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I CONGRESO “CAMINOS A GUADALUPE”

I CONGRESO “CAMINOS A GUADALUPE”
17 DE ABRIL 2009


Reina de Extremadura,
por asfalto en caminos,
de Yuste peregrinos
buscando tu ternura,
que no tiene mesura,
venimos a tus plantas.
para como otras tantas,
aquí arrodillados,
sentirnos tan amados
como otrora los monjes
El blanco y pardo
del jerónimo hábito
que en tu pupila es grito
y al corazón un dardo
exhala como nardo
fervor en tu presencia,
¡Que nos duele tu ausencia!.
Como la vez primera,
no en numerosa hilera,
¡Aquí venimos!
De peregrinos vamos
pues tu amor no nos deja,
y ante tu santa reja
humildes nos postramos
y alabanzas te damos.
Estos monjes jerónimos
que bien tus siervos fuimos
renuevan el servicio
con que aquí, al inicio
caminantes vinimos.


Buenas tardes.

Al fin tras vencer algunas dificultades, -no mayores que las que en su día vencieron Antonio Dávila y Rocío Sánchez al visitarnos en el Monasterio del Parral en una tarde en que con una fuerte nevada, vinieron a solicitar nuestra intervención en el Congreso-, puedo dar lectura a la ponencia redactada por Fray Ignacio de Madrid sobre:  La Orden Jerónima en Guadalupe: Los monjes jerónimos peregrinan a Guadalupe, y allí se quedan. (Leída por Fray Andrés Prior de los Monasterios Jerónimos de El Parral en Segovia y de Yuste)

No podíamos faltar, no debíamos faltar. En los versos con que he comenzado mi intervención, he querido recoger los sentimientos que a los Monjes Jerónimos nos embargan siempre que visitamos el Monasterio de Guadalupe.

Por encima de toda la documentación y erudición de los diversos congresos que esta casa nos puede congregar, por encima, repito, para nosotros es la emoción ante el recuerdo de tantos hermanos que entre estos muros vivieron un camino de santidad. Ese es otro Camino, otra Peregrinación, de la que no se hablará en este Congreso.

Centrándonos en el tema, que nos congrega, recalcar que era justo y necesario que se recordase en estas conferencias, cómo la Orden Jerónima aceptó y peregrinó hasta este Santuario de la Virgen de Guadalupe.

Sin más doy paso a la lectura de las páginas redactadas por con todo cariño por Fr. Ignacio de Madrid.

LOS MONJES JERÓNIMOS PEREGRINOS A GUADALUPE,
Y ALLÍ SE QUEDAN.

Por Fray Ignacio de Madrid

En verdad que organizar un Congreso sobre caminos de peregrinación a Guadalupe parece que pide, siquiera, la referencia de la presencia de aquellos primeros peregrinos -31 monjes jerónimos de Lupiana- que allí fueron para constituirse en la comunidad que daría vida firme a aquel santuario de Nuestra Señora de Guadalupe que, hasta entonces tambaleaba.

Damos por conocidos los primeros pasos que se dieron en torno al origen del santuario de nuestra Señora de Guadalupe. Ahora bien, nos dice Fr. José de Sigüenza, a quien vamos a seguir en esta narración T. I, libr.I, cap. XVIII),

el celo y devoción de don Juan Serrano, obispo de Sigüenza y prior secular de nuestra Señora de Guadalupe, le hizo que fácilmente echase de ver cuan mal servida era la Virgen en aquella casa donde hacia tantas mercedes a todo el mundo, a causa de los capellanes y clérigos que allí estaban puestos. No se hacía el oficio divino con solemnidad ni aun con decencia, porque se conserva mal cuando falta la devoción. Residían por cumplimiento, no más de para ganar la prebenda y el dinero, curando poco del servicio por quien se da el estipendio. Sonábanse de ellos no muy buenas nuevas y peor nombre, cosa bien fuera de propósito para capellanes de la Virgen María. No paraba aquí el daño, porque todo el pueblo se iba tras las ruines costumbres de los que estaban puestos para enseñar las buenas.

Tras esto se juntó que se habían ido a vivir allí muchos judíos, que en aquel tiempo se estaban en su ley y en sus sinagogas. No los llevaba la devoción de la Virgen de Judá, sino la sed rabiosa del dinero. Querían, si pudieran, que también aquel santuario fuese cueva de ladrones, como otro tiempo hicieron sus padres el templo de Jerusalén. Pegóse también este mal a los cristianos viejos que vivían en aquella puebla, aprendiendo estos tratos ilícitos de los judíos, viendo que enriquecían con ellos. Y lo peor, que tras esto judaizaban muchos, porque se va tras las costumbres la fe. Pretendía con todos estos males el demonio desacreditar aquel lugar santo y que se perdiese la devoción y por eso ponía tantas redes de malicia.”

Consideraba todo esto don Juan Serrano; quiso poner la mano en remediarlo y vio que los males tenían tan hondas raíces que había de ser dificultoso arrancarla. Parecióle que si no se quitaban de allí los clérigos, principio de todos estos males, y ponía en su lugar otra manera de ministros más ejemplares, cualquier otro remedio sería de poco efecto.

Con este pensamiento se fue al rey don Juan como a patrón y señor, dióle larga noticia de todo. Rogóle mucho tuviese por bien se quitasen de allí aquellos capellanes y en su lugar se pusiesen personas religiosas, porque fuese servida aquella Señora con la decencia y reverencia que su iglesia merecía. Al rey le pareció muy bien el celo del obispo don Juan Serrano y se lo agradeció. Diole luego todo su poder y facultad para que echase de allí los capellanes y pusiese en su lugar los religiosos que hallase más a propósito para el servicio y culto de aquella tan santa casa.

Con esta licencia comenzó luego don Juan a tratar el negocio. Echó los ojos por las religiones que había en España y parecióle que los religiosos de nuestra Señora de la Merced venían allí a propósito, pues Señora que tantas mercedes hacía estaría bien servida con los que siempre sonaban esto con el nombre. Tratólo con ellos, aceptáronlo de buena gana, llevólos a la santa casa: estuvieron allí sólo un año. Miró con atención el orden de proceder en su vida y echó de ver en tan breve tiempo que no eran estos los que buscaba. Volvió al rey don Juan y díjole lo que le parecía de los religiosos de la Merced.

El rey, que fiaba mucho de su prudencia y de su celo, le dijo que dejaba en su mano este negocio, que lo mirase como mejor le pareciese, que él le daría todo el favor que fuese menester porque deseaba que aquella casa fuese muy bien servida, pues tenía toda España puestos en ella los ojos con tanta razón.

Entonces el prior don Juan Serrano le dijo tenía noticia de una religión que comenzaba entonces en Castilla, llamada de San Jerónimo, gente, según todos decían, muy espiritual, de gran clausura, honestísimos, de noble trato, los que los tratan salen muy edificados de sus palabras y conversación santa y sobre todo muy dados al coro y al culto divino, en que muestran gran cuidado y policía. Su ejercicio de noche y de día son las alabanzas divinas. Paréceme, Señor -decía don Juan Serrano al rey- que si pudiésemos traer de estos religiosos a Guadalupe, que son los que conviene para este santuario.

Asentóle luego al rey esto bien. Tenía ya noticia de esa religión, habíanle dado buenas nuevas de ella y conocía algunos de los principales, porque sabía habían estado en el palacio del rey don Alfonso, su abuelo, y don Pedro, su tío.

Mandóle al prior que, en todo caso, procurase llevarlos a Guadalupe, tratándolo con los mejores medios que supiese, ofreciendo de hacer de su parte cuanto fuese menester para que se ejecutase. Meneaba sin duda la santísima Reina el negocio y así sucedió todo como de su mano.

Don Juan Serrano, partió de Segovia, donde entonces era obispo y estaba a la sazón que esto pasaba con el rey, y fuese para San Bartolomé de Lupiana. Había crecido este convento de manera que tenía sesenta y tres o sesenta y cuatro religiosos... Comenzó el obispo a tratar el negocio de parte del rey y suya con el prior Fr. Fernando Yáñez y con los demás religiosos.

Hízoles muchas razones para inclinarlos a que se encargasen de una casa de tanta devoción, diciendo que la Virgen sería muy servida de ello, que era la más principal causa de moverlos, pues se preciaban tanto de sus devotos y capellanes; que eran también gusto del rey, a quien dejado aparte tenían obligación de responder y dársele, habían menester para muchos casos que se le ofrecían a una religión que comenzaba en sus reinos.
De su parte también se lo rogaba por el deseo que tenía de ver aquel santuario que estaba a su cargo, en el de una gente cuidadosa del culto divino y esto era lo que más le despertaba a ofrecerles esto. El prior y los religiosos respondieron con modestia dando gracias a su alteza y a su señoría por la confianza que hacía de ellos, mas que era negocio de consideración y así tenían necesidad de mirarlo para responder. Miraba el obispo, entre tanto que allí estuvo, el trato y la manera de vida de los frailes.

Contentábale mucho todo, pareciéndose que el Cielo le había inspirado aquel motivo y nuestra Señora elegidos aquellos para su servicio. Fray Fernando Yáñez y sus frailes, no se osaban determinar, teniéndolo por dificultoso, cosa fuera de su intento y de su vocación, que era buscar soledad y alejarse de los ruidos del mundo, recogimiento, silencio y sosiego para la meditación.

A todo esto parecía contrario lo que imaginaban de aquel santuario, donde sabían que concurría todo el mundo: frecuencia de gentes naturales y extranjeras, acoger peregrinos, oír confesiones, acudir a remediar necesidades, cuidado de muchas almas, propios ejercicios de la vida activa, profesando ellos el de la contemplativa y monástica, que va huyendo de todo esto.

No hallaban razón que les asentase para aceptar el partido, sino sola la devoción de la Virgen, y ésta era tanta que contrapesaba a todos los otros inconvenientes y así se determinó el prior a que se propusiese en forma de capítulo.

Díjoles la oferta que el rey hacía enviando para sólo esto una persona tan grave como el obispo, significando la mucha confianza que hacía de ellos y así esperaba en nuestro Señor que si aceptaban, había de ser para gloria suya y de su santa Madre y aumento de la religión de San Jerónimo. Después de haber encomendado el negocio a nuestro Señor y vistas las razones de todos, salió la mayor parte de los votos en favor del servicio de la santa Virgen. Rogáronle con lágrimas que pues por sólo su amor se determinaban a una cosa tan fuera de sus intentos, tuviese por bien favorecerlos y alcanzarles gracia que por esto no desdijesen de lo que pedía su hábito y profesión.

Llamaron luego al obispo don Juan Serrano. El prior Fernando Yáñez le representó delante de todos las causas de la dificultad que habían mostrado y las razones de los pareceres contrarios (nada de esto le parecía mal al obispo) y que no embargantes estos inconvenientes, se determinan de ir a servir a la santa Virgen en aquella casa y condescender con la voluntad del rey y de su señoría, que tanta afición y deseo mostraban y hacían tanta confianza de ellos, y así aceptaban la casa y esta respuesta daban al señor rey. Alegróse con ella don Juan.

Partióse luego a decirlo al rey, que se holgó con la nueva y, porque no se refriasen los propósitos, mandó luego llamar al prior Fr. Fernando Yáñez con carta propia. Partióse luego para Segovia, con un compañero, donde fue bien recibido del rey y dicen que en sustancia le dijo de esta manera: Prior, la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe es una cosa en que tengo yo puesta particular devoción, en donde la misma Señora se muestra maravillosa en su imagen.

Confío que vos y vuestros religiosos seréis tales que satisfaréis cumplidamente a todo y a mi pondréis obligación de haceros merced en todo lo que se os ofreciere. Espero también que con vuestro ejemplo reformaréis lo que allí me dicen que se ha estragado de las costumbres, porque vuestra modestia y prudencia será gran parte para todo, sin perder por esto el recogimiento y los ejercicios santos que habéis comenzado a entamblar en vuestra orden.

Para que podáis mejor ejecutar esto yo os daré el señorío de todo cuanto hay en aquella puebla con sus términos, y siendo vuestros vasallos y de los que os sucedieren.

Don Juan Serrano renunciará al priorato de aquella casa y os pondrá en la posesión de todo cumplidamente. Yo también renunciaré en vos el patronazgo que tengo y lo demás que me pertenezca.

Oída esta plática y promesa tan liberal que el Rey hizo y viendo el favor grande que le mostraba, hincóse Fr. Fernando Yáñez de rodillas a besarle las manos y respondió humildemente que por servicio de Dios y de su Madre y por servir a su alteza y serle obedientes como a señor y rey natural se encargarían él y sus frailes de la casa. Mandó luego el rey poner en ejecución todo lo que había prometido...

Volvióse Fr. Fernando Yáñez para su convento de San Bartolomé contento y bien despachado. Dio parte de todo a los religiosos y dieron gracias a nuestro Señor. Dicen que puestos todos los religiosos en su procesión, el prior alzó la mano e hizo señal a todos los de un coro, que eren treinta y uno, y les mandó que se partiesen para Guadalupe sin más escoger, porque eran todos escogidos y santos.

Despidiéronse los unos y los otros con muchas lágrimas, que se amaban como verdaderos hermanos. El santo varón Fr. Fernando Yáñez salió de San Bartolomé caballero en un asnillo; sus compañeros todos iban a pie, de dos a dos, tan ordenados y compuestos como si anduviera la procesión por el claustro. A ninguno de ellos se le vio alzar los ojos en todo el camino y ninguno los quitaba de Dios, donde llevaban los corazones. Salían a mirar aquel nuevo escuadrón las gentes, alababan a Dios viendo tanta compostura y leíase en sus semblantes la pureza grande de sus almas. Recorriendo la vega del Tajuña llegaron a Toledo y fueron a La Sisla, donde les regaló lo que pudo con su pobreza Fr. Pedro Fernández Pecha, que fue para los unos y los otros dulcísimo este hospedaje.

Viernes a 22 de octubre del año 1389 llegaron a la santa casa de Nuestra Señora de Guadalupe al punto que tocaban las avemarías para saludar a la Reina del Cielo, como ángeles enviados de Dios, aquellos treinta y un religiosos con su prior. Saliólos a recibir el buen obispo de Segovia don Juan Serrano, porque el rey tuvo cuidado se hallase allí cuando llegasen.

Llevaba consigo todos los recados necesarios para la solemnidad de auto: la renunciación del patronazgo del rey y todos los privilegios, la renunciación de su priorato, la que también había hecho el arzobispo y santa Iglesia de Toledo, renunció también Fr. Fernando Yáñez al priorato de San Bartolomé en manos del obispo y, hechas todas las diligencias necesarias, con el poder que llevaba el obispo don Juan Serrano los puso en la posesión, dándoles pleno y total poderío al prior y frailes en lo espiritual y temporal de aquella casa y puebla de Nuestra Señora de Guadalupe.

Así quedó aquel ilustre Santuario hecho Convento de la Orden de San Jerónimo, una de las más celebradas estaciones que la Virgen tiene en la tierra.

Guadalupe 17 de Abril de 2009

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