(Para don Manuel González de la Rubia Sancho,
socio fundador de la Casa de Extremadura en Leganés,
in memoriam † 28-8-2009)
Ya va para 60 años que Extremadura sufrió una de las sangrías más importantes de su historia (que no la única) en sus hombres y mujeres, sin que a la fecha de hoy, ni con la aprobación del Estatuto de Autonomía, ni con la implantación de la Universidad en sus dos provincias, ni aún con los avances de la economía, industria o cultura, hayan conseguido frenarla definitivamente, en una región extensísima, con grandes recursos naturales, pero completamente desajustada en el reparto de los beneficios económicos o sociales.
Para comprender la importancia de la tragedia de nuestro pueblo extremeño, en su conjunto (detrás de cada emigrante hay un drama personal que, quizás, en otro momento señalaremos, por lo que tiene de pérdida de identidad, desarraigo y nostalgia por su tierra, su gente, sus pueblos… sus muertos), señalaremos que si hiciéramos un estudio pormenorizado de cuál ha sido su magnitud, nos encontraremos que en las dos décadas que abarcan 1950-1970, Extremadura perdió cerca de un 40% de su población, dándose el caso de pueblos donde este porcentaje alcanza la terrible cifra de un 70% de su gente.
Parece innecesario señalar como el factor desencadenante de esta despoblación (no el único, como después veremos), la llegada a nuestra tierra de los flecos de la Revolución Industrial iniciada a finales del siglo XIX en Francia, cuyos resultados fueron el despegue industrial y económico de los pueblos de Europa, hasta esos momentos dedicados preferentemente a la agricultura, mientras que en España, la propiedad de la tierra, en manos de una minoría, consecuencia atávica del reparto de la misma en tiempos medievales, cuya única producción era el monocultivo de cereales y el pastoreo como principales actividades agropecuarias de una casta insolidaria y explotadora, hicieron más acusados estos desajustes anteriormente señalados.
Si el monocultivo de cereales, viñedos u olivares necesitaban de innumerable mano de obra para desbrozar, arar, sembrar y recolectar, la llegada a nuestra tierra de maquinaria mecanizada (tractores, segadoras, cosechadoras, etc.), hizo que dicha mano de obra, ahora obsoleta y poco rentable, tuviera que emigrar a otras tierras en busca de nuevos trabajos para la supervivencia de sus familias, como había sucedido en el resto de Europa.
Que la miseria arrastra y promueve miseria es algo que no tiene lugar a dudas. Esta falta de recursos y de soluciones para un campesinado sin tierra, para unos jornaleros y braceros siempre expuestos a las inclemencias del tiempo, cuando no a la rapiña y esclavitud de los amos de la tierra y el dinero, hicieron inaguantable la permanencia de estos brazos productores, tan necesarios por otra parte, para cualquier proyecto de futuro.
Extremadura ha sido, y en parte sigue siendo, una amplia región, rica y generosa, pero desprotegida, tanto de las autoridades del interior, sin ninguna fuerza en los centros del poder, como por las autoridades nacionales que nunca, nunca, y en permanente ejercicio de discriminación, ha mantenido los privilegios de unas minorías, permitiéndoles toda clase de excesos o de infravaloración de la tierra, con tal de mantenerlos dóciles para su cauda política. Sería importante saber, a estas alturas del siglo XXI, cuántas hectáreas de terreno fértil, tanto en Cáceres como en Badajoz, permanecen cada año en barbecho o dedicadas a ganaderías bravas o a cotos para el disfrute de los nuevos ricos, y comparar su producción, en un estudio bien documentado, de lo que podría producir con una buena política agraria de la que se beneficiaran los agricultores extremeños sin tierra.
Parodiando a Ortega, diríamos que el atraso de Extremadura es como consecuencia de sus mismas circunstancias históricas ya expuestas. Porque, vamos a ver: ¿es más emprendedor el catalán que el extremeño. Nosotros creemos que no. Otra cosa muy distinta a la hora de emprender un proyecto industrial o comercial es que el catalán o el vasco se encuentren apoyados económicamente y protegidos por multitud de “circunstancias”, mientras que el extremeño está en la más triste soledad.
Pongamos algunos casos como ejemplos: a) Cuando el País Vasco despega con fuerza como consecuencia de la implantación de la industria siderometalúrgica, sus Altos Hornos, habría que preguntarse cuánta ayuda económica recibieron durante los muchos años que duró dicho proyecto (desde un principio claramente deficitario), con pérdidas escandalosas soportadas por el resto de la nación, con tal de mantener contentos a una clase industrial con claros y fuerte matices políticos, que se enriquecieron con la anuencia de las autoridades nacionales. Por cierto ¿si tan necesaria era dicha industria siderometalúrgica, ¿por qué se desmontó al mismo tiempo que se levantaban en Bilbao los Altos Hornos, los que ya funcionaban desde hacía muchos años en tierras de Andalucía…?
b) De admirar es, y así hay que reconocerlo, el espíritu emprendedor de los catalanes. Cierto. Pero, ¿no es menos cierto que ese despegue industrial ha sido a costa de la supresión de ayudas a otras regiones? ¿no es cierto, que la emigración, factor siempre en manos de los políticos centrales fue conducida “espontáneamente” a aquellas regiones protegidas por estos poderosos? ¿No es cierto que esta mano de obra barata, fácilmente manejable, fue lo que verdaderamente dio impulso a la industria, al comercio, a la construcción, etc. de manera altamente usurera y mezquina, cuando esos mismos proyectos y de forma menos costosa pudieron hacerse en sus lugares de origen o en las cabeceras de las comarcas de donde se extraían los productos: lana, corcho, alcoholes, pirita, madera, carbón…?
¿Hay algún indicio racional que nos haga pensar que el catalán, el vasco, el murciano, etc. son más inteligentes que los extremeños, andaluces o manchegos?
¿Hay algún indicio inteligente que nos haga reconocer que los habitantes de las regiones mencionadas son más trabajadores que los segundos?
Naturalmente que no. Una y otra pregunta se responden viendo cómo cuando dichos trabajadores alcanzan con mucho esfuerzo y sacrificio el mínimo grado de bienestar, son capaces de incorporarse en el mismo plano de igualdad con las habitantes de los demás pueblos. Sería interesante comprobar cómo sería el grado de inteligencia y el rendimiento en el trabajo si los primeros trabajaran en régimen de semi-esclavitud, en unas condiciones de estrema dureza climática y por unos sueldos de miseria, sin poder levantar la voz ante semejantes injusticias y sin la protección oficial y policial que ellos han tenido.
Pero ¿qué fue de esta enorme masa de gente que salió a ganarse el pan por esos mundos? ¿Dónde se instalaron? ¿Mantuvieron algún lazo de unión con la tierra que les vió nacer y partir?
Señalando a lo que hoy llamamos Comunidad Autónoma de Madrid y capital de España, sabemos por datos publicados, que hasta 1980 y refiriéndonos a extremeños de primera generación, habían asentado sus reales en dicha Comunidad un total de 570.000 almas, siendo sus lugares de asentamiento preferente los pueblos del Sur, como queriendo estar más cerca de la tierra de salida.
Naturalmente que la verdad es muy otra: los pueblos al sur de la capital, así como los barrios periféricos eran los más baratos a la hora de comprar un terreno donde montar de la noche a la mañana una chabola, dada la permisibilidad de las autoridades, que hacían la vista gorda con tal de aumentar su población.
Hay en la pequeña historia de la emigración extremeña barrios madrileños míticos, como Vallecas, Pozo del Tío Raimundo, San Blas, Usera, los Carabancheles, etc. u otros muchos asentamientos no autorizados que nacían y se multiplicaban en pocos meses, con el aluvión de obreros emigrantes.
Los pueblos (Getafe, Parla, Fuenlabrada, Móstoles, Alcorcón. etc.) hasta esos momentos pequeñas agrupaciones de campesinos y hortelanos que abastecían la capital, vieron como sus campos y huertas se llenaban de otras gentes venida de cualquier rincón de España y mucho más necesitada que ellos.
Poco a poco, y bajo la presión de los nuevos usureros del suelo, el campo fue dejando paso a nidos de infraviviendas que eran pagadas a precio de oro, sin servicios sociales primarios, a veces sin alcantarillado, ni mucho menos, lugares de ocio donde poder recuperarse del agotador trabajo diario.
Estos hombres rudos, acostumbrados desde la infancia a trabajar de sol a sol, pero ahora sin raíces, sin las señas de identidad que en otras fechas fueron su santo y seña, necesitaban agarrarse, aunque fuera como un sueño, como una quimera a su Arcadia perdida. Necesitaban volver a beber los vinos de su juventud, probar los humildes sabores caseros de la gastronomía de su tierra, escuchar y discutir en su mismo lenguaje, acompasar sus pasos a las danzas y los bailes de mozos.
Fue el inicio del nacimiento de las “Casas extremeñas” en los barrios y ciudades periféricas donde se asentaban.
Si bien en Madrid y desde 1905 ya existía un Hogar extremeño fundado por los estudiantes que a la ciudad llegaban desde Extremadura, fueron los años 70, principalmente, los que vieran nacer esas humildes embajadas, esos lugares de recreo y ocio para unos hombres olvidados por las autoridades de su región.
Quienes vivimos hoy muy intensamente este curioso milagro de volver a reencontrarnos con “nuestra” Extremadura en Madrid, podemos sacar de ello las siguientes observaciones:
1.ª Que los extremeños, como consecuencia de nuestras limitaciones económicas sociales y culturales hemos sido un pueblo individualista e insolidario, es algo que está demasiadas veces descrito en nuestra Historia. Pero que aprendimos a superar en la emigración estas disonancias sociales, es algo que podemos ver a diario en nuestras Asociaciones extremeñas del exterior.
2.ª Que se ama más aquello que no se tiene o que se ha perdido, lo podemos comprobar nada más traspasar las puertas de nuestras “Casas”. Todo en ellas es un constante recuerdo a nuestras ciudades y pueblos, a nuestros campos, a nuestro folklore, a nuestra cultura; en definitiva, una pretensión de tener siempre muy presente aquello que nos une a la tierra de origen.
Pero alcanzar este “milagro” de convivencia, de apoyo, de solidaridad en la dificultad de nuestros nuevos emplazamientos no fue trabajo de poco tiempo. Muchos hombres y mujeres anónimas han trabajado y trabajan diariamente para crear la urdimbre de una vida social en nuestras Casas. Hombres como el hoy recordado Manuel González de la Rubia, que después de la faena agotadora diaria, robaban y roban su tiempo a la familia para dar vida o dinamizar con su ejemplo los Centros extremeños. Ellos fueron los verdaderos artífices de esta maravillosa aventura de unir a los extremeños de la emigración.
Quisiera que estas notas fueran mi pequeña aportación al homenaje que en breve se le va a rendir en Getafe, su Casa de siempre, al fallecido Manuel. Es de ley que la memoria de estos hombres y mujeres que nunca salen en revistas ni papeles conmemorativos que actualmente celebramos, queden en el olvido; que el esfuerzo y el trabajo diario de estos queridos paisanos de los que muchas veces desconocemos su verdadera importancia, no tengan el reconocimiento de aquellos que ahora nos encontramos el trabajo hecho.
Quede por escrito mi respeto y admiración a cuantos nos antecedieron en la idea de mantener vivo el recuerdo de nuestra tierra.
Querido Manuel, siempre habrá en nuestro corazón un espacio para tu recuerdo y para nuestra gratitud.
Ricardo Hernández Megías
Presidente de la FAECAM
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