PRESENTACIÓN EN COLMENAR VIEJO, EL DÍA 6 DE MARZO DE 2010 DEL LIBRO “Como polvo en la ventisca” DE MANUEL ATHANÉ MORILLO, PUBLICADO POR SIAL EDICIONES, DE MADRID, EL CUAL LLEVA UN PRÓLOGO DE QUIEN ESTAS PALABRAS OS DIRIGE.
Si toda la vida de un hombre se encuentra encerrada en su infancia, nada mejor que este libro de vivencias infantiles para acercarnos al hombre que hoy es Manuel Athané Morillo quien, a contracorriente de la literatura actual en la que todo el mundo quiere ofrecernos grandes acontecimientos vividos, creados o soñados, el autor no tiene inconveniente en desnudar su alma y ofrecérnosla con toda la inocencia y limpieza de un hombre que ha sufrido los vaivenes de una vida dura y desarraigada pero que conserva como un tesoro que entregar a sus hijos el recuerdo imborrable de su infancia.
Conocí a Manuel una mañana madrileña en los alrededores de la recién engalanada, para las fiestas navideñas, glorieta de Atocha; nuestro encuentro venía precedido por una llamada del editor para que leyera y prologase el libro que hoy tienen en sus manos. Confieso que no me gusta prologar libros porque considero que es un atrevimiento, cuando no una inmodestia, atreverse a resumir en un par de páginas todo el trabajo de meses o de años en que ha estado enfrascado el autor dejando, como en este caso, acertadamente o no, jirones de su propia vida.
Apareció con una gran sonrisa y su aire pulcro de bohemio quien, pese a su edad, conserva todavía esa estampa del joven contestario de los años 70 u 80 del pasado siglo: ropa juvenil perfectamente estudiada y una coleta en el enmarañado pelo recogida con goma elástica, por donde asoman las primeras e interesantes canas que contradicen, a su pesar, su pretensión de querer tapar el tiempo.
Fueron horas de charla con un hombre que me fue sorprendiendo conforme fuimos intercambiando vivencias que se complementaban con nuestro paisanaje: los dos hemos nacido y vivido nuestra infancia en tierras extremeñas, cosa en este caso importante, pues muchas de sus reflexiones, experiencias, juegos y vivencias reflejadas en este libro me son muy cercanas, por no decir que arañan mi piel desde la nostalgia de otros tiempos ya lejanos pero nunca olvidados. Leer la escritura vivencial de Manuel fue dar un salto en el tiempo y reencontrarme nuevamente en las calles de mi pueblo, volver a escuchar giros dialectales ya hace mucho tiempo olvidados; cerrando los ojos después de algunas lecturas era como rescatar aquel niño que fui con los pantalones cortos, las rodillas llenas de “mataduras” y jugando al repión, al pincho, al aro, etc. junto con amigos ya para siempre perdidos en la memoria del tiempo. Manuel se imbrica plenamente en el paisaje y los campos de su pueblo para darle una mayor autenticidad a lo que dice; no hay duda: lo más real para él sigue siendo el contorno del pueblo donde nació y que lleva grabado a sangre y fuego en la memoria. Reales las descripciones de las calles, de la iglesia, de la escuela con la venerada figura del maestro; reales algunos pasajes escabrosos de un joven indefenso ante la crueldad de una sociedad campesina poco atenta y comprensiva con la sensibilidad de los niños. Para los que tuvimos que emigrar y perder para siempre nuestra Arcadia infantil, recordar sólo vale para volver a revivir el dolor de lo perdido y siempre añorado; más amado cuanto más grande es la brecha que el tiempo abre entre aquellos y estos tiempos.
Manuel no es escritor, ni falta que le hace en este caso (este es su primer trabajo literario), pero si un soñador que ha tenido que luchar muy duro en la vida, que se ha tenido que enfrentar a situaciones de desamor, de soledad y a veces a desamparos que, a la postre, han modelado al hombre actual que hoy conocemos, y que ha querido plasmar en papel sus recuerdos, seguramente como la mejor ofrenda que puede ofrecerle a sus hijos y a su actual compañera.
