veces eran historias locales -las más de las veces trágicas o milagreras -, y otras muchas y sin ellos mismos saberlo eran la transmisión maravillosa de relatos, historias y leyendas que tenían sus raíces en el mismísimo romancero. De esta manera, romances tan importantes como Roldán, el Cid, el Conde Alarcos o Carlomagno, por señalar algunos de los más conocidos, llegaron a nosotros tras ser arrancados del romancero culto -por lo tanto minoritario-, y trasvasado al romancero popular por ciegos, copleros y buhoneros, en calles y plazas céntricas, con ocasión de ferias y mercados.
Viene esto a cuento, porque en los años que llevo conociendo la comarca del Condado de Priego y dado mi interés por las leyendas populares de la zona, a la que dedicaré un trabajo en cuanto complete de recabar información, en muchas ocasiones y desde diferentes pueblos de la zona me han contado las mismas historias que ahora en este libro tan curioso y con documentos de primera mano, resultan ser las mismas historias o leyendas que se fraguaban desde las celdas de los dos monasterios que se conservan en Priego y desde donde se influía de manera importante, en el devenir diario de sus habitantes; me refiero a los conventos de El Rosal y el de San Miguel de la Victoria, aquí estudiados tan meticulosamente.
Hoy podemos decir, y estos datos aportados nos lo confirman, que el poder político y económico que en una primera etapa se ejercía sin lugar a dudas directamente desde la nobleza, fue pasando poco a poco pero siempre desde el control de las mismas familias a sus descendientes religiosos, que supieron agradecer y ampliar el dispendio de sus antecesores de levantar tan hermosos edificios de culto, con la única y exclusiva finalidad de seguir engrandeciendo sus apellidos, al mismo tiempo que seguían controlando, esta vez de forma más recatada, las actividades agro-económicas de sus zonas.
Esto no era nuevo ni en la comarca ni en el resto de España, pues un rápido recorrido por su extenso suelo nos señalaría la existencia de cientos de conventos con la misma finalidad de los aquí estudiados, cuya aparición, actividades y explotación, vienen parejas a las luchas de “reconquista” emprendidas en el siglo XII y en las que participaron muy destacadamente y a propio beneficio las órdenes religiosas militares, quienes habían aprendido la sabia lección de sus “hermanos mayores”, los Templarios.
Era natural que en un sistema de vida controlado por lo “espiritual” preferentemente, aparecieran multitudes de leyendas donde lo milagroso o milagrero tuviera un destacado efecto sobre la población.
Si seguimos leyendo el libro de Arturo Culebras, nos encontraremos que junto a la fundación del convento de San Miguel de la Victoria por los descendientes de los Condes de Priego como agradecimiento al favor divino de haber salvado a tres de sus individuos en la durísima batalla de Lepanto, aparecen las primeras manifestaciones mágicas del lugar de asentamiento del mismo, al que se le llega a llamar desde entonces “Monte Santo”, por la cantidad de pequeñas ermitas dedicadas a distintas advocaciones religiosas tan comunes en aquellos tiempos.
Naturalmente, que junto al levantamiento de estas pequeñas construcciones para ofrendas devotas, la figura del demonio, tan íntimamente ligado a cualquier manifestación religiosa, era inevitable, como así sucede en estos casos que nos señala el autor.
Sería muy curioso, y yo desde aquí lo propongo, hacer un estudio serio y respetuoso del mismo, para ver si encontramos entre los cientos de conventos o lugares donde hayan vivido comunidades de religiosos o religiosas, y que no aparezca ese personajillo travieso, provocador y azufrado como siempre nos han presentado la figura del diablo o demonio.
Bien es verdad, y en esto vuelven todos a coincidir, que casi siempre aparece desprovisto de la maldad que más tarde le adjudicaron al personaje la comunidad jesuítica y demás congregaciones de religiosos más conservadores y ultramontanos. Aquí, y lo leeremos a través de los documentos escritos por los mismos frailes y hoy recuperados por el autor del libro, el demonio es “casi” un amigo de los enclaustrados al que todos esperan, pero al que realmente nadie teme, porque todos están amparados por el manto protector de la Virgen, quien también anda por los pasillos del convento con curiosa y extraña y familiar frecuencia.
Estos diablos conventuales son como niños traviesos que no les dejan tocar las campanas a los pobres hermanos campaneros o se dedican a poner la zancadilla cuando bajan a rezar, pero que conociéndoles por sus nombres y sus intenciones se les aparta como a moscas tontas de verano con sólo enseñarles el crucifijo, cual es el caso del famoso “tiñosillo”, que a más de un pobre hermano traía por la calle de la amargura con sus apariciones.
Pero al margen de estos “juegos” de los diablos tan comunes en aquellos tiempos y que hasta en nuestra juventud, ya lejana pero no olvidada, nos traían de cabeza a más de uno y que hoy pueden sonar a bromas, el libro, y ahora sí que hay que ponerse nuevamente serios, es el resultado de una ardua investigación y cuidadosísima recopilación de nombres, fechas, datos y personas, que conforman un inestimable estudio de la comarca como zona de influencia religiosa de los dos conventos estudiados, y de imprescindible ayuda para los habitantes de la misma si quieren conocer los nombres y apellidos de sus antepasados que vivieron hace siglos, sus formas de vida, relación de lugares que hoy con las prisas del automóvil devoramos sin darles su merecido reconocimiento; tesoros culturales hoy desaparecidos o trasladados a otras iglesias o a otras bibliotecas y que merecerían la pena ser rescatados por los actuales habitantes, etc.
En definitiva, y con esto acabo para pasar a darle el protagonismo a quien realmente lo tiene que es el autor, el libro en su conjunto es un verdadero hallazgo que, estoy seguro, repercutirá favorablemente en los actuales habitantes del antiguo Condado de Priego ya que pone al alcance de todos los curiosos de su pasado, el ya olvidado paso de la Historia por sus pueblos de origen. Es imprescindible conocer de dónde venimos para saber dónde estamos, pero aún más importante, para saber a dónde llegaremos en un futuro cada vez más incierto.
No será este mi caso en los presentes apuntes, pues contraviniendo las normas, voy a hablar principalmente del amigo, con lo que cualquier nota laudatoria quedaría inmediatamente perdonada en aras de la amistad.
Conocí a Arturo Culebras Mayordomo, hace ahora dos años, en el hermoso pueblo conquense de Priego. Traía entre sus manos un libro que según me dijeron amigos comunes había terminado de sacar de las prensas, y que a los ojos de un bibliófilo como yo, era suficiente “cebo” como para querer acercarme a su mundo.
Lo que primeramente me llamó la atención fue su sencillez, su limpia y franca mirada que se le desbordaba por los ojos cuando hablaba de su libro, que nos descubría una nueva versión sobre un acontecimiento tan manipulado como era el horrendo crimen acaecido en su pueblo, Albalate de las Nogueras, y llevado al cine por la fallecida Pilar Miró con el equívoco título de “El crimen de Cuenca”.
Otro punto en común que desde ese primer momento nos hizo congeniar, fue su amor apasionado por su tierra conquense y su gran conocimiento de la misma. Es de admirar los infinitos lugares perdidos de su erosionada geografía que este hombre conoce como la palma de su mano, así como su envidiable facilidad para contactar con aquellas personas que él pueda considerar necesarias en su investigación. Tiene el Don de la oportunidad y uno se da cuenta rápidamente de que es querido y apreciado en los pueblos que hemos visitado juntos.
Muchas, muchísimas horas hemos pasado desde entonces enfrascados en interminables charlas sobre literatura, tanto en Priego como en Madrid, siempre acompañados con un buen vaso de vino y quitándonos -como debe ser- la palabra, en ese apasionado deseo de abarcar el inagotable mundo de los libros y de las tradiciones perdidas u olvidadas.
Y Arturo, pasados los miedos de su debut como autor y sorprendiéndonos con su infatigable labor en la búsqueda de documentos en los interminables archivos nacionales, nos volvió a ofrecer el fruto de su esfuerzo, esta vez con mucha más solvencia y conocimiento del medio, rescatando de la empolvada Historia todo lo referente al “Señorío de Cañaveras”, tan estrechamente ligado al Condado de Priego y, por consiguiente, a la recuperación histórica de la comarca de la que es oriundo y con la que sigue manteniendo muy estrechos lazos, habiendo sido nombrado este mismo año de 2004 Pregonero de su Fiesta Mayor.
El que esto escribe, que también tiene hecho sus pinitos en esta búsqueda de las señas de identidad de su tierra, tiene que agradecer el trabajo, por muy humilde que sea -y no es este el caso-, de hombres como Arturo Culebras, capaces de dedicar muchas horas robadas a su descanso y a su familia para “engolfarse” en la búsqueda de unos datos perdidos en los anaqueles cubiertos por el polvo y el olvido de la Historia, pero necesario para aclarar o dar veracidad al asunto estudiado. Hoy ese libro sobre “El Señorío de Cañaveras”, constituye un documento imprescindible si queremos conocer la extensa comarca que abarcaba el Condado de Priego, así como el conocer quiénes fueron sus más importantes personajes hasta alcanzar los tiempos modernos, donde este tipo de familias pertenecientes a la nobleza española poseedoras de bienes y vidas durante siglos, fueron absorbidos por los nuevos aires de libertad, que como simiente fructífera fueron naciendo y desarrollándose por todo el mundo occidental a partir de la Revolución francesa.
Pero la “erótica de la cultura” es una droga que irremisiblemente arrastra de por vida a quienes la alcanzan. Y, afortunadamente, Arturo Culebras Mayordomo, con esa inquietud desbordante por la cultura no iba a dormirse en estos sus primeros pasos por el mundo de la letra impresa.
Hoy tenemos entre nuestras manos y motivo de estos apuntes el tercer trabajo del albalateño con un precioso título que por sí mismo nos señala el largo camino recorrido por el autor: “Puerta del Cielo”.
Si comentábamos la timidez en su primera entrega y de cómo había crecido literariamente en su segundo intento, hoy y con el nuevo libro leído con mucho interés por quien esto comenta, podemos afirmar que tanto el investigador como el escritor creativo han alcanzado plena madurez.
El libro, que complementa al anterior sobre el Señorío de Cañaveras, está concebido desde la rigurosidad de los datos históricos sacados de los infolios conservados en el Archivo Histórico Nacional y en el Archivo Diocesano de Cuenca, pero, y aquí está el acierto, combinando dichos datos con las leyendas que durante siglos han corrido de boca en boca por toda la comarca hasta confundirse ambas y hacer de la misma Historia un entretenido y ameno ejercicio de imaginación, pues no debemos olvidar, “que la leyenda gana siempre la partida a la historia. Es natural. La historia es una matrona gordota, que arrastra una pesada carga de datos, cifras y documentos, y la leyenda está hecha de la misma materia impalpable y voladora de las hadas”.
Cuando aquélla ha puesto apenas en marcha su voluminosa impedimenta, ésta ha ido y ha vuelto. En ésta ocasión, como siempre, le ha ganado la vez.
“Puerta del Cielo” es un hermoso y lírico título que arranca con la genealogía de los condes de Priego, al que da pórtico una coplilla del siglo XV con la que el pueblo llano tomaba cruel venganza del poder todopoderoso y déspota de doña Aldonza, ascendiente del primer Conde: “De los hijos y nietos de Aldonza García, líbrenos Dios y Santa María”.
Muchos son los aciertos literarios que como éste podemos encontramos entre la cuidada prosa de Arturo Culebras y que los que conocemos y amamos la comarca por vivirla intensamente, hemos oído en muy distintas versiones las leyendas de los parajes en que están centradas estas historias, muchas de ellas imaginarias.
Fijaos que digo leyendas. No historias. Porque como señalábamos anteriormente, la Historia casi siempre es inamovible y mucho más cuando hombres como nuestro escritor son capaces de remover montañas de empolvados documentos que duermen el más completo olvido, a la espera de una mano amiga que los rescate.
El trabajo de investigación que aquí se ofrece es tan importante, sobrio y conciso, que quien esto escribe no tiene más que felicitar a su inquieto amigo por su inestimable trabajo de recuperación histórica, tan necesaria en estos parajes españoles semi-deshabitados y olvidados por todos, de tal manera, que poco a poco, año tras año, al mismo ritmo de la pérdida de sus hombres buscando un horizonte de vida más acorde con los nuevos tiempos que corren, van desapareciendo las señas de identidad de unos pueblos que en otros tiempos ya lejanos fueron importantes y marcaron -para bien o para mal-, la Gran Historia de España.
¡La leyenda! Estoy seguro, y perdónenme mi pedantería, que un pueblo podría salvarse aun no teniendo historia. Pero que nunca podría sobrevivir si no se sustenta en sus leyendas. Si la primera es fundamental, la segunda es imprescindible como podemos estudiar a través de numerosos tratados que desde tiempos remotos vienen realizándose sobre este tema. Y la razón es muy sencilla: la Historia, así, con mayúscula, la han escrito siempre los vencedores y sólo a ellos pertenece en su afán de justificar su desmedida ansia de poder. Por el contrario, la leyenda, como la flor más hermosa de la creación, la orquídea, nace en lo más profundo y delicado del bosque, es decir, del “miajón” de los pueblos.
Todos los que vamos teniendo ya una edad "respetable" y pertenecemos a la generación anterior al nacimiento de la televisión, recordamos como en nuestros humildes hogares campesinos y al amor de la lumbre, en las noches interminables y misteriosas de invierno, las personas mayores nos transmitían sus saberes de viva voz, que unas veces eran historias locales -las más de las veces trágicas o milagreras -, y otras muchas y sin ellos mismos saberlo eran la transmisión maravillosa de relatos, historias y leyendas que tenían sus raíces en el mismísimo romancero. De esta manera, romances tan importantes como Roldán, el Cid, el Conde Alarcos o Carlomagno, por señalar algunos de los más conocidos, llegaron a nosotros tras ser arrancados del romancero culto -por lo tanto minoritario-, y trasvasado al romancero popular por ciegos, copleros y buhoneros, en calles y plazas céntricas, con ocasión de ferias y mercados.
Viene esto a cuento, porque en los años que llevo conociendo la comarca del Condado de Priego y dado mi interés por las leyendas populares de la zona, a la que dedicaré un trabajo en cuanto complete de recabar información, en muchas ocasiones y desde diferentes pueblos de la zona me han contado las mismas historias que ahora en este libro tan curioso y con documentos de primera mano, resultan ser las mismas historias o leyendas que se fraguaban desde las celdas de los dos monasterios que se conservan en Priego y desde donde se influía de manera importante, en el devenir diario de sus habitantes; me refiero a los conventos de El Rosal y el de San Miguel de la Victoria, aquí estudiados tan meticulosamente.
Hoy podemos decir, y estos datos aportados nos lo confirman, que el poder político y económico que en una primera etapa se ejercía sin lugar a dudas directamente desde la nobleza, fue pasando poco a poco pero siempre desde el control de las mismas familias a sus descendientes religiosos, que supieron agradecer y ampliar el dispendio de sus antecesores de levantar tan hermosos edificios de culto, con la única y exclusiva finalidad de seguir engrandeciendo sus apellidos, al mismo tiempo que seguían controlando, esta vez de forma más recatada, las actividades agro-económicas de sus zonas.
Esto no era nuevo ni en la comarca ni en el resto de España, pues un rápido recorrido por su extenso suelo nos señalaría la existencia de cientos de conventos con la misma finalidad de los aquí estudiados, cuya aparición, actividades y explotación, vienen parejas a las luchas de “reconquista” emprendidas en el siglo XII y en las que participaron muy destacadamente y a propio beneficio las órdenes religiosas militares, quienes habían aprendido la sabia lección de sus “hermanos mayores”, los Templarios.
Era natural que en un sistema de vida controlado por lo “espiritual” preferentemente, aparecieran multitudes de leyendas donde lo milagroso o milagrero tuviera un destacado efecto sobre la población.
Si seguimos leyendo el libro de Arturo Culebras, nos encontraremos que junto a la fundación del convento de San Miguel de la Victoria por los descendientes de los Condes de Priego como agradecimiento al favor divino de haber salvado a tres de sus individuos en la durísima batalla de Lepanto, aparecen las primeras manifestaciones mágicas del lugar de asentamiento del mismo, al que se le llega a llamar desde entonces “Monte Santo”, por la cantidad de pequeñas ermitas dedicadas a distintas advocaciones religiosas tan comunes en aquellos tiempos.
Naturalmente, que junto al levantamiento de estas pequeñas construcciones para ofrendas devotas, la figura del demonio, tan íntimamente ligado a cualquier manifestación religiosa, era inevitable, como así sucede en estos casos que nos señala el autor.
Sería muy curioso, y yo desde aquí lo propongo, hacer un estudio serio y respetuoso del mismo, para ver si encontramos entre los cientos de conventos o lugares donde hayan vivido comunidades de religiosos o religiosas, y que no aparezca ese personajillo travieso, provocador y azufrado como siempre nos han presentado la figura del diablo o demonio.
Bien es verdad, y en esto vuelven todos a coincidir, que casi siempre aparece desprovisto de la maldad que más tarde le adjudicaron al personaje la comunidad jesuítica y demás congregaciones de religiosos más conservadores y ultramontanos. Aquí, y lo leeremos a través de los documentos escritos por los mismos frailes y hoy recuperados por el autor del libro, el demonio es “casi” un amigo de los enclaustrados al que todos esperan, pero al que realmente nadie teme, porque todos están amparados por el manto protector de la Virgen, quien también anda por los pasillos del convento con curiosa y extraña y familiar frecuencia.
Estos diablos conventuales son como niños traviesos que no les dejan tocar las campanas a los pobres hermanos campaneros o se dedican a poner la zancadilla cuando bajan a rezar, pero que conociéndoles por sus nombres y sus intenciones se les aparta como a moscas tontas de verano con sólo enseñarles el crucifijo, cual es el caso del famoso “tiñosillo”, que a más de un pobre hermano traía por la calle de la amargura con sus apariciones.
Pero al margen de estos “juegos” de los diablos tan comunes en aquellos tiempos y que hasta en nuestra juventud, ya lejana pero no olvidada, nos traían de cabeza a más de uno y que hoy pueden sonar a bromas, el libro, y ahora sí que hay que ponerse nuevamente serios, es el resultado de una ardua investigación y cuidadosísima recopilación de nombres, fechas, datos y personas, que conforman un inestimable estudio de la comarca como zona de influencia religiosa de los dos conventos estudiados, y de imprescindible ayuda para los habitantes de la misma si quieren conocer los nombres y apellidos de sus antepasados que vivieron hace siglos, sus formas de vida, relación de lugares que hoy con las prisas del automóvil devoramos sin darles su merecido reconocimiento; tesoros culturales hoy desaparecidos o trasladados a otras iglesias o a otras bibliotecas y que merecerían la pena ser rescatados por los actuales habitantes, etc.
En definitiva, y con esto acabo para pasar a darle el protagonismo a quien realmente lo tiene que es el autor, el libro en su conjunto es un verdadero hallazgo que, estoy seguro, repercutirá favorablemente en los actuales habitantes del antiguo Condado de Priego ya que pone al alcance de todos los curiosos de su pasado, el ya olvidado paso de la Historia por sus pueblos de origen. Es imprescindible conocer de dónde venimos para saber dónde estamos, pero aún más importante, para saber a dónde llegaremos en un futuro cada vez más incierto.
Ricardo Hernández Megías
Marzo 2.005
Marzo 2.005
Aquí puedes leerlo completo, haciendo clic sobre la imagen: