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CENTENARIO DE RODRIGUEZ MOÑINO

Se cumplen cien años del nacimiento del bibliófilo en Calzadilla de los Barros
RICARDO HERNÁNDEZ MEJÍAS




Que era necesario este homenaje a Antonio Rodríguez-Moñino en el centenario de su nacimiento y en su tierra extremeña (Calzadilla de los Barros, Badajoz, 1910), es algo que está fuera de toda duda para quienes conocemos su trayectoria como bibliófilo y bibliógrafo, a nuestro entender la más sobresaliente del siglo XX, como así lo consideran también los más entendidos en estas materias a nivel nacional e, incluso, internacional. (Príncipe de los bibliófilos le llamó desde Francia el prestigioso Batallón).

Muchas son las vicisitudes por las que tendrá que pasar en sus sesenta años de vida, desde aquel lejano año de 1925 en que aparecen sus primeros escritos, recien cumplidos los quince años, en una revista escolar, hasta sus clases magistrales en la Universidad americana, a donde ha tenido que autoexiliarse debido a la presión insostenible del estamento oficial de la cultura española, o por decirlo de manera más entendible, de los envidiosos mediocres que pululan alrededor de la Real Academia, que nunca le perdonarían su honrado proceder durante la guerra civil salvando lo más importante del patrimonio cultural escrito (Bibliotecas de Durán, Gayangos, Barbazán, Lázaro Galdiano, Descalzas Reales, Escorial, etc. algunas de las cuales, una vez catalogadas por su salvador, hoy forman la mayor parte de la Biblioteca Nacional), ni mucho menos, su amplia e insobornable inteligencia, claramente demostrable dando un repaso a su extensa e intensa bibliografía, principalmente recuperando y divulgando cancioneros y romanceros de los siglos XVI y XVII, así como infinidad de documentos relacionados con su tierra extremeña (ver Bibliografía de Antonio Rodríguez-Moñino, 1925-1965, Editorial Castalia, 1965, trabajo actualizado posteriormente por la revista Cuadernos de Bibliofilia 1966-1978).

Este gran hombre, a quien se le llegó a negar en una primera propuesta su entrada en la Real Academia por motivos inconfesables, jamás pronunció una palabra sobre sus «ocultos» enemigos, ni siquiera, cuando fuera denunciado por colaboracionista con el bando perdedor, cuyo proceso abierto duraría muchos años, ni cuando por motivos de represalias fuera apartado de la docencia y castigado a un exilio interior en una apartada capital de provincia.

Muy por el contrario, sabedor del valor de sus trabajos y arropado del respeto de hombres sabios, siguió trabajando incansablemente al lado de su esposa Maria Brey Mariño, descubriendo en los insondables fondos de las bibliotecas de todo el mundo y publicando, el rico patrimonio bibliográfico español, hasta esos momentos completamente desconocidos aún para los más avezados en estas lides.

Por si esto fuera poco, a su muerte acaecida en 1970, su importantísima biblioteca personal, seguramente una de las más valiosas en contenido de esos años (y en estos), por decisión testamentaria del matrimonio Moñino-Brey, fue cedida a «su» querida Real Academia, una de cuyas salas principales ocupan sus más de quince mil tomos con innumerables incunables y manuscritos de los siglos anteriormente señalados, con el fin de que desde tan espléndido lugar sirviera de consulta a los estudiosos de todo el mundo.

Extremadura (los extremeños), no podía (no podíamos) dejar pasar este momento de conmemoración sin rendirle un homenaje de admiración y agradecimiento a quien tanto hizo por la cultural y al hombre que tanto luchó para salvar el rico patrimonio nacional y autonómico. Yo desde aquí, así lo hago.

Una trayectoria ejemplar

La semana que comienza abre los actos de conmemoración del primer centenario del nacimiento de Antonio Rodríguez-Moñino, posiblemente el intelectual extremeño que ha dejado una huella mayor en la cultura de su tiempo y el nuestro. La convocatoria del comité de honor del Centenario, que tendrá como lema 'Antonio Rodríguez-Moniño y la cultura española (1910-2010)', coincide casi con el día en que se cumple este aniversario, mañana, día 14 de marzo, cuando en 1910 Rodríguez-Moñino nace en Calzadilla de los Barros y comienza una vida intensa, plena de acontecimientos y fechas memorables, que para confeccionar esta cronología se han tomado de una obra de referencia en la divulgación de la figura de Rodríguez-Moñino, el Cuaderno popular que la Editora Regional de Extremadura publicó en 1990 obra de José Luis Bernal Salgado: 'Dos casos de marginación: Antonio Rodríguez Moñino y Francisco Valdés'.

Moñino vive sus primeros años en Extremadura, y cursa el bachillerato en los Marianistas de Jerez de la Frontera y en el Instituto Nacional de Segunda Enseñanza de Badajoz. Marchará en 1924 a la universidad de El Escorial, perteneciente a los agustinos, para estudiar Derecho, y en tan temprana fecha (1925) escribe un texto sobre Juan del Encina. Siempre vinculado a Extremadura, en 1926 se incorpora al recién creado Centro de Estudios Extremeños, donde con el seudónimo 'Bibliófilo extremeño' publica breves estudios con dieciséis años. Su etapa académica se refuerza en 1928, cuando se matricula también, ya en Madrid, en la carrera de Filosofía y Letras, estudios que en 1931 ampliará gracias a una beca que lo lleva a Francia y Belgica, al tiempo que es nombrado correspondiente de varias academias. Los últimos años veinte muestran la capacidad del investigador y humanista, con la publicación de estudios como 'La imprenta en Jerez de la Frontera durante los siglos XVI y XVII (1564-1699)' en 1928, 'Momentos románticos de hombres que se fueron' de 1929 o 'Dictados tópicos de extremadura, Virgilio en España' en 1930. Una vez licenciado, en 1933, comienza su carrera docente como profesor de instituto.

Su proyección será cada vez mayor, en el ambiente de estímulo de la cultura propio de la empresa educativa republicana: en 1934 es miembro de la sección hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos y en 1935 consigue la cátedra de lengua y literatura de instituto por oposición, mientras investiga en Francia y Portugal, pensionado por la misma Junta de Ampliación de Estudios; en estos años escribe algunos de los textos literarios (los «poemas viejos» que más tarde aparecerán en la revista 'Alcántara', en Cáceres) que marcan la sensibilidad del poeta y escritor, el que compone la 'Pasión y muerte del arquitecto' tan de su época.

La guerra civil, que resulta un acontecimiento definitivo en su biografía y causa de las dificultades que como intelectual y profesor sufrirá durante décadas en la España de la dictadura, lo encuentra nombrado auxiliar técnico del ministerio en la Junta de Protección del Tesoro Artístico. De allí su lealtad republicana lo llevará a Valencia, donde (y éste sí que resulta un momento esencial en todo lo que será en adelante Rodríguez-Moñino) se casa con María Brey, incansable colaboradora durante toda su vida. Tras la guerra, Moñino decide no salir al exilio y permanece en España: con celeridad sufre la depuración política y queda inhabilitado durante más de veinte años para ejercer como catedrático, y sólo en 1966 la dictadura consentirá reintegrarlo a través de un traslado forzoso, cuando era catedrático en la Universidad de Berkeley y había dado clase en otras como la Universidad de Harvard, Columbia, Michigan o Santa Bárbara.

Sin embargo, el reconocimiento dentro -entre discípulos e investigadores- y fuera de España -en las más prestigiosas instituciones académicas y del hispanismo- es continuo: en 1955 la Hispanic Society of America lo nombra miembro de número, como fue correspondiente de la Academia española en 1952, aunque su candidatura a miembro de número, que propusieron en 1960 Cela, Dámaso Alonso y Cossío, resultase vetada por el gobierno hasta 1968, pese a que por encargo de la Academia había entregado obras como las 'Poesías inéditas de Meléndez Valdés' en 1955, los doce volúmenes de 'Las fuentes del Romancero General' que inicia en 1957 o el 'Cancionero General de Hernando del Castillo' de 1958.

Los años cincuenta ofrecen la obra de un intelectual capaz de asumir y refundir las corrientes de la investigación bibliográfica y erudita de la tradición anterior, como muestra su atención al también extremeño Gallardo, en 'Don Bartolomé José Gallardo (1776-1852). Estudio bibliográfico' de 1955, o 'Historia de una infamia bibliográfica. La de San Antonio de 1823. Realidad y leyenda de lo sucedido con los libros y papeles de don Bartolomé José Gallardo' de 1965, por no citar la ingente tarea de publicación del corpus de cancioneros de la tradición española que dirige y de los que es, en ocasiones, también responsable de la edición, un empeño que inicia en 1949 con el 'Cancionero llamado Danza de galanes' y llega a los 'Cancionerillos góticos castellanos' de 1954. Sería abrumadora la relación de los textos que edita y los artículos y libros que con sus estudios se van publicando, en ocasiones dentro del catálogo de Castalia, la emblemática editorial que junto a María Brey sitúa en la cabeza de los sellos editoriales de referencia por su rigor y valor para el hispanismo (como la colección 'Floresta. Joyas poéticas españolas').

Si bien no podemos olvidar la entrega permanente a los temas extremeños por parte de Moñino, merece destacarse su contribución al conocimiento de las fuentes y problemas de la lírica española del Siglo de Oro, a la que dedicará su discurso de ingreso en la Academia; dos de estos estudios resultan imprescindibles, 'Construcción crítica y realidad histórica en la poesía española de los siglos XVI y XVII' que publica en 1968 y, ya póstumo, el monumental 'Manual bibliográfico de Cancioneros y Romanceros (Impresos durante los siglos XVI y XVII)'. Como si estos trabajos no resultaran agotadores, Rodríguez-Moñino mantuvo durante toda su vida una relación muy intensa con diferentes revistas y colecciones, que dirigió o en las que tuvo un protagonismo singular, desde 'El Criticón (Papel volante de letras y libros)' de la que entregaría dos números (1934 y 1935) hasta 'Bibliofilia', junto a las series editoriales 'Prosistas contemporáneos' de los años cincuenta o la 'Revista Española' de vida muy breve (1953-4). La tarea investigadora y editorial de Moñino es tan intensa que en 1955 su simple enumeración ocupa un volumen de más medio centenar de páginas: no es extraño que en 1966 el hispanismo norteamericano le rinda un importante homenaje como reconocimiento a esta labor, un tributo al que se sumará la Revista de Estudios Extremeños en 1968 con un número monográfico.

Dos años más tarde, en 1970, apenas a su regreso de Berkeley, Antonio Rodríguez-Moñino fallecerá en Madrid, pero su figura buena y honesta, la ejemplaridad de su comportamiento y la certeza de su sabiduría crecen en el reconocimiento de una deuda intelectual que Extremadura y todo el mundo de habla hispana tiene la oportunidad de satisfacer, bien sea en parte, durante este primer centenario.


Artículo publicado en hoy.es (ver AQUÍ)

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