Es un libro complicado, difícil de leer, porque complicados y difíciles de leer son siempre los recuerdos de los demás en una sociedad como la actual tan positivista y carente de ensueños, pero que él resuelve con sinceridad y, muchas veces, con una prosa poética y muy personal con la que gusta expresarse el autor.
Para sensibilizar al lector, Manuel emplea dos tiempos, dos voces: la del hombre maduro que actualmente es, que como en sordina y empleando unos, vamos a decir, aforismos, coplillas, dichos populares y pensamientos seudofilosóficos, va exponiendo sus dudas a lo largo de una vida plenamente realizada, a la que contesta desde la memoria la segunda voz infantil del niño que fue. Dudas tan cercanas a cualquier persona sensible en los primeros años de la pubertad como la fe, el amor, la amistad, el dolor, la belleza de las cosas creadas y no comprendidas…, en fin, todo aquello que, al final, nos hace crecer hasta alcanzar la serenidad de la madurez, si es que lo conseguimos y no nos quedamos en el camino aniquilador de la duda. Si la primera voz consigue en algunos momentos registros muy inspirados y poéticos, la segunda le responde con la realidad de lo vivido, de lo sufrido, de lo soñado. El niño recorre con amargura una infancia incompleta donde la enfermedad, la protección de la madre y la denunciada rudeza del padre anulan el sentimentalismo pleno de una vida falta de proyección. Todo el libro es un monólogo de un alma atormentada por la soledad, algo que también está muy presente en el adulto. Una pregunta se repite constantemente a lo largo del relato “¿es esto amor?”, duda que se mantiene sin respuesta hasta el desenlace final, y no de una forma real y creible.
Esta pretendida o real denuncia de la soledad del niño y del adulto está enmascarada por el deseos de descubrir una respuesta adecuada a través de las lecturas, no muy bien dirigidas –creemos nosotros– e incompletas en el medio en que se desenvuelve el protagonista, por lo que recurre más frecuentemente a la cultura popular, dichos, refranes, consejas y cancioncillas poéticas tan arraigada en los ambientes campesinos de la Baja Extremadura de donde procede el escritor del libro.
Fíjense si no en este texto poético que da entrada a una de sus muchas reflexiones: Quisiera abrazar tu cuerpo niña rubia, que tu mirada me vista de azul como tus ojos. Deseo pasear en los influjos de la luna. Viajar en el cuadril del unicornio. Bañarnos en el lujoso arco iris. Disparar por mi boca flores y besos, para que la pólvora solo mate lo prohibido. Jactarnos del genuino amor que nos tenemos. Morir eternamente felices y que así nos contemple la historia. O en este otro pensamiento de más hondo calado: Es malo tener una pena; taladra el optimismo propio y ajeno, así como suicida las risas. Por último recojamos un verdadero aviso sobre el pasado: Debajo del olivo, junto al camino, había enterrada una idea que se habían dejado olvidada los hombres cuando se fueron a la guerra; cuando regresaron cantaban: no tocarla, dejarla quieta, que uno de los engaños se ha apoderado de nuestra tierra.
Ello no quita mérito al trabajo, sino que por el contrario le da el sentido práctico y de más acercamiento al lector para que se introduzca en este desigual pero sincero y bello relato. Es de resaltar cómo el cancionero o romancero popular que llevaban los últimos juglares que recorrían los pueblos, y que vendían como pliegos de cordel en las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, se reflejan sin que el escritor sea consciente de ello en esa segunda voz que anteriormente señalábamos, creando un bello tono poético en el conjunto del trabajo.
Los mejores registros del libro se consiguen en la última parte del mismo, donde el niño-hombre o el hombre niño describe desde una sustanciación onírica, y por lo tanto irreal y fantástica, su coqueteo con la muerte; un acercamiento al abismo sin tragedia, como corresponde a la mentalidad del niño, pero una muerte reflexiva, concienciada, meditada y a la vez esquiva desde el ensueño de un deseo de alcanzar la plenitud a la que se siente fatalmente atraído.
Mucho tiene que aplicarse Manuel en desbrozar el incierto campo de la literatura si en el futuro quiere seguir por la senda emprendida, pero no es menos cierto que mucho es lo conseguido hasta aquí para alcanzar el mérito de poder ver publicado su trabajo.
Ricardo Hernández Megías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